La pintura es luz, es color, es forma y volumen. Pero, ¿qué pasa cuando todo eso se desvanece? En el mundo actual la vista parece fundamental. Estamos rodeados de imágenes que luchan por captar nuestra atención, por sorprendernos. Parecería que la ceguera sería una sentencia definitiva para alguien que se dedica precisamente a eso, a crear imágenes de la nada, pero no es así en todos los casos.
Solo en nuestro país hay cientos de artistas con discapacidades visuales que siguen pintando. Sus obras suelen tener algo especial, aparte del mérito de haberlas pintado en desventaja con los artistas cuyos ojos funcionan perfectamente: tienen una perspectiva única, una sensibilidad que suele ir un poco más allá de lo normal. Son fruto de una voluntad especial y eso se nota.
Kelly Arrontes es una artista especializada en murales que nació en Valladolid, aunque actualmente reside en Barcelona. Kelly tuvo problemas visuales importantes desde niña, pero eso no le impidió licenciarse en Bellas Artes y desarrollar una prometedora carrera artística siendo muy joven. Posteriormente, por circunstancias que conoceremos un poco más adelante, se quedó solo con un 9% de visión. Ese gravísimo contratiempo no la hundió, sino que hizo que se reinventara para poder seguir viviendo de su arte.
«Prácticamente nací con un pincel en la mano», recuerda Arrontes, «mi madre ya era artista y, aunque tenía un estudio en casa, no pudo desarrollar su carrera debido a que era ama de casa. Eran otros tiempos. Yo, por estar con ella, hacía lo que fuera, y nos pasábamos el día pintando. Sin querer, me fui aficionando y ella enseguida se dio cuenta de que se me daba bien pero que tenía problemas con las formas».
Kelly había nacido con una enfermedad llamada miopía magna, un tipo de miopía muy grave que suele derivar, con el tiempo, en desprendimiento de retina, glaucoma, cataratas y, en muchos casos, ceguera. «De alguna forma, me enseñó a pasar de la vista y a utilizar otros sentidos para captar la realidad», recuerda la artista. «Por ejemplo, jugábamos a la gallinita ciega, tocábamos cosas y dibujábamos lo que habíamos tocado. Con cuatro años ya era capaz de pintar una cara. Lo que no sabía es que eso que me enseñó mi madre iba a ser clave en el futuro».
Pintar fue para Kelly Arrontes como aprender un idioma. Tardó tan poco en aprenderlo que quedó unido indisolublemente a ella. «Desde entonces, siempre he utilizado las manos para ver lo que voy a pintar».
La vista de esta artista fue empeorando con los años, aunque ella nunca fue consciente de que era posible que en el futuro aquello fuera a convertirse en un impedimento grave. Eso le ayudó a no sentirse menos que los demás, a pesar de sus limitaciones. «El problema fue que a los 17 años me atropelló un coche y perdí la visión de un ojo. Eso lo complicó todo. Hice Bellas Artes con solo un 25% de resto visual, aunque acabé la primera de mi promoción».
Los problemas fueron agravándose y Kelly llegó a abandonar el arte durante un tiempo porque no se veía capaz de seguir. Curiosamente, otro accidente que sufrió hace unos nueve años, le hizo volver. «Había sufrido varios desprendimientos de retina y estuve mucho tiempo sin poder salir de casa. Cuando finalmente lo hice, iba por la calle y me dieron un golpe en el ojo, que me provocó una herida muy grave, dejándome con solo el 9% de visión que tengo ahora».
Durante el periodo de recuperación, Arrontes decidió que quería volver al arte, a trabajar en serio con el resto de visión que le quedara, si le quedaba. «Y fue mejor, porque hasta entonces lo que había hecho en el arte había sido imitar a los pintores que veían bien, pero yo no veía así», recuerda. «Decidí que, a partir de entonces, pintaría las cosas como yo las percibía, y comencé a hacer retratos con un fuerte toque abstracto que cada vez fue gustando más al público».
De alguna manera, tuvo que reiniciar su carrera: comenzó a presentarse a concursos y a dar a conocer su obra como podía. Pero muchos de los reconocimientos que empezó a recibir solían empezar con la frase «Qué bien pintas para ser ciega». Esa distinción, con el tiempo, empezó a pesarle mucho, tanto que decidió presentarse en 2018 a un concurso para decorar los pasillos del Parc Científic de la Universidad de Barcelonasin explicar su condición visual.
Su obra encantó al jurado y su proyecto El agua es vida fue el seleccionado para cubrir los 250 metros de paredes del edificio. «A partir de entonces me hice muralista», explica la pintora, «porque, además, me iba mejor para mis problemas visuales. Cuando se volvió a convocar otro concurso para pintar otro mural en el Parc al año siguiente, volví a ganar». En esa ocasión el proyecto se llamó El origen de la vida y estaba lleno de color. Un proyecto de igual tamaño que el anterior y que completó en solo 20 días.
Una de las características más originales de la pintura de Kelly Arrontes, y que se repite en algunos otros pintores con problemas de visión, es el cuidado por las texturas y los volúmenes en sus obras. «Hoy en día suelo utilizar papel de seda para conseguir texturas», afirma, «pero en ocasiones uso otras cosas. Debajo del mural de las neuronas hay latas de Coca Cola, rollos de aluminio, ramas de árbol… Hay de todo».
Arrontes se considera afortunada por conservar un poco de su visión y por haber aprendido tan joven a pintar, cuando aún tenía algo más de capacidad visual, y reconoce que le sería muy difícil seguir si no viera nada.
A las personas con dificultades de visión que tienen inclinaciones artísticas, les recomienda que, lo primero de todo, exploren sus capacidades y vean qué es lo que pueden hacer. «Está la escultura, el barro; se pueden dedicar a muchas cosas, no solo a pintar. Simplemente es necesario que averigüen hasta dónde pueden llegar y no dejar de disfrutar nunca», concluye.