La isla en el fin del mundo necesita un nuevo diseño

«Todos somos islas gritándonos mentiras los unos a los otros a través de mares de incomprensión».
Rudyard Kipling. La luz que se apaga.
Eres arquitecto o urbanista? ¿Paisajista? ¿Concept artist? Seguro que una de tus ilusiones es proyectar una ciudad de arriba a abajo. Diseñar no solo el trazado de las calles y las plazas, sino también los edificios, las fachadas y hasta las puertas y ventanas. Pues ahora tienes una oportunidad única para hacer realidad tu sueño, porque el gobierno de Tristán de Acuña ha convocado un concurso internacional para remodelar completamente su capital, Edimburgo de los Siete Mares.
El único problema es que Edimburgo de los Siete Mares está a tomar por el saco. Literalmente. Tristán de Acuña es una isla situada en el Atlántico Sur, a unos 8.500 kilómetros de distancia de Europa y a más de 2.000 de cualquier lugar civilizado del planeta.

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Aquí.

De hecho, con su perfil montañoso, sus rocas volcánicas y sus brumas prácticamente perennes, Tristán se parece más a las localizaciones que Steven Spielberg buscaba para Jurassic Park que a una isla habitada. Pero lo está.
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Fotografía: NASA (DP).

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Fotografía: Brian Gratwicke (CC).

El archipiélago está formado por la epónima isla principal, la isla de Gough, las islas Nightingale y la muy adecuadamente denominada isla Inaccesible. En total suman una superficie de poco más de 185 kilómetros cuadrados con una población de 302 personas a fecha de 2015. Todas viviendo en Edimburgo de los Siete Mares.
Tristán de Acuña no deja de ser una dependencia de Santa Elena (el lugar habitado más próximo, aunque se encuentra a 2.173 kilómetros al norte) que, a su vez, es un protectorado del Reino Unido desde que fue anexionado por la Corona Británica en 1816. En efecto, en Tristán se habla inglés y la moneda oficial es la libra esterlina pero los tristanians se enorgullecen de vivir en el trozo de tierra más remoto del mundo. De hecho, la grotesca meteorología solo permite el acceso a la isla durante 60 días al año. Y en trayectos marítimos de entre 7 y 10 días, porque Edimburgo de los Siete Mares no tiene ni aeródromo ni aeropuerto y la única manera de llegar por vía aérea es en hidroavionetas, cual remedos modernos de Indiana Jones al principio de El Templo Maldito.
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Fotografía: RIBA.

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Fotografía: Brian Gratwicke (CC).

Y digo moderno por no decir antiguo pues, en realidad, Tristán es una cápsula del tiempo autoimpuesta.  Son los tristanians los que han decidido vivir tan alejados como ajenos al discurrir del resto de la civilización, lo cual es curioso cuando se conoce un poco su historia. Descubierta en 1506 por el navegante portugués Tristão da Cunha, de quien tomó el nombre y, como ya hemos dicho, incorporada al Imperio Británico a principios del XIX, el archipiélago formó una pequeña comunidad autosuficiente que vivió más o menos en apacible tranquilidad hasta mediados del siglo XX.
En 1961, un respiradero del volcán Queen Mary’s Peak -que domina la isla- entró en erupción obligando a evacuar a toda la población. Las más de doscientas cincuenta personas que vivían en ese momento en la isla fueron realojadas ni más ni menos que en la localidad británica de Calshot. Como era de esperar, el contraste entre la relajada existencia en medio del Atlántico Sur y el ajetreo de la Inglaterra de los 60 provocó un formidable choque en las vidas de los tristanians. Sin embargo, las consecuencias no fueron las previsibles: lejos de olvidarse de su isla y abandonarse a las ociosas comodidades del mundo moderno, los desplazados se sintieron, efectivamente, desplazados.  En 2013, el profesor de la Universidad del País Vasco  Óscar Álvarez Gila escribió al respecto que «[la experiencia] en realidad reforzó su estructura y su conciencia grupal que resultaron, por tanto, en dificultades para su esperada adaptación».
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El único hostal en Edimburgo de los Siete Mares. Fotografía: Brian Gratwicke (CC).

