«¡Facebook, Facebook! ¡WhatsApp, WhatsApp!». Millares de seguidores de Jair Bolsonaro, envueltos en banderas verdes y amarillas, invocan los nombres de sus redes sociales preferidas en la plaza de los Tres Poderes, en Brasilia. Es el 1 de enero y faltan pocas horas para la investidura del primer presidente de extrema derecha desde la redemocratización de Brasil.
La expectativa es máxima entre los bolsominions, como son llamados por la oposición en alusión a los personajes amarillos de la película de animación Los Minions. Algunos increpan a los periodistas de los medios tradicionales, al mismo tiempo que ensalzan las aplicaciones que, en sus propias palabras, les han otorgado la libertad.
No es la trama de un film y sí la distopia que se vive desde hace seis meses en Brasil, uno de los lugares más conectados del mundo y en los que se tuitea con más frecuencia. El país más grande de América Latina cuenta con 140 millones de usuarios activos en la red, lo que corresponde al 66% de la población. Allí el 61% de los internautas accede a las redes sociales a través del móvil y de las tabletas.
Durante las elecciones presidenciales de 2018, la combinación perfecta de uso extensivo de los medios sociales y una campaña repleta de fake news otorgó una victoria holgada a Jair Bolsonaro. El asesoramiento de Steve Bannon, experto en medios de Estados Unidos y otrora jefe de campaña de Donald Trump, también jugó un papel importante para el triunfo de un diputado del bajo clero del Parlamento brasileño, conocido por sus declaraciones de tinte homófobas y machistas, y por su escasa productividad en la Cámara. En 27 años de carrera política solo consiguió aprobar dos proyectos de ley.
Bolsonaro ya reinaba en las redes sociales antes de alcanzar la presidencia. Sin contar con apoyos en el Parlamento ni tampoco con publicidad gratuita en la televisión, descubrió en la campaña el poder de Twitter, donde tiene 4,5 millones de seguidores. Hoy Bolsonaro parece seguir los pasos de Trump y de otros líderes populistas, como el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, que transformaron las redes sociales en vehículos oficiales de comunicación de sus gobiernos y la prensa, en el blanco de sus ataques.
Hoy el presidente brasileño usa Facebook Live para comunicarse con su base electoral y ofrecer una imagen cercana y campechana. Se sirve de Twitter incluso para despedir a altos cargos de la administración pública. Es lo que hizo a principios de año con el presidente de la Agencia Brasileña de Promoción de las Exportaciones e Inversiones (Apex), Alex Carreiro. Bolsonaro anunció el nombramiento de su sustituto, el embajador Mário Vilalva, a través de la red social antes incluso de que el ejecutivo despedido fuese informado de forma oficial.
Pero, sin duda, el momento tuitero más surrealista ocurrió en pleno carnaval, cuando el presidente publicó en su cuenta oficial un vídeo en el que un hombre orinaba encima de otro en una calle de São Paulo. «En esto se han convertido muchas comparsas callejeras del carnaval brasileño. Comente y saque sus conclusiones», escribió el mandatario brasileño.
Poco después, publicó otro tuit en el que preguntaba: «¿Qué es la golden shower (sic)?». Las reacciones de sorna y escándalo de los internautas acapararon las redes sociales durante días. Después, los autores del vídeo informaron que se trataba de una performance artística para sensibilizar sobre la identidad de género. Toneladas de críticas llovieron sobre el presidente por manchar la imagen de la fiesta más popular de Brasil.
Para algunos, Bolsonaro es una especie de Trump tropical por el uso obsesivo de Twitter y por su estilo gamberro. Para otros, no pasa de un «fiscalizador del culo ajeno», expresión inventada por su detractores a raíz de su animadversión hacia el colectivo LGBTI.
Hace años que el actual presidente ataca de forma indisimulada a los homosexuales. El mismo hombre que llegó a afirmar en un programa de televisión que prefiere tener un hijo muerto que un hijo gay, dijo recientemente, ya en calidad de mandatario, que el Tribunal Supremo necesitaría nombrar a un juez evangélico. Fue su respuesta a la reciente decisión de la Corte Suprema de criminalizar la homofobia en unos de los países del mundo que mata más gais y travestis.
El pasado mes de abril Bolsonaro mostró preocupación por otra cuestión que definió como «alarmante»: las amputaciones de pene en Brasil. Sus peculiares declaraciones salieron a colación durante una visita al Ministerio de Educación, en la que el presidente reveló que cada año un millar de varones pierden este miembro del cuerpo por «la falta de agua y jabón». Bolsonaro enfatizó la necesidad de encontrar una solución. Su discurso estrafalario dejó boquiabiertos a los tuiteros brasileños, entre otras razones, por la falta de conexión de este tema tan residual y la visita oficial.
HIJOCRACIA
Otro aspecto peculiar de la era Bolsonaro es la hijocracia. Tres de sus cuatro hijos varones han hecho fortuna en política. Por esta razón hay quien compara el clan Bolsonaro con la familia Kardashian. El hijo más joven es Eduardo, que está a punto de cumplir 35 años y que el año pasado fue el diputado más votado de la historia de Brasil, con 1,84 millones de votos. Desde que entró en política, su patrimonio personal ha crecido un 432%. Muy activo en Twitter y responsable del acercamiento a Steve Bannon, fue víctima del tuit menos halagador de su fulgurante carrera política. Su exnovia, la periodista Patrícia Lelis, afirmó en la red que Eduardo tiene un micropene, lo que originó una avalancha de memes.
La última polémica tiene que ver con sus aspiraciones diplomáticas. El presidente de Brasil, o sea, su padre, le ha prometido que será el próximo embajador en los Estados Unidos al día siguiente de cumplir 35 años. La noticia ha horrorizado a los profesionales de Itamaraty, el Ministerio de Exteriores. Las credenciales de Esuardo para ocupar la embajada más importante del planeta son haber viajado mucho y haber freído hamburguesas en un restaurante de comida rápida en los EE UU. Detalle: la prensa brasileña hizo una pequeña investigación y descubrió que el establecimiento donde Eduardo dice haber trabajado nunca tuvo hamburguesas en su menú.
Flávio Bolsonaro, de 38 años, fue elegido senador tras su paso por el Ayuntamiento de Río de Janeiro y hoy es quien más dolores de cabeza causa al clan Bolsonaro. Está siendo investigado por sospechas de haberse embolsado, a través de un testaferro, el salario de empleados fantasmas en su etapa como concejal de Río (una práctica ilícita común entre los políticos de Brasil). Flávio también ha sido acusado de haber contratado a familiares del jefe de la Oficina del Crimen, el grupo de milicianos y paramilitares acusados de realizar numerosas ejecuciones a sangre fría, entre ellas la de la concejala negra Marielle Franco.
Un papel especial juega Carlos, de 36 años, el nerd de las tecnologías que se ha ganado el apodo de «Cero Dos». Responsable de las redes sociales y de la estrategia de la campaña de su padre durante las elecciones presidenciales de 2018, es el hijo más cercano al presidente. Tuvo un papel muy activo en Brasilia en el período de transición del Gobierno, a finales del año pasado. Su nombre incluso fue tomado en consideración para la Secretaría Especial de Comunicación, con estatus de ministerio, pero el propio Carlos declaró públicamente que no ocuparía ningún cargo.
En su familia también le llaman pitbull por su actitud protectora y vigilante. En abril, Jair Bolsonaro reconoció públicamente que debe su elección a la destreza de su hijo Carlos con las redes sociales y que solo por esta razón mercería ser nombrado ministro. «El Twitter, el Facebook e Instagram no me quitan más de 30 minutos por día. Quien realmente me ayuda con esta coordinación es Carlos Bolsonaro y por eso muchas personas quieren alejarlo de mí. ‘Ah, el pitbull está interfiriendo’, dicen. Para mí, nunca interfirió en nada», dijo el mandatario.
Sus declaraciones parecían querer justificar el hecho de que Carlos estuviese despachando en el palacio presidencial durante la visita oficial de su padre a Estados Unidos. El fin era evitar que el vicepresidente Hamilton Mourão, un general del Ejército hábil y ambicioso, ejerciese el cargo de presidente interino que le garantiza la Constitución.
Su influencia es enorme y su humor, muy caprichoso. En el primer semestre de la era Bolsonaro ha conseguido forzar el despido de dos ministros. Tras una pelea con su padre, a finales de abril, Carlos cambió la contraseña para entrar a Twitter e impidió que el presidente de Brasil tuviese acceso a su cuenta durante tres días, según publicó la prensa local.
En el universo paralelo de las redes sociales también tiene un papel decisivo el escritor Olavo de Carvalho, ideólogo del bolsonarismo y gurú del presidente de Brasil. Es un personaje tan misterioso como extravagante, que reside en Virginia (Estados Unidos) desde 2005. Se presenta como filósofo, autor de una veintena de libros y profesor, aunque nunca llegó a terminar la carrera universitaria. Imparte cursos online en su canal de YouTube y lleva a cabo una cruzada digital contra el globalismo, el marxismo cultural y el feminismo. A sus 71 años, este astrólogo profesional dicta sentencias sobre la gestión de Bolsonaro a golpe de tuit.
Su influencia es tan grande que llegó a nombrar indirectamente a dos polémicos ministros (Exteriores y Educación) en el Ejecutivo. Para sus críticos, es la caricatura de la extrema derecha y del neoconservadurismo en Brasil. También suele criticar a los miembros del Gobierno desde Twitter. Famosas son sus peleas digitales con el vicepresidente Mourão, al que considera un rival peligroso y un político con demasiadas aspiraciones de poder. Las riñas alcanzaron niveles grotescos cuando Mourão le sugirió quedarse en la única función que desempeña bien, la de astrólogo, a lo que Olavo de Carvalho rebatió por Twitter llamándole «chaval analfabeto».
El escándalo más reciente estalló en junio. El periódico estadounidense The Intercept filtró conversaciones de Telegram que demostrarían la falta de imparcialidad del ministro de Justicia Sérgio Moro, que en calidad de juez del caso Lava Jato encarceló al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, impidiendo que se presentase a la elecciones. Glenn Greenwald, el periodista que publicó las revelaciones de Edward Snowden en el diario The Guardian y que fue homenajeado en la película de Oliver Stone, se ha convertido en el azote de Moro y Bolsonaro al publicar mensajes intercambiados entre el juez y los fiscales de Lava Jato, la mayor investigación contra la corrupción llevada a cabo en Brasil.
De ellos se deduce que Moro colaboró estrechamente con la acusación pública, algo prohibido por la Constitución brasileña, y que supuestamente actuó movido por intereses político. A lo largo de la campaña electoral Moro, convertido en nuevo héroe popular, fue la gran apuesta de Bolsonaro para mostrar mano dura contra la corrupción. Es posible que el rey del Whatsapp acabe siendo derrotado por Telegram.