Así se visitarán los museos en el futuro (y ya, si quieres)

En el interior de un edificio del siglo XIX están duplicando el mundo. En el número 8 de la calle Londres, en el corazón de París, treinta ingenieros hacen una copia exacta de obras de arte, documentos históricos, museos y maravillas de la antigüedad. La misión comenzó en una oficina de Google en 2011. La compañía llevaba tiempo construyendo una versión digital de las calles y los caminos del planeta en Google Maps.

Pero eso era de puertas afuera. Esto es un asunto distinto. Ahora están abriendo las pinacotecas y los centros de arte a todos los terrícolas con una conexión a internet. Es lo más parecido al teletransporte de puertas adentro, lo único que había conseguido situar a un tipo de Kazajistán frente a La Gioconda sin salir de su habitación.

El Instituto Cultural de Google empezó haciendo réplicas digitales de cuadros, esculturas y edificios en fotografías, vídeos y panorámicas en 360 grados. Pero las leyes físicas de la tecnología se rigen por el efecto tobogán: cuanto más avanza, más rápido va. Y, así, en sólo cinco años, han comenzado a crear experiencias de visitas mucho más sofisticadas. Algunas galerías, óperas, teatros y representaciones artísticas de este archivo mundial se muestran también en realidad virtual. El espejismo del ansiado teletransporte ha dado un paso más: del que mira una pantalla al que se pone unas gafas para sentirse en un lugar distinto al que posan sus pies.

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Big Wall

[L]lueve en París. Nada insospechado para una mañana de finales de marzo. En el edificio neoclásico donde en 1861 se instaló la Compañía del Ferrocarril de Francia, hoy hay unas letras de colores que indican ‘Google’. La oficina parisina de esta empresa que ha partido la historia de la humanidad en analógica y digital ocupa los más de mil metros cuadrados donde hace dos siglos floreció la revolución industrial. Parece que el antiguo Hotel Vatry es suelo tecnológicamente fértil.

Ahí está el Instituto Cultural de Google desde diciembre de 2013. Esta fundación nació en 2011, pero hasta que llegó a París había vivido en la nube. Ellos hicieron el viaje contrario. Pasaron del trabajo digital a un edificio de ladrillo con tanta historia a sus espaldas que, a pesar de su exquisita restauración, podría albergar a esos seres que ni están hechos de píxeles, ni de carne y hueso: los fantasmas.

La idea surgió de un empleado de Google. Amit Sood, durante su infancia en India, no pudo visitar ninguno de los museos donde se hallaban las obras de arte que estudiaba. París, Roma, Londres o Madrid quedaban demasiado lejos. En 2010 el joven presentó un proyecto de digitalizar las piezas más relevantes del mundo y la compañía le concedió que utilizara el 20% de su tiempo a ese fin. Sood quería descubrir cómo se podían aplicar todas las herramientas tecnológicas que estaban transformando el mundo al ámbito de la cultura.

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The Lab

El plan prosperó y un año después apareció Google Art Project, una plataforma en la que diecisiete museos exponían sus obras en la Red. Era la primera vez que una persona podía dar un paseo virtual por un museo desde su móvil y también la primera vez que un aficionado o un investigador podían acercarse hasta los detalles más recónditos de una obra de arte. Nunca nadie había tenido en sus manos un zoom más potente.

Al poco tiempo, añadieron documentos históricos a esta plataforma y se convirtió en el Instituto Cultural de Google. Y ya no paró de crecer. Cada día se unen nuevas instituciones de arte y archivos históricos. Hoy colaboran en este proyecto sin ánimo de lucro más de mil instituciones de 70 países. Entre ellas, el Museo Reina Sofía, el Thyssen, el Museu Nacional d’Art de Catalunya, el Teatro Real o el archivo documental de la Agencia EFE.

