Uno de mis vídeos favoritos de siempre es el de Fernando Arrabal (un poco pasado —no el vídeo, él—) intentando hablar en La Noche de Fernando Sánchez Dragó. Cuando tengo un mal día, o un mal momento, no puedo evitar ponérmelo y, de paso, enviárselo a mi amigo Pipe y reírnos juntos por 1.342.344 vez.
Fernando Arrabal apuntaba dos cosas: con su vestimenta, camisa blanca abrochada hasta arriba y cárdigan amarillo, que era un adelantado a su tiempo. Y si no, solo hay que pasearse por Lavapiés o El Born. Y con su discurso: «Hablamos del mileranismo. Estamos hablando del apocalipsis y el mileranismo va a llegar».
Donde dice milenarismo podemos poner IA. Pero, si la hubiera puesto en el titular, es posible que no hubieras ni comenzado a leer. Empiezo a notar un cierto hartazgo del tema. Yo el primero.
Con esto de la IA me pasa, para empezar, que hay expertos por todos los lados. Y ya no en IA en general. Los hay ya incluso especializados en generativa, en reactiva, en autoconsciente… Para flipar más que Arrabal. A mí me ha costado subirme al tema porque los pioneros eran consultoras especialistas en hablar de temas que no tienen ni idea y personas que han hecho un desarrollo imparable, escalando de ser especialistas en social media para pasar al metaverso, las criptomonedas y ahora esto.
Credibilidad cero, claro (como las Power Balance que solían llevar todos estos, por cierto. Eran las riñoneras del espectro Llados).
Pero vayamos a la tesis. Este artículo no está escrito así únicamente por razones puramente estilísticas o efectivas. Está hecho de esta manera para demostrar que no está redactado con IA (al menos, a fecha abril de 2025). Comienza contextualizando e intenta apelar a las emociones del lector, tú, ya sea sonreír, despreciar, alabar…
Una de las primeras consecuencias que ha tenido la llegada de la IA es que asistimos a artículos, columnas o post, en apariencia sólidos y robustos, que, en realidad, muestran una capa de conocimiento si no del todo superficial, sí artificial. Así como nunca me ha gustado la acepción de fake news, porque el uso de la palabra compra el marco conceptual de la acepción y nunca habría que hacerlo (la noticia o es cierta o no es), añadir lo de artificial a inteligencia me encanta. Porque artificial significa no natural.
Estando en el CdeC (espero que tú también te llevaras uno de los más de 100 premios), me puse a leer LinkedIn que era el festival de los post onanistas. Muchos cantaban La Traviata de que estaban escritos con ChatGPT: enumeraciones con iconos, cohetes, uso de palabras como vibrante (quién narices usa esa palabra)… Publiqué un post criticándolo y hubo bastante quorum.
Ojo, que entre los apocalípticos e integrados de Negroponte estoy en los segundos. Uso todos los días varias herramientas de IA para facilitar mi trabajo y mi vida. Pero no dejo que hagan mi tarea, son unos asistentes en el sentido más estricto de la palabra. Haciendo una analogía, todo esto me recuerda a esos restaurantes de quinta gama que cada vez son más habituales en todas las ciudades de nuestro país. Con sus colores neutros, sus hilos musicales de versiones de éxitos en formato cozy y sus carrilleras al vino tinto. Qué quieres que te diga. Tú has probado las de verdad, las de tu abuela o las de tu padre. No tienen nada que ver.
Vale que no queremos volver al sentido del trabajo del Antiguo Testamento, pero entre dejar que la IA haga nuestro trabajo y apoyarnos en ella hay un gran trecho. Somos humanos, busquemos los antónimos de artificial, cualesquiera: auténtico, genuino, espontáneo. Y el que más me gusta: original.
Nota al pie
Por si no lo has hecho, querido lector que has llegado hasta aquí, esto es lo que dice ChatGPT sobre qué es el mileranismo. «El milenarismo (o milenialismo) es una creencia religiosa o filosófica que dice que habrá un período de mil años de paz y justicia en la Tierra, a menudo precedido por grandes catástrofes o un juicio final. Es una idea muy antigua, especialmente presente en ciertas interpretaciones del cristianismo».
Viendo cómo está el patio, no descarto que Arrabal sea lo más parecido a un visionario.
Elvis Santos Sierra es director de Relaciones Públicas e Influencia en Ogilvy España