El debate de las huelgas de piernas cruzadas

«No tendré ninguna relación con mi esposo o mi amante. Aunque venga a mí en condiciones lamentables. Permaneceré intocable en mi casa. Con mi más sutil seda azafranada. Y haré que me desee. No me entregaré. Y si él me obliga, seré tan fría como el hielo y no me moveré».

Este es un fragmento del juramento de Lisístrata, el conocido drama griego. Se trata de la obra que realizó Aristófanes, inspirándose en las Guerras del Peloponeso entre Esparta y Atenas, en el s. V a.C.

El argumento relata un  ficticio alzamiento de las mujeres ante el conflicto bélico, en el que la propia Lisístrata (cuyo nombre se traduciría por la que disuelve los ejércitos) reúne a las mujeres de ambos bandos, comprometiéndose a iniciar una huelga a través del sexo: Ninguna de ellas consentirá tener relaciones sexuales con su esposo o amante hasta que la guerra haya concluido.

Si bien al principio las mujeres no terminan de convencerse, finalmente acceden, provocando que los hombres no sean capaces de aguantar la abstinencia y acaben por firmar la paz.

¿Pero podría pasar eso en la vida real?  Lo cierto es que la historia de Lisístrata se ha aplicado recientemente en las llamadas «huelgas de piernas cruzadas» o «huelgas de sexo», en el que las mujeres han decidido vetar el sexo a sus parejas, hasta que no se resuelva un conflicto concreto. Ya se sabe, en el amor y en la guerra, todo vale.

Aunque esta idea tiene sus matices. La primera, como aporta José A. M. Vela, sociólogo y doctorando en estudios Interdisciplinares de Género de la UAM, es que «la idea de las huelga de piernas cruzadas asume que las mujeres tienen pleno derecho sobre su cuerpo, como para poder situarlo en posición de negociación».  Sin embargo el experto valora que esto no es realmente así «ni si quiera en el primer mundo, teniendo en cuenta que seguimos trabajando duro por el empoderamiento de todas las mujeres y niñas».

Todo ello teniendo en cuenta además que «el sistema socioeconómico se sostiene gracias al trabajo gratuito de las mujeres» y quizás ponerse en huelga respecto a este trabajo podría resultar un método igual de efectivo sin tener que usar el sexo como arma.

Sin embargo, curiosamente estas «huelgas de piernas cruzadas» han ido provocando titulares en diferentes países del mundo, sobre todo en los últimos años. Uno de los primeros ejemplos es el que lideró en 2002, la activista liberiana Leymah Gbowee. Ante la guerra civil que vivía Libia desde 1989, la activista puso el marcha grupo Women of Liberia Mass Action for Peace.

Si bien inicialmente estas mujeres fueron presionadas para volver a sus casas, hicieron caso omiso y no solo siguieron con su movimiento, sino que se pusieron en «huelga de piernas cruzadas». Mediante este y otros elementos de presión obligaron a los hombres a alcanzar el diálogo, consiguiendo poner fin a la guerra. Esta acción le supuso a Leymah el Premio Nobel de la Paz, en 2011.

No es la única acción similar que se ha dado en África. De forma más reciente, en 2012 las mujeres de Togo, lideradas por la abogada Isabelle Ameganvi, optaron por rebelarse con una semana de abstinencia sexual, para que sus parejas masculinas reaccionaran ante los excesos del presidente, Faure Gnassingb, a través del movimiento «Salvemos Togo».

Si bien en estos casos el objetivo era más político, mujeres de diferentes países también se han unido en estas huelgas de piernas cruzadas para alcanzar acuerdos más sociales o conseguir derechos básicos.

Por ejemplo, para conseguir una carretera con la que conectar con servicios tan básicos como la asistencia sanitaria. Eso es lo que ocurrió en Barbacoas (Colombia), donde las mujeres decidieron realizar una huelga de piernas cruzadas para llamar la atención del Gobierno sobre la necesidad de arreglar la carretera que les comunicaba con la ciudad. Debido a su mala infraestructura suponía que muchas personas, incluso niños, fallecieran antes de llegar a un centro sanitario.

Occidente también ha usado las huelgas de piernas cerradas como elemento de presión. Concretamente, en 2011 la ginecóloga y  senadora socialista flamenca Marleen Temmerman, instaba en Bélgica a una huelga de sexo, en la que proponía a las mujeres, y en especial a las parejas de los negociadores políticos, que se abstuvieran de relaciones sexuales hasta que no se formase un nuevo Ejecutivo en Bélgica, que a comienzos del mes de febrero llevaba más  de 240 días sin gobierno. Teniendo en cuenta que en España se llegó a más de 300 días sin formar gobierno, ¿hubiera sido una opción planteable? ¿Es realmente un ejemplo a seguir?

Pese a lo noticiable de estos hechos, la reflexión detrás de los mismos la realiza la sexóloga y socióloga experta en género y derechos humanos, Delfina Mieville Manni, que cree «difícil pensar que una sociedad patriarcal violenta respete el no de una mujer». Además pone en duda que en muchos de estos casos no se dieran violaciones, teniendo en cuenta que “las violaciones dentro del matrimonio ha sido algo visto como normal hasta hace poco y aún son frecuentes».

Asimismo, no olvida que pese a lo efectivo o no de estos movimientos, incurren en la idea de que «las mujeres siguen siendo construidas como deseadas y no como deseantes. Pareciera así que este castigo no puede afectarnos, porque nosotras no tenemos deseo propio y por lo tanto no perdemos nada; que no nos quedamos con las ganas. Sigue siendo un ejemplo de la falsa teoría de que los hombres tienen más deseo e instinto sexual irrefrenable».

Siendo esto falso, «lo poderoso de estas acciones es que atacan al universo simbólico de la masculinidad». Por último, se queda con una idea positiva como conclusión, y es que si algo demuestran estos movimientos es que «las huelgas de piernas cruzadas tienen también que ver con la sororidad, con el pacto de unas mujeres con otras» y el poder que eso puede tener.

 

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Patrick Thomas

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