El movimiento es el motor de la inspiración

La relación entre la motricidad y las ideas se puede leer bidireccionalmente. Es posible que, por inercia, pensemos que el cerebro envía órdenes a los pies, estos se ponen en marcha y el movimiento se desencadena.

Siendo eso cierto, la realidad poética invita a disfrutar del sentido contrario: cuando comienza el movimiento, es el cerebro el que desata la creatividad. La energía creativa parte de la inercia y llega al intelecto.

No existe mucho secreto en ello. Desde hace siglos, muchas de las mentes más brillantes de la historia buscaban en el movimiento el combustible de la inspiración.

[pullquote]Desde hace siglos, muchas de las mentes más brillantes de la historia buscaban en el movimiento el combustible de las ideas.[/pullquote]

Hace unos 2.500 años, Sócrates ya era un filósofo en movimiento. De la misma manera, Aristóteles y los peripatéticos encontraban las condiciones idóneas para la reflexión mientras deambulaban de un lugar a otro. O sin rumbo fijo.

Henry David Thoreau se lo tomó tan en serio que escribió un ensayo sobre el asunto: Caminar y la naturaleza salvaje (1862). El filósofo, que solía moverse para encontrar ideas, planteó también el hecho como una reivindicación de libertad.

Los nombres de genios que huían de lo estático se cuentan por decenas: Friedrich Nietzsche, Walt Whitman, Immanuel Kant, Arthur Rimbaud, Thomas De Quency, Steve Jobs o Albert Einstein consideraban que una importante parte de su espacio de trabajo era itinerante.

El desplazamiento de las personas es lo que da sentido a Kia. El movimiento siempre ha formado parte fundamental de la identidad de la marca porque implica cambio continuo, progreso y apertura a nuevas experiencias. Ahora, Kia quiere crear espacios que inspiren a sus clientes para trasladarles una idea fundamental: en ese movimiento está el motor de la inspiración. Toda actividad creativa comienza con un movimiento.

Moverse y pensar no es solo caminar

Aunque pueda parecer que moverse para crear es algo de pensadores de otro siglo, lo cierto es que la pandemia y los confinamientos han hecho que en este siglo XXI muchas personas confieran un nuevo valor al desplazamiento. El deseo por lo que no se tiene consiguió que echásemos de menos ir de un lugar a otro. Aunque cueste pronunciar la frase, algo bueno salió de la pandemia.

Un autor actual, Ander Izagirre, es un creador en movimiento. Una importante parte de su obra está basada en ir de un lugar a otro y en hilar las ideas durante el trayecto. En 2015, estuvo seis días caminando, de Bolonia a Florencia. De ahí salió un libro, Cansasuelos (Libros del KO, 2015), que se basa en la experiencia de aquellos días y en la imaginación desatada por el proceso. «Si camino durante horas por el bosque o por la montaña, sin preocupaciones, sin estímulos que reclamen mi atención, el cerebro empieza a flotar y comienza a enlazar ideas, tonterías, ocurrencias. Me permite pensar en asuntos que durante las urgencias cotidianas no tienen ocasión de aflorar», explica Izagirre.

[pullquote]Si se puede sacar alguna enseñanza positiva de la pandemia y los confinamientos, es que hemos aprendido a considerar el valor del movimiento.[/pullquote]

Sin embargo, el apego del escritor por el movimiento viene de su pasado como ciclista aficionado. A los 20 años, como cuenta en Plomo en los bolsillos (Libros del KO, 2012), el comentario de una señora que debía creer que los ciclistas son sordos, remató el ánimo de seguir su carrera.

– Si vas a andar como este, tú mejor ni salgas, ¿eh? – dijo la señora a su hijo, que estaba junto a ella.

Aún con la estocada de sinceridad en el lomo, Izagirre sigue pedaleando como método creativo y, de hecho, dice que pedalea para pensar porque si no, no le sale.