Juntos están construyendo este espacio digital con más de 200.000 obras de arte y seis millones de fotos, vídeos, manuscritos y otras piezas de valor histórico y cultural. Aquí se guardan las cartas que escribió Nelson Mandela desde la cárcel o los documentos que recogen la construcción de la Torre Eiffel. Desde la página se puede explorar el Museo Británico, el Moma, la National Gallery, las pirámides del Cairo, Pompeya, los volcanes de Islandia, la Ruta 66 de EEUU, el arte urbano de Sao Paulo, la gran barrera de coral de Australia o una máscara del primer neolítico.

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[E]n la sala de visitas hay un par de termos y unos bollos de dimensiones francesas. Frente al país que adora el ‘big’ y el ‘refill’ para que la taza de café siempre esté rebosando (EEUU, donde reside la sede de Google), en Francia, las porciones son elegantes, comedidas y con poca grasa.

El director del Instituto Cultural de Google, Laurent Gaveau, está sentado en un sillón. Ha llegado a la hora acordada para presentar este centro. Su ropa, su postura y su exquisitez dejan constancia de que este máster en musicología por la Sorbona fue asistente del director de comunicación del Palacio de Versailles, jefe de proyectos de jazz y clásico en Universal Music, y empleado en la Ópera de París y el Centro Pompidou. «Desde este instituto intentamos sacar el arte de los museos», explica. «Queremos poner la cultura al acceso de todo el mundo y preservar las obras de arte, especialmente las que corren el riesgo de desaparecer: el arte urbano, porque está en la calle, y el arte en zonas en conflicto».

Al principio sólo pensaron en las salas de las pinacotecas, pero, al poco, se dieron cuenta de que con sus cámaras podían llegar a lugares insospechados. Lo más interesante del arte no se halla sólo en las habitaciones donde se exhiben las piezas. En sus sótanos y sus azoteas hay escenarios igual o más fascinantes.

«En la Ópera de París descubrimos que hay un lago de un metro de profundidad», relata el francés. «Es una cisterna y es parte de la historia del edificio. Hasta viven peces ahí». Ese lugar sólo se puede contemplar entrando por esta plataforma. El acceso al público está prohibido. Incluso alguien que acude a esta edificación jamás podría verlo. Ocurre igual con el tejado. Las cámaras de Google subieron a la azotea para grabar unas vistas de la ciudad que antes nadie podía ver. Ahora están en todas las pantallas conectadas a internet y en las dos plataformas móviles: Android y iOS.

La web del Instituto Cultural de Google tiene 50 millones de usuarios únicos al año. La cifra es todavía discreta para una compañía que en 2011 vio cómo entre su buscador, Gmail y YouTube superaba los mil millones de usuarios únicos. Pero la media de tiempo que sus visitantes pasan en la web es altísima: tres minutos. Esto que en la dimensión humana no es nada supone una eternidad en internet.

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[U]nos peldaños blancos llevan al laboratorio del Instituto Cultural. Ahí investigan cómo la tecnología puede potenciar el arte y mejorar las visitas a los museos. «La innovación surge cuando nos formulamos preguntas importantes», indica Gaveau. En la pared han instalado una pantalla interactiva de 65 metros cuadrados y 25 megapíxeles de resolución llamada Big Ball. Ahí muestran el viaje para descender hasta las profundidades de la mirada más afilada del mundo. De la imagen de una pintura a tamaño real llegamos hasta lo más remoto del átomo.

—Tengo la sensación de estar en caída libre dentro de un cuadro, pero esto debe de tener una explicación. Y posiblemente sea tecnológica.

—La imagen de una obra está formada por miles de imágenes. Dividimos una pintura en miles de partes y hacemos una foto de cada una de ellas. Aunque se ve como un todo, en realidad, está construida por fotografías de partes muy pequeñas a muchísima calidad. Por eso se puede hacer un zoom tan brutal —explica el director.

En esta sala horizontal, de suelo y techo ultrablanco, hay un robot en una esquina. «Hace cinco años sólo teníamos coches de Street View para grabar. No había nada para interiores y tuvimos que crear nuevas máquinas para espacios cerrados», indica Gaveau. «Ese es el primer prototipo. Hace dos años creamos otro mejor que toma unas fotos con una resolución increíble».

