De White Lotus a House of the Dragon, pasando por Saltburn, una nueva ola de ficción está reviviendo un viejo tabú: el incesto. O, más bien, su versión softcore, con nombre propio y etiqueta exportable: fauxcest. Una fantasía artificial con actores que no comparten ADN pero que escenifican relaciones prohibidas para perturbar, intrigar y, sobre todo, enganchar.
¿Qué hay detrás de esta nueva obsesión de los guionistas con el sexo entre hermanos, primos y demás parientes más o menos simulados? El doctor Justin Lehmiller, investigador del Instituto Kinsey y asesor científico de We-Vibe, lleva años estudiando las fantasías sexuales y parece tenerlo claro. «En mi investigación, el incesto es bastante infrecuente y no llegó al 3% el número de adultos que reconoció fantasear con el incesto con frecuencia. No estamos ante un deseo popular, sino ante un fenómeno cultural. El objetivo no es excitar, es escandalizar».
Lehmiller señala que el fauxcest comenzó a asomar la cabeza hace más de una década, primero en el porno, donde se acompañaba de avisos para dejar claro que los actores no estaban realmente emparentados. «Fue en los últimos 10-15 años cuando estas representaciones empezaron a ser comunes, tanto en medios populares como en el porno. Esto coincidió con un aumento de los debates sobre el tema en redes sociales».
Pero si hay un momento clave, un punto de inflexión, ese fue el estreno de Juego de tronos. «No empecé a recibir peticiones de los medios sobre este tema hasta que se estrenó esa serie. Su popularidad masiva fue determinante», recuerda Lehmiller. A partir de ahí, el incesto dejó de ser algo marginal para convertirse en un recurso narrativo válido en el prime time.
Tabú, pero funcional
El incesto no es nuevo en la narrativa cultural. Ha estado presente desde los mitos griegos hasta las tragedias shakesperianas. Pero en el audiovisual moderno, se convierte en una herramienta más, una forma de tensar la cuerda, de probar hasta dónde se puede llegar. «El incesto se ha utilizado como recurso argumental desde hace mucho tiempo. Algunos creadores lo usan para explorar tabúes, moralidad o dinámicas familiares. Pero muchas veces se emplea simplemente para escandalizar», afirma Lehmiller.
Y si hablamos de escándalo, White Lotus ha sabido subir la apuesta. A diferencia de Juego de tronos o La casa del dragón, que se centraban en el incesto heterosexual, White Lotus introduce una historia de incesto entre dos hermanos del mismo sexo, con desequilibrio de poder, diferencia de edad, consentimiento difuso y el uso de drogas y alcohol. No es solo un tabú, son varios a la vez.
¿Es casualidad? Lehmiller duda. «La superposición de tabúes sexuales ha contribuido sin duda a que la gente hable tanto de la serie. Si fue una estrategia deliberada o coincidencia, solo lo saben los creadores. Pero el efecto está conseguido: incomodidad y fascinación simultáneas».
El shock como recurso narrativo
El fauxcest parece haber ocupado el lugar que en otras épocas tenían otros tabúes. Según Lehmiller, los medios siempre están traspasando límites en las representaciones sexuales. Antes era tabú mostrar relaciones interraciales o mujeres solteras teniendo sexo casual. Hoy a nadie sorprende. Y lo mismo ocurre con el desnudo integral, que fue raro durante mucho tiempo y ahora es habitual. Así que, cuando lo que antes escandalizaba deja de hacerlo, el relato busca nuevas fronteras. Y ahí aparece el fauxcest.
Pero el doctor subraya que esto no implica una normalización del incesto en la vida real. «Ver algo muchas veces en pantalla puede hacer que pierda parte de su valor de conmoción. Pero eso no significa que la gente lo acepte socialmente. El incesto sigue siendo el tabú por excelencia».
El investigador reconoce que el tema genera una reacción muy concreta en el público: curiosidad. «La pregunta que recibo con más frecuencia es por qué estamos viendo esto por todas partes». La respuesta está en cómo funcionan los mecanismos del entretenimiento y en la necesidad constante de sorprender. «Si un tabú se pudiera predecir, no funcionaría. Su eficacia está en lo inesperado. Por eso es difícil anticipar cuál será el próximo».
Sin embargo, hay pistas. «Películas como Saltburn nos muestran que hay un interés creciente por hibridar tabúes y explorar zonas incómodas. Y filmes como La sustancia me parecieron fascinantes precisamente porque eran perturbadores, pero también hipnóticos en su manera de cuestionar el cuerpo, el sexo, la belleza y la identidad».
Lo que queda claro es que el fauxcest, por incómodo que resulte, no está aquí por accidente. Es parte de una estrategia narrativa que usa el escándalo como pegamento para la audiencia. Y funciona. Como dice Lehmiller, «es algo que sabes que no debes ver y que hace difícil apartar la mirada».