‘It’s a Wonderful Life’, la otra cara de la adicción

17 de febrero de 2020
17 de febrero de 2020
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La adicción tiene muchas caras. Y todas las han intentado captar David Simón y Blanca Galindo en su ensayo It’s a Wonderful Life. Esta pareja, creativa y sentimental, lleva muchos años disparando fotos a cuatro manos bajo el nombre de Leafhopper. Su primer trabajo versaba precisamente sobre la adicción, un tema recurrente al que volvieron una segunda y ahora una tercera vez. Por eso en esta ocasión han querido aproximarse al tema desde una perspectiva más humanista, más poética. Más aterradoramente cercana.

It’s a Wonderful Life retrata a gente normal con adicciones extravagantes. Viendo sus fotos sería difícil adivinar qué sustancia o actividad les quita el sueño y la vida. Y eso hace que sea más fácil empatizar con ellos. También ayuda el enfoque de gran angular desde el que Simón y Galindo han querido enfocar el tema. Este ensayo trata sobre la adicción, cierto, pero a través de ella se analizan temas como la falta de conexión emocional, la falta de identidad, el individualismo, la globalización o el consumismo.

Las fotografías sirven como telón de fondo contextual, el texto, como relato, que va introduciendo poco a poco al lector en un mundo que no parece tan ajeno. Ayuda la cuidada y estética selección de retratos, bodegones y planos microscópicos. La adicción no siempre tiene forma de aguja, botella o papelinas. A veces se encarna en formas más suaves y bellas.

«Al pensar en una adicción vienen a la mente imágenes más salvajes, más directas», reconoce Galindo, «pero nosotros queríamos hacer algo más limpio y sutil». Su idea desde el principio fue retratar las adicciones a sustancias, pero también las de comportamiento. Ese principio se retrotrae a febrero de 2015, cuando empezaron a estudiar e investigar sobre el tema. Constataron entonces que la adicción no la determina tanto la sustancia como la personalidad. Para determinadas personas el gimnasio, la comida, el dinero o la cirugía estética pueden ser tan adictivos como la heroína.

«Estuvimos como un año dándole vueltas hasta que cogimos la cámara», recuerda Simón. «Y fue a raíz de vivir con Kaisi que nos decidimos a hacerlo». Kaisi es un fotógrafo de Kuala Lumpur, la ciudad donde vive esta pareja nómada. Fue su compañero de piso durante unos meses. «Sabíamos que consumía, pero hasta que convivimos con él no éramos conscientes de que realmente era un adicto», explica Simón. «Se pasaba días consumiendo metanfetamina, la fumaba en pipa, en su habitación… fue bastante duro».

Aquella fue la primera foto que empezó a dar forma a It’s a Wonderful Life. Le seguirían cientos de instantáneas, disparadas en México, China, Vietnam o España. «Al principio intentámos que todas las fotos tuvieran una unidad estética», explica Galindo, «pero fue muy difícil, así que al final optamos porque tuvieran un fondo neutro y poco más». No fue la única dificultad con la que se encontraron los fotógrafos. Al estar hablando de adicciones pocas personas querían dar la cara. Es complicado llamar a alcohólicos anónimos y pedirles que dejen de ser anónimos.

Así durante años las fotos se fueron acumulando, pero el foco permaneció fijo. Surcaron países distintos, entrevistaron a personas con bagajes diferentes, pero el tema se iba definiendo y ganando en consistencia. Querían historias pequeñas que compusieran algo más grande. Este ensayo fotográfico tiene una vocación global, a fin de cuentas, la adición es un problema transversal que afecta e infecta todas las culturas. Pero Simón y Galindo reconocen que hay matices culturales también a la hora de engancharse.

Cuando mencionan el centro de workaholics anónimos con el que contactaron, uno no puede evitar preguntarle de dónde era intuyendo que su ubicación estará en algún lugar del lejano oriente. Y los fotógrafos confirman los prejuicios al explicar que estaba en Hong Kong. «Es verdad que hay un componente cultural que explica algunas adicciones», concede Galindo, «pero se está diluyendo con los años por la globalización».

Cuando se les pide un ejemplo, ambos posan su mirada en China. «Nos llamó mucho la tención en China lo tangible que es todo el tema de la cirugía estética», explica ella. «Y del lujo», apostilla él. «Lo del lujo se puede entender», desgrana Galindo, «porque vienen de una represión comunista, en plan: «Hemos sido todos iguales y ahora lo que quiero es diferenciarme, demostrar que yo tengo más estatus que tú»». Por eso su lujo es mucho más pornográfico, menos sofisticado, más bling bling.

Respecto a la cirugía destacan que en China hay un canon muy definido y marcado, casi monolítico. Todas las mujeres quieren ajustarse al mismo y las operaciones no son sino un difuminador de personalidades en pos de esa imagen única. «Aunque bueno, igual ellas piensan lo mismo de las occidentales», reflexiona Galindo. Es este uno de los puntos fuertes de It’s a Wonderful Life, que hace pensar y reflexionar, incluso a sus autores.

Antes de la vida tal y como la entendemos estaba el aburrimiento cósmico. Así es como el bioquímico Carlos López Otín se refiere a la existencia, plana e infinita, de los organismos unicelulares que poblaron la tierra durante miles de millones de años. La vida, tal y como la conocemos, surgió cuando estos organismos decidieron agruparse en seres pluricelulares. Pero con la vida llegó la muerte y estos nuevos organismos se enfrentaron por primera vez a una existencia finita. Fue la necesidad de conexión lo que hizo que surgieran la vida y la muerte.

It’s a Wonderful Life arranca desgranando esta teoría bioquímica, para enlazar con la idea de que nuestra necesidad de conectar nos lleva muchas veces a la destrucción. «Cuando leímos todo esto en una entrevista que le hicieron el El País Semanal nos estalló la cabeza», comenta Simón. «Nuestro trabajo habla de eso, de la necesidad de conectar, por eso nos cuadraba. Además, nos gusta vernos como eso, un universo de bichitos en donde pasan cosas más allá de tu voluntad».

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