Google invita a artistas a este laboratorio para que trabajen junto a sus técnicos en la búsqueda de nuevas herramientas. El último invento, llamado Tilt Brush, es un pincel que dibuja figuras en realidad virtual. Gran parte del arte del futuro no será plano ni se ceñirá a las dos dimensiones. Las obras tendrán volumen y se podrán tocar sus píxeles. Hoy, para hacer esto, el artista necesita vestir unas gafas sofisticadas y unos guantes, pero en unos años, la tecnología se irá haciendo invisible y es probable que el pintor no lleve encima más que el color de su piel.

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Tilt Brush

[D]etrás de una puerta hay unas escaleras que llevan a un estudio en la planta de arriba. Ahí diseñaron las gafas de realidad virtual de Google. La finalidad de las cardboard es dotar de tres dimensiones a la imagen que se mira a través de las lentes y para eso se emplea un método que ya exploraban en el siglo XIX: la estereoscopía.

«Es una de las tecnologías más apasionantes en las que estamos trabajando ahora», comenta uno de los inventores de las cardboard, Damien Henry. «La sensación de volumen se produce porque un ojo mira una imagen y el otro ojo mira otra. Este efecto para engañar al cerebro existe desde hace más de cien años. Es muy sencillo».

Hace tres años Henry comenzó a pensar que la realidad virtual no era algo tan complejo. «Tratamos de entender cómo funcionaba. Investigamos y descubrimos que había muchos vídeos en YouTube que mostraban cómo hacerlo», cuenta el francés. «Probamos y nos dimos cuenta de que nosotros podíamos llevarlo a cabo».

Damien Henry señala un tablero alto de madera y dice: «Todo empezó sobre esta mesa. Aquí elaboramos el primer prototipo y aquí hemos hecho el último, con este cuchillo para cortar el cartón y unas lentes que buscamos en internet».

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En 2015 viajaron a la sede mundial de Google en California (EEUU) para mostrar esas gafas de cartón y convencer a sus jefes de que debían apostar por ellas. Fue fácil conseguir la aprobación de los de Mountain View. Nada más volver a París, el equipo del Instituto Cultural presentó el prototipo en internet. «Queríamos que creciera muy rápido. Sabíamos que este dispositivo sería mucho más poderoso si combinaba la alta tecnología de la realidad virtual con un material tan sencillo como el cartón. Así es más fácil que llegue a más personas. Cualquiera puede hacerlo incluso sin impresora 3D».

En la web de las cardboard publicaron también cómo se pueden construir las gafas. «Es un proyecto de código abierto. Incluso hay libertad para que otros lo comercialicen», especifica el ingeniero. «Por eso ya hay más de cinco millones de cardboard en el mundo. Al publicar el proyecto surgió una comunidad que ha ido compartiendo información y mejorando el producto. Incluso muchas personas se compraron gafas estereoscópicas antiguas. Estas viejas tecnologías se han puesto de moda».

El pasado y el futuro se cruzan entre las dos lentes de estos binóculos. Dice Henry que le encantaría ver pronto las cardboard en los colegios para que los niños se puedan teletransportar a museos y otros lugares del mundo sin salir de clase. En su departamento de ingenieros, al menos, trabajan para eso. Para diseñar los aparatos del porvenir. Por eso en esta sala no permiten fotografiar las pantallas de los ordenadores. Porque el futuro siempre ha de ser secreto. En lo divino y lo empresarial. Así que no queda otra. Aún toca esperar para conocer lo que vendrá después de los trenes, de internet y de las gafas que llevan a otros mundos.

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Teatro de San Carlo de Nápoles

3 Comments ¿Qué opinas?

  1. Muy bueno e inspirador artículo. No hace mucho que sigo tu revista/blog, y todo me parece inspirador, novedoso y refinado… y un lugar en donde no falta la critica por supuesto.
    Además me gusta tu estilo Mar, yo tambien tengo un blog sobre tecnología y cultura (Xperimenta Cultura)… vamos que te tengo como referente. Gracias

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