Hace unos días me llamó poderosamente la atención el siguiente titular: “Un ladrón intenta hacerse invisible con zumo de limón para robar un banco”. El contenido de esta noticia reproducía lo siguiente: “McArthur Wheeler estaba a punto de dar su último golpe a plena luz del día en un banco de Pittsburgh. Para no ser visto por el ojo humano, ni por el objetivo de la cámara, Wheeler utilizó una fórmula mágica: se recubrió el rostro con zumo de limón. En el momento de la detención, el delincuente se mostró sorprendido. No comprendía cómo podía ser reconocido si se había embadurnado de zumo toda la cara”.
—Vaya loco, ¿no?
—Pues no, señora, de loco nada.
—Pues entonces es una mala idea.
—Pues mire, tampoco. En todo caso será una idea que no le ha permitido cumplir con su objetivo, como muchas otras, pero ya me gustaría a mí ver en mi sector más ideas como esas y menos ladrones con pasamontañas y alunizajes.
—No le entiendo, joven.
—Mire, le explico. Yo me dedico al mundo de la publicidad y, en cierto modo, somos como una gran banda de atracadores muy listos y bien organizados. Lo que pasa es que hay muchos que se empeñan en seguir pensando que el mejor método para robar a alguien es con un pasamontañas, pegando un tirón, rompiendo escaparates, con el timo de la estampita o seduciéndote en un bar para luego quitarte la cartera.
El caso es que la gente está harta de los ladrones de toda la vida, señora. Incluso de los de guante blanco, y ahora con este tema de la crisis, pues, claro, los ladrones son cada vez más brutos, no piensan con lucidez. Y la gente… ha aprendido a huir de ellos.
Por eso es cada vez más necesario inventar nuevas fórmulas, nuevas ideas, cosas que nunca antes se han hecho.
Piense en este hombre que se ha rociado con zumo de limón para hacerse invisible, ¿no le parece brillante? Le ha salido mal la jugada, vale, pero sin gente como él, no hay futuro. Viviríamos estancados en un mundo que se conforma con unos ladrones chapados a la antigua.
Piense en el primer hombre que decidió beber la leche de una vaca para alimentarse o en el que decidió que un langostino se podía comer. Seguro que muchos otros comieron cosas horribles antes, pero solo con que uno de ellos acertase, el paso hacia adelante estaba dado, ya no había marcha atrás.
Las leyendas griegas cuentan que Ícaro y su padre, Dédalo, construyeron unas alas con cera y plumas para escapar de una prisión. Acabaron pegándosela, como Leonardo Da Vinci con su ornitóptero, pero lo intentaron. ¿Eran locos? Para muchos, sí, pero a ellos les debemos que hoy el ser humano sea capaz de volar.
En el mundo de la publicidad necesitamos gente arriesgada, que se unte el cuerpo de zumo de limón para hacerse invisible, que falle, que otro pruebe otro tipo de cítrico, y así hasta que, algún día, uno de ellos consiga el mejor atraco de la historia. Entonces ya no será un loco, será un pionero, un referente.
Ha llegado la hora de cambiar el chip, el pasamontañas y la navaja por el laboratorio y la imaginación.
—¿Lo entiende, señora?
—Explicado así, sí lo comprendo, joven. Mire, me cae usted bien. Le deseo toda la suerte del mundo a usted y a su banda.
—Gracias, señora.
—¡Eh, mi bolso! ¡Al ladrón!
—
Ximo Villalba es creativo senior en Double You
Foto: Cormaggio bajo licencia CC.