La historia de la 'Armada Roja' no es la del sueño americano (Gracias a Putin)

La historia de la Armada Roja, la casi imbatible selección de hockey de la antigua URRS, a punto estuvo de convertirse en la del sueño americano… hasta que Vladimir Putin logró evitar lo que los más obstinados líderes soviéticos no pudieron.
Que la selección española de fútbol (y la inglesa, la italiana y la portuguesa) caiga eliminada en la primera fase del Mundial de Brasil no es tal tragedia si lo comparamos con lo que le ocurrió a la quinta de Fetisov. En 1980, cinco jugadores de hockey miembros de la selección nacional de la Unión Soviética soportaban sobre sus hombros el peso de ser algo más que deportistas.
Era un dream team que servía a su país como imagen de la superioridad soviética ante el resto del mundo. Su historia es la de cinco bailarines de ballet con casco y stick, arrolladora propaganda sobre hielo que nunca perdía un partido. Por eso, lograr una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de invierno de Lake Placid y sucumbir precisamente ante Estados Unidos se consideró todo un fracaso, una tragedia incluso, en los últimos años de la Guerra Fría.
A pesar de su brillante trayectoria, pagaron su fallo. A su regreso, les esperaba una concentración deportiva permanente. Entrenaban once meses al año y libraban un fin de semana al mes. Cuando viajaban al extranjero para competir contra otras selecciones volaban con un agente del KGB para evitar tentaciones de cambiar el Fish Thursday -el jueves era el único día de la semana que los ciudadanos de la URRS podían encontrar pescado en la mesa- por el Black Friday -jornada de compras compulsivas en Estados Unidos tras el Día de Acción de Gracias-.
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Su trayectoria deportiva se enfrentaba de forma inevitable al dilema que vivía el mundo y vivían en medio de dos bloques polarizados. Curiosamente la forma de juego rusa resultaba infinitamente más creativa que la rudeza de los equipos anglosajones.
«En el campo de juego fueron educados en unos principios similares a la danza, el ajedrez la ciencia y la filosofía. El modo de juego del equipo era un reflejo de la ideología comunista: juega como un colectivo, sirve a tus compañeros como lo haces a tu país». Es la teoría de Gabe Polsky, el cineasta estadounidense de origen ruso que ha pasado años analizando a este equipo para su documental Red Army.
Y entonces la batalla dejó de estar en la pista de hielo. La libertad y autonomía que llegó al país con la Perestroika hizo que algunos de los jugadores más brillantes pudieran ser fichados por equipos estadounidenses. La primera división estadounidense (NHL) comenzó a llenarse de nombres como Larionov, Makarov, Krutov y Kasatonov. Slava Fetisov, el líder del quinteto, se negó a ceder a su país el noventa por ciento de los dólares que iba a ganar. Cada vez que retaba a las autoridades se le amenazaba con ser enviado a Siberia.
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«Fetisov es un luchador nato. No se les satisface de un modo fácil, pero es el tipo de tío que querrías tener en tu equipo. Si algo le define es que no tiene miedo a enfrentarse a todo con lo que no esté de acuerdo », dice de él Polsky en el Festival de Cine de Moscú, ante una Rusia que tiene que ver muy poco con la que aparece en la película. Al desafiar a las autoridades soviéticas Fetisov se enfrentó al desprecio de su propio país y solo años después viajó a Estados Unidos con el resto de compañeros. El resultado fue nefasto. En el campo eran damiselas entre brutos y en las gradas el público no estaba por la labor de apoyar al enemigo ruso.
Así que los Beatles del hockey decepcionaban en solitario en sus respectivos equipos americanos hasta que un equipo de Detroit tuvo una idea brillante al reunir a los cinco en una misma alineación y dejarles hacer, sin imponerles un sistema de juego al que no iban a adaptarse. El juego con la camiseta de los Red Wings volvió a ser tan satisfactorio como cuando competían con la camiseta de la CCCP y se llevaron la codiciada Stanley Cup en 1997 como campeones de liga.
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Aunque a su regreso a Rusia con el trofeo en mano se encontraron con un país muy distinto al que habían dejado, no todo fueron elogios para ellos. Así contado puede parecer otro triunfo del capitalismo occidental. Pero aun había alguien con la visión suficiente para querer ficharlos. Vladimir Putin hizo que Fetisov regresara a su país como ministro de Deporte entre 2002 y 2008 y uno de los más altos representantes del Comité Olímpico ruso que lograron que los Juegos de invierno de este 2014 se celebraran en Sochi. Antes o después los otros miembros de la quinta también siguieron sus pasos.

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