Leitzaran, CC BY-SA 4.0 , via Wikimedia Commons

Otra evidencia empírica de que el movimiento alimenta las ideas se puede comprobar a nivel personal, cuando conducimos nuestros automóviles. Un coche es, además de un medio para desplazarse, un gimnasio para el cerebro. También es una burbuja para las ideas, un espacio personal en el que ordenar la mente, descomprimir la tensión y pausar un poco el transcurso del agotamiento cotidiano.

El cerebro humano no almacena los recuerdos en una sola estructura, sino que los hace en dos grandes divisiones: la memoria declarativa y la procedimental. A la hora de conducir, y dependiendo del momento, se utiliza un sistema más que el otro. Y mientras eso ocurre, el que se encuentra más liberado, comienza a dejar fluir las ideas. El hábito y la memoria ayudan a que eso ocurra, ¡lo que no significa que se pueda apartar la vista de la carretera!

Una explicación científica

Aunque las comprobaciones empíricas vengan de antiguo, es conveniente apuntalar las certezas con un sustento científico. Marily Oppezzo y Daniel L. Schwartz dirigieron en 2014 una investigación para la universidad en la que trabajaban, la Universidad de Stanford.

El estudio (Da unas piernas a tus ideas: El efecto positivo de caminar en el pensamiento creativo) llegó a la conclusión de que se producía un aumento de la creatividad de hasta un 60 por ciento entre las personas que caminaban entre seis y quince minutos, en comparación con otros que pasaban un tiempo similar sentados.

La inspiración para llevar a cabo este estudio llegó, por supuesto, mientras Oppezzo y Schwartz caminaban por el campus y se articuló en torno a cuatro experimentos en los que se llevaban a cabo tests de pensamiento divergente y convergente. Los autores lo dejaron muy claro: «Caminar abre el flujo libre de ideas, y es una solución simple y robusta para los objetivos de aumentar la creatividad y la actividad».


El movimiento y la pequeña desobediencia

El aventurero noruego Erling Kagge es otro fanático del movimiento. Ha dedicado una buena parte de su vida a ir de un lugar a otro y a documentar el proceso. Ha atravesado la Antártida solo y a pie o se ha zambullido en las cloacas para conocer Nueva York caminándola desde una perspectiva poco habitual.


También trabaja de manera “estática” como editor en la ciudad de Oslo y esa situación le produce, como explica en uno de sus libros, cierta sensación de ansiedad. «Cuando trabajo, a veces me parece que mi cerebro se pone en huelga. Intento centrarme, seguir adelante, pero no puedo. Siento que estoy golpeando mi cabeza contra la pared. En lugar de quedarme sentado, salgo a la calle y doy una vuelta de un cuarto de hora. A veces, apenas sirve de nada, pero en otras ocasiones mis pensamientos se liberan y parece que estoy rebosante de soluciones nuevas para problemas que me atormentaban», explica Kagge mientras alude al estudio de la Universidad de Stanford. «¿Equivale eso a una mejora del 60 por ciento de la creatividad? No sé cómo mide la ciencia esto, pero yo siento que se trata de un porcentaje muy alto».

Además, existe un hilo que une a Erling Kagge con Henry David Thoreau, el padre de la desobediencia civil: el acto de reivindicar el movimiento como una actividad que es casi antisistema. «El mundo está organizado para que pasemos el mayor tiempo posible sentados. Las autoridades quieren que estemos sentados para contribuir al producto interior bruto y a la necesidad de los mercados de que consumamos y descansemos. El ejercicio debe ser breve y eficaz», protesta Kagge. «[…]Para los gobiernos y las empresas es más fácil controlarnos si estamos sentados. Caminar puede transformar a toda una nación».

Más allá de la perspectiva política o filosófica que se pueda tener del movimiento, sí hay una cosa clara. Las ideas pueden llover del cielo, pero es más práctico y reconfortante ponerse el chubasquero y las botas y salir a buscar las ideas allá donde estén porque el movimiento siempre fue afín a la creatividad.







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