Las películas de doblajes cachondos que enfrentaron a la generación del 27

Madrid, 1940. El escritor Enrique Jardiel Poncela se dispone a estrenar su película Mauricio o una víctima del vicio. Cuando se entera de que dos contrincantes suyos, Miguel Mihura y Tono, van a estrenar un largometraje de características parecidas, monta en cólera e intenta adelantar el estreno todo lo posible. Detrás de esta historia hay doblajes cómicos de películas, españoles en Hollywood y, en definitiva, uno de los episodios menos conocidos de la Generación del 27. Porque en esta generación, además de los poetas que se estudian en el instituto y de las sinsombrero, también hay una serie de escritores, como ellos, que practicaron el humor en novela, teatro o cine y que reciben el nombre de la otra Generación del 27.

Lo que Jardiel Poncela quiso estrenar como un largometraje era una extensión de sus ‘celuloides rancios’, una serie de cortometrajes cómicos que unos años antes, en la España de la II República, habían triunfado. Se trataba de una serie de películas mudas, desconocidas en el país, para las que el autor inventa diálogos y situaciones tan absurdas como las que ya había demostrado en obras de teatro como Una noche de primavera sin sueño o en novelas como La tournée de Dios.

Jardiel Poncela había realizado esos ‘celuloides rancios’ por encargo de la Fox, para la que había trabajado en Hollywood. Allí había llegado como otros muchos españoles cuando un compañero de generación, el también escritor de la Generación del 27 Edgar Neville, estaba como diplomático en Washington. A finales de los años 20, los estudios explotaban el cine sonoro y, ante la dificultad para hacer doblajes o sistemas de subtítulos, apostaron por las versiones dobles: rodar las mismas películas pero en diferentes idiomas. Neville, que ya había demostrado su interés por el cine en España, había entrado en contacto con estos estudios y se encargó de que algunos de sus amigos, como el propio Poncela o José López Rubio, fueran a California a trabajar. Incluso Luis Buñuel tuvo su incursión hollywoodiense.

En 1933, Poncela regresó a Europa con unos rollos de película de la Fox. En París comenzó el proceso de sonorización de aquel particular encargo, que pagaban bien y para el que tenía total libertad (de hecho, no sabía ni cómo habían quedado las versiones estadounidenses). Eran cortos cómicos que en su día había producido la Edison Company. Los estadounidenses habían hecho su propio doblaje chanante, que resultó ser un éxito como complemento al largometraje de cada pase en el cine y ayudó a rentabilizar unas películas que ya, con el sonoro, quedaban desfasadas.

Jardiel Poncela debe hacer lo mismo con seis de esos cortos. Entre ellos se encontraba Asalto y robo de un tren (1903), un clásico del cine mudo, pionero del cine del Oeste, que él convierte en Los ex-presos y el expreso (drama lleno de expresión). Las seis historias reciben el nombre conjunto de Celuloides rancios, en referencia a un cine mudo en decadencia. Todas ellas han desaparecido, pero se sabe que Poncela usaba en ellas sus juegos de palabras y sus excesos de personajes o de recursos cómicos verbales que ya se veían en su teatro. También, empezaba a aplicar trucos cinematográficos que estaban empezando a surgir, como el contrapositivado del negativo o la marcha hacia atrás de la acción.

En esos celuloides rancios, el escritor actúa asimismo de narrador para buscar la complicidad con el espectador. De este modo, en su particular Los ex-presos y el expreso, cuando los bandidos van a cruzar el río (a partir del minuto 7:20 del vídeo superior), apuesta que el último de todos va a caerse. Así sucede. El escritor asegura que luego tendrá reumatismo. Incluso, llegará a plantearse por su propia labor, porque no sabe si le habrá «salido bien la voz de loco».

Los celuloides se convierten en un éxito inmediato. Cuando la Guerra Civil termina, se descubren como una fórmula barata, que no requiere de grandes inversiones o equipo técnico. Quienes copian la idea de Poncela utilizan cortos de Chaplin y otros cómicos del cine mudo.

Tras la contienda, Jardiel seguía con la idea de realizar un celuloide rancio de largo metraje. Entonces vivía en San Sebastián, capital cultural del bando franquista durante el conflicto, y comenta su idea a dos socios que se animan a financiar el proyecto. El autor de Eloísa está debajo de un almendro se dispone a doblar la película La cortina verde (1917), de Ricardo de Baños, uno de los directores más importantes del cine español mudo y que junto a su hermano Ramón rodó películas pornográficas para Alfonso XIII.

Mauricio

El objetivo de Jardiel era, tal y como escribía por carta a uno de sus socios, «encontrar una cinta del año 14 al 20, muy dramática, con mucho asunto y lo más desconocida posible del gran público; a poder ser, una película fracasada en su estreno». La cortina verde cumplía con esas expectativas: amores prohibidos, robos, suicidios, asesinatos… Sus socios compran el negativo y constituyen una productora que se encarga del positivado, la sonorización, el doblaje y el rodaje de unas escenas que el director ha decidido añadir.