En efecto, tras pasar unos pocos años en la metrópoli, y una vez extinguido el peligro volcánico, los tristanians regresaron a su lugar en el mundo. Por pequeña y remota que fuese, por atrasada que pudiese parecer respecto a Europa, Tristán de Acuña era su isla. El regreso de los realojados supuso una decisión incomprensible para el mundo occidental y, de hecho, fue el eje conductor del estupendo libro Crisis in Utopia, escrito por el sociólogo noruego Peter Andreas Munch en 1971.
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La cetácea veleta de la iglesia. Fotografía: Brian Gratwicke (CC).

Con todo, la vida sencilla y pacífica en el fin del mundo no podía durar así para siempre, y lo que ha obligado a las autoridades de Tristán a replantearse su existencia – o al menos, su forma- ha sido lo mismo que nos mueve a casi todos: la impasible rueda económica. Hay que entender que la economía del archipiélago se sustenta esencialmente en la pesca y, como las moratorias y la climatología dificultan progresivamente la actividad, el coste de la vida se está encareciendo progresivamente hasta el punto de hacer casi imposible la vida en la isla. Y eso es lo último que los tristanians quieren hacer: abandonarla.
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Sí, la bandera de Tristán de Acuña incluye dos langostas «rampantes». Fotografía: Brian Gratwicke (CC).

Por eso, y aprovechando el 200 aniversario de la anexión a la Corona británica, el gobierno isleño, con la ayuda del RIBA (Royal Institute of British Architects), ha convocado un concurso  internacional para la remodelación no solo de la capital, sino de prácticamente toda la isla.  Según las bases de la competición: «Es fundamental que se encuentren soluciones rentables a largo plazo para mejorar la comunidad, hacer edificios energéticamente eficientes y reducir el coste de la vida de la población». Por ejemplo, como el puerto solo permite su uso durante 60 días al año, es imperativo el diseño y construcción de uno nuevo o al menos la mejora del existente. De igual manera, y precisamente para no tener que depender exclusivamente de la pesca, se deben proponer sistemas de aprovechamiento del suelo para poder ser usado como terreno agrícola y granjero. Las bases también alientan a los competidores a que propongan nuevos sistemas de mantenimiento y reciclaje del agua potable.
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Los edificios administrativos no son precisamente imponentes. Fotografía: Brian Gratwicke (CC).

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El supermercado. Fotografía: Brian Gratwicke (CC).

Con todo, quizá lo más necesario sea el replanteamiento general de los edificios. Todas las construcciones de Tristán –incluyendo las gubernamentales- sufren un gradual pero imparable proceso de deterioro, no solo por culpa de la climatología sino también por los propios materiales constructivos –esencialmente maderas y chapas metálicas- y las dificultades en su mantenimiento. Además, aunque los edificios están expuestos a la constante humedad del océano, la mayoría no cuenta con aislamiento ni calefacción. Por este motivo, las bases piden propuestas que proporcionen el tan necesario bienestar térmico pero también que sean ecosostenibles, para que la isla pueda así desembarazarse de su actual dependencia del gasoil.
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En la isla existen pequeñas instalaciones destinadas al control del cumplimiento del Tratado de Prohibición de los Ensayos Nucleares. Fotografía: The Official CTBTO Photostream (CC).

Seguramente Tristán de Acuña nunca se parezca a un lugar perteneciente a la civilización del siglo XXI y ni siquiera lo necesite pero, en este momento, está pidiendo un poco de pensamiento, reflexión y tecnología contemporánea. Si eres arquitecto, urbanista o diseñador, quizá puedas mejorar la vida de un pequeño grupo de personas que lo único que quiere es poder seguir viviéndola en el fin del mundo.

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