Las páginas de Walden se escribieron en una casa a orillas de una laguna del estado de Massachusetts (EEUU). Henry David Thoreau había construido esa vivienda para residir, solo, en el bosque. “Me ganaba la vida únicamente con el trabajo de mis manos”, relata el escritor en el primer párrafo del libro. Hoy, sin embargo, muchos occidentales apenas saben colgar un cuadro.
El trabajo manual perdió su estatus en los últimos siglos. La industrialización santificó la producción en masa y la artesanía quedó como algo accesorio, curioso, ornamental… El diseñador textil y escritor William Morris ya advirtió a mitad del XIX sobre la vulgaridad del imperio del diseño estandarizado y promovió la necesidad de un “trabajo placentero” basado en conservar la recreación artística y la creatividad que permitían muchos oficios manuales en la época medieval.
El artista y pensador intentó recuperar el prestigio de los trabajos artesanales y ensaltar la nobleza de los materiales naturales en una Inglaterra victoriana que lideraba la industrialización en el mundo. No lo consiguió. El planeta se mecanizó hasta los dientes.
Tanto que muchos habitantes de los países más avanzados apenas utilizan hoy sus manos para algo más que teclear un ordenador y un teléfono móvil. Sus dedos tienen la misma habilidad que una trufa. El llamado ‘llave en mano‘ y la especialización infinita ha dejado a generaciones actuales sin la capacidad de coser un botón.
Pero toda acción tiene su reacción. El amor centenario por la artesanía resucitó hace pocos años en un movimiento que EEUU bautizó como Maker. Lo construyeron con una retórica que hablaba del Do It Yourself (Hazlo tú mismo) o Do It With Others (DIWO) y lo presentaron como un estallido de modernidad. El presente emborronó el pasado. Hacer tus propios objetos se presentó como una afición o una forma de recuperar la creatividad aplastada por el modo de vida actual. De la necesidad (como hizo la mayor parte de la población mundial a lo largo de la Historia) pasó a convertirse en una actividad placentera y de ocio (movimiento Maker desarrollado en todo el mundo por individuos de clase media y alta).
España está contagiada. En este país ha calado hondo y entre las múltiples opciones hay una que incluso paquetiza el Do It Yourself para hacerlo lo más sencillo posible. Es una especie de Hazlo tú mismo guiado que entrega en una caja los materiales y un manual de instrucciones para decorar tazas, tejer bufandas, decorar letras de cartón, pintar camisetas o hacer makis. El proyecto se llama I Do Proyect y lo crearon tres arquitectas y una publicitaria llamadas Laura Silva, Lola López, Marta Lorenzo y Raquel Vallejo.
Algo del espíritu artesano del siglo XIX había en su filosofía de vida, aunque ellas no lo intuyeran, cuando decidieron aprender a coser, dibujar, tejer, cocinar, construir, modelar y realizar cualquier actividad que requiriera de sus manos tanto como de su cabeza en vez de entregar su vida únicamente a la carrera que habían estudiado.
“Nos gustaba hacer nuestras propias cosas. Todas hemos vivido fuera de España y allí aprendimos muchas técnicas como el origami, la cera perdida, el esmalte… Hacíamos objetos y nos lo enseñábamos entre nosotras”, cuenta Raquel Vallejo. “Entonces decidimos crear un blog para hablar de esta afición. Empezamos a tener muchas visitas y descubrimos que en Sevilla y en muchos más sitios había un gran interés por el hand made”.
[pullquote]»En una caja hecha a mano, como todo lo que hacen, meten los materiales y las instrucciones para llevar a cabo una manualidad»[/pullquote]
El blog fue la génesis secreta. Ninguna sabía que de ahí surgiría la ocupación que llenaría los días y las horas de sus próximos años. El espacio superó las 75.000 visitas en siete meses. Los videotutoriales sobre cómo hacer cuadernos, camisetas, sellos, ropa, elementos de decoración y decenas de manualidades tenían seguidores de todas partes del mundo. “EEUU, España, Latinoamérica, Asia…”, especifica la publicitaria.
De internet pasaron a pie de calle. I Do Proyect hizo su primer taller en Sevilla para enseñar a hacer sushi. “Empezamos a organizar cursos de corta duración. Nos dimos cuenta de que en nuestra ciudad no se hacían talleres de solo una o dos tardes y descubrimos que funcionan muy bien”, explica Vallejo. “Son cápsulas de aprendizaje de croché, costura a mano, costura a máquina, decoración… Y siempre, al acabar el curso, el participante se lleva un objeto que ha hecho él mismo. Queremos que se quede con la sensación de que ha sido capaz de crear algo. Además, hacemos otro tipo de talleres más largos, de asistencia durante un mes o así, para desarrollar labores más complejas como tejer un jersey”.
En enero de este año estrenaron tienda en su web. Muchas personas les escribían diciendo que les encantaría asistir a las clases y conseguir los materiales pero no podían desplazarse hasta la ciudad andaluza. Las actividades que proponen en sus talleres (en la galería sevillana El butrón) y que muestran en sus tutoriales se convirtieron en un paquete. En una caja hecha a mano, como todo lo que hacen, meten los materiales y las instrucciones para llevar a cabo una manualidad.
“A veces es difícil saber dónde encontrar los materiales que necesitas para hacer algo”, comenta Vallejo. “En el kit incluimos todo lo que necesitas pero a menudo dejamos que el comprador decida, por ejemplo, el color de los rotuladores o de las telas porque no queremos que sean proyectos cerrados”.
Cada kit va firmado por la persona de I Do Proyect que lo ha diseñado. La firma es la invitación a que el comprador contacte con ella en caso de tener cualquier duda o quiera hacer alguna sugerencia. “Nos parece muy importante crear comunidad. Cuidamos la conversación con todas las personas que nos llaman o nos escriben”, afirma la sevillana.
El interés por crear cosas propias y derramar creatividad sobre cualquier objeto es tan antiguo como el humano mismo. Pero no hace falta ir tan lejos. William Morris lo describió así, en 1848, en su ensayo El arte bajo la plutocracia. “El placer que debiera ir asociado a la fabricación de todo objeto de artesanía tiene por fundamento el vivo interés que todo hombre saludable siente por una vida sana y se compone principalmente, en mi opinión, de tres elementos: variedad, esperanza de creación y la autoestima que se deriva del sentimiento de ser útil a los demás”.