A Jardiel Poncela le había atraído la «estupidez tan alucinante», en sus propias palabras, de la trama, así que intento trasladar a sus diálogos ese mismo absurdo. ¿De qué hablaba, entonces, Mauricio o una víctima del vicio? Su protagonista, Mauricio, era descubierto haciendo trampas en una sala de juego. Avergonzado y abochornado, abandona el casino, pero el escándalo llega a salir hasta en la prensa. Cuando al día siguiente va a pedir la mano de su novia, Palmera, el padre de esta lo echa de la casa, así que a la pareja no le queda otra que huir. En Lisboa, adonde llegan por carretera cuando en realidad querían ir a París, Mauricio, como si no hubiera tenido ya suficiente escarmiento, se dedica a la estafa. Y hasta aquí podemos leer sin destripar la película.

Desgraciadamente, no quedan copias de Mauricio o una víctima del vicio. Sí se conserva el guion, que está en el Archivo General de la Administración. Así sabemos que cuando Mauricio intenta matar a uno de los personajes y no lo logra (porque Jardiel ha montado hacia adelante y hacia atrás la escena en la que el actor cae), Palmera le grita: «¡Mauricio, si es que matas peor que el Gallo!». En otra escena, cuando ambos se disponen a huir tras cometer un crimen, Mauricio dice meter en una maleta «un zapato». Palmera le pregunta: «¿No pones más que un zapato?». «¿Para qué poner dos sin son iguales?, le responde. «Sí que es verdad», termina Palmera.

Tampoco queda copia de Un bigote para dos, el largometraje con doblaje chanante que quisieron estrenar Tono y Miguel Mihura y que despertó la ira de Jardiel, por considerarlo una copia de sus celuloides rancios. Ni uno ni otro sobrevivieron más de dos semanas en la cartelera madrileña.

Mauricio

Según explica a Yorokobu Santiago Aguilar, autor junto a Felipe Cabrerizo de Mauricio o una víctima del vicio y otros ‘celuloides rancios’ de Jardiel Poncela (Bandaàparte editores), «la trifulca entre Jardiel y Mihura» surge de los celos que sentía el primero del segundo, que había comenzado como dibujante «y Jardiel considera que lo que él tenía de escritor, de humorista nuevo… Mihura se lo ha saqueado». Aquel los atacó en sus escritos una y otra vez, mientras se vanagloriaba de ser el creador en 1933 de esta ranciedad. Las aguas «no se apaciguaron nunca porque Jardiel tenía un carácter difícil y Mihura tampoco era…», explica Aguilar, también ganador del Goya a la mejor dirección novel por Justino, un asesino de la tercera edad.

Aguilar y Cabrerizo escribieron el citado libro tras el éxito de Un bigote para dos, otra cinta que ellos mismos reestrenaron en la Filmoteca Española. De esta también hubo una investigación que dio lugar a un ensayo, y fue más fácil de encontrar y revivir que Mauricio o una víctima del vicio. Se trata de un doblaje sobre Melodías inmortales, una desconocida película austriaca de 1935 que contaba la vida sentimental del compositor Johann Strauss y que los investigadores consiguieron a través de un DVD pirata.

En el caso de Mauricio, solo está el guion en el Archivo General de la Administración, donde estaban todas «las perrerías», en palabras de Aguilar, que Jardiel iba a practicar a La cortina verde: fragmentos en negativo, invertidos… Siempre con un fin cómico. Sin olvidar la narración y los doblajes, por supuesto.

Loulogio, el Jardiel del siglo XXI

Aguilar cuenta cómo este tipo de manipulaciones se siguieron haciendo en España e Italia durante mucho tiempo. La prueba patria la tenemos en los últimos 25 años: Humor amarillo, El informal, La hora chanante, Muchachada nui… Incluso en el mundo youtuber: el canal de Loulogio es famoso por estos doblajes y narraciones. Todo un Jardiel del siglo XXI:

En los años 60, sobre todo en Estados Unidos, «la televisión descubre que esto mismo se puede utilizar para rellenar», tal y como años atrás sirvió a la Fox para rellenar sesiones. Lily la tigresa, de Woody Allen, es un reciclaje de una película japonesa de espías. Con internet, los celuloides rancios están «a la orden del día»: el contraste cómico entre imagen y texto o doblaje suele funcionar muy bien, opina Aguilar.

Mauricio está desaparecida, como La cortina verde, su película original, y como aquel Un bigote para dos que provocó un nuevo combate que se disputaba en los prólogos de los libros. Aguilar sabe que las películas de Jardiel, Tono y Mihura desaparecieron en los incendios que acabaron con algunos laboratorios españoles donde se almacenaban muchas películas; de hecho, gran parte del cine mudo español está desaparecido. Como la mayoría de la filmografía de los hermanos Baños está catalogada en la Filmoteca Española y en la de Cataluña, hay pocas esperanzas de recuperar esa película y doblarla y manejarla como Jardiel hizo en su día, adelantando su estreno por un pique que tenía con otros de los grandes literatos de aquella generación desconocida.

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Imágenes cedidas por Bandaàparte editores

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