En el arte suele haber vasos comunicantes. La música se conecta, en ocasiones, con la interpretación y el collage con la fotografía. En el caso de Jeremy Fish, este terreno en común es el de la ilustración y el skate. En realidad, no es nada nuevo: son dos mundos habitualmente entrelazados. Lo extraño, si es que se puede catalogar así, es que estas aficiones lo hayan aupado a ser uno de los mejores —o más representativos— del momento.
Puede que tenga que ver con que vive en San Francisco, con el auge de estas disciplinas a lo largo de las últimas décadas o con una simple y definitiva razón: su talento indiscutible. Fish se ha ido labrando una carrera versátil, donde el objetivo siempre ha sido disfrutar del proceso y actuar bajo el apego a lo que le rodea. Nacido en 1974 en Albany, perteneciente al estado de Nueva York, el estadounidense ha pasado de las tablas a las serigrafías y los murales.
Siempre con un estilo propio donde se conjuga el surrealismo con lo onírico y lo humano con lo animal, pasa de lo figurativo a lo barroco y del color explosivo a lo monocromo. Tras esas señas de identidad se adhiere su amor por la ciudad donde reside desde hace tres décadas: Fish no solo colabora con grandes marcas, sino que ayuda a pequeños comercios a mantenerse a flote con sus rótulos, participa en campañas municipales e incluso se compromete en proyectos locales sin ánimo de lucro para apoyar a los más vulnerables.
¿A qué se debe ese amor por esta urbe? «Elegí San Francisco porque es la capital mundial del skate, especialmente a mediados de los 90. Mi sueño era diseñar gráficos para el sector. También patinaba todos los días a esa edad. En agosto se cumplieron exactamente 30 años desde que me mudé a esta increíble ciudad», nos cuenta. Hay una razón de que siga prefiriendo esta costa a la este, donde creció: «Todos en Nueva York preguntan «¿Qué haces?», mientras en San Francisco es «¿Cómo estás?». Creo que esa conversación se traduce en el arte y en todas las demás facetas de la interacción humana».
«Siento que San Francisco es mucho menos competitiva y egocéntrica que Nueva York. Siempre la amaré profundamente, pero esa es una de las razones por las que nunca pienso en volver allí. En cambio, espero con ansias cada visita para ver a mi familia y amigos», añade el profesional, que acompaña este cambio de vida con los que ha dado su trayectoria. «Hace 30 años comencé a dibujar gráficos para tablas de skate. También estuve ocupado pintando y haciendo serigrafía durante esos años. Debido a las oportunidades en ese ámbito, pude crear una pequeña audiencia internacional para mis obras de arte».
Fish empezó a equilibrar esta carrera en la industria del skate con galerías y museos de todo el mundo. «Finalmente, pude dejar mi trabajo y convertirme en un artista independiente en lo que se ha erigido como una de las ciudades más caras de los Estados Unidos», indica con humor a unas semanas de participar en Moments: Festival Internacional de Subculturas Populares Contemporáneas & Artes Visuales, que tendrá lugar en Madrid, Sevilla y Málaga entre octubre y noviembre.
De esta forma, Fish siempre encara su producción con una mezcla de ilusión y modestia. «Empiezo recordándome a mí mismo lo afortunado que soy de tener este maravilloso trabajo. Luego me recuerdo que no debo dibujar lo mismo que en el proyecto anterior, porque quiero que mis obras de arte sean multifacéticas. Esta combinación de estilos, imágenes, mensajes y medios es de lo que estoy más orgulloso. Nunca quisiera que me vieran como un artista que solo hizo una cosa hasta el cansancio», comenta.
Gracias a esa faceta multidisciplinar, Fish solo se define de una manera: «¡Un artista muy afortunado!». No le gustan las etiquetas y huye del encasillamiento. De hecho, cuando anota sus influencias, habla de personajes tanto de su sector más concreto como de personalidades en el mundo del cine: «Dr. Seuss, Richard Scarry, Jim Henson, Jim Phillips, Barry Mcgee, Mike Giant, Todd Francis y muchos más», enumera. Esa inspiración se traduce en ilustraciones con significados muy diversos. «Con suerte, todas cuentan historias diferentes a personas diferentes», esgrime.
«Intento crear una distinta cada vez que levanto el lápiz y empiezo a dibujar. Algunos son más grandes, otros más pequeños, pero ninguno es más importante que el otro», concede Fish a la hora de describir esos términos manidos como ‘narrativa’ o ‘relato’. Entre sus creaciones están las imágenes que reformulaban monumentos o espacios míticos de San Francisco, las láminas que adornan todo tipo de pared, las gigantes elaboraciones en edificios o el modelo de una zapatilla, como la New Balance 480, que presentó hace unos meses.
Uno de los proyectos con los que más está disfrutando es un libro ilustrado de fábulas. Lo está haciendo junto a su madre. «Son sus versiones de cuentos tradicionales. Ella era bibliotecaria y maestra, y habíamos hablado de publicar un libro desde hace muchos años», explica. «Para llevarlo a cabo, leo sus palabras, la imagino enseñándome lecciones valiosas cuando era un niño pequeño y trato de encontrar una composición para un dibujo que amplifique mejor sus historias».
Jeremy Fish no suele basarse en sus propias vivencias. «Solo una parte de mi trabajo es autobiográfico. La mayoría está inspirada en gente que conozco, películas que veo, titulares de noticias, rumores que escucho, etcétera», aclara. Y asegura ser «una isla» en el mundillo. «Estoy más interesado en hacer arte que en perder el tiempo hablando de él y, como resultado, soy una especie de isla aislada en mi estudio. Intento ser lo más positivo, productivo y prolífico posible porque la vida es demasiado preciosa y corta para perder el tiempo hablando sobre el trabajo en el que no estás trabajando», anota.
Quizás por esa singularidad evita el debate sobre qué tipo de arte ha de incluirse en una galería. «No me considero un artista callejero, no sigo realmente este género y no me importa mucho lo que hay en los museos. Estoy más ocupado haciendo arte que hablando de él», incide. Cada vez se siente más libre y al margen de tendencias o modas. A esa independencia voluntaria se le incorporan las consecuencias de un imprevisto de salud.
Hace unos meses le descubrieron un aneurisma cerebral que pudieron curar con éxito. «Después de la cirugía, comencé a darme cuenta de lo breve y precioso que puede ser cada momento de la vida. Así que decidí centrarme en obras de arte que perdurarían mucho después de mi muerte. También comencé a centrarme en la reproducción, principalmente serigrafías, que era mi especialidad en la escuela», cavila.
Su objetivo, además, fue el de compartir el trabajo «con la mayor cantidad de personas posible», siendo «más accesible económicamente y menos elitista que las pinturas y dibujos originales más caros». También, alega, se alejó de las enormes ofertas de arte público, «a menos que fueran permanentes. No tengo tiempo que perder pintando murales que luego serán cubiertos con pintura. He cumplido 50 años y, al llegar al medio siglo, mi vida nunca ha sido mejor», sentencia Fish con convicción.