“Me gustan los cerdos”, decía Winston Churchill, “los perros nos admiran, los gatos nos miran como sus súbditos pero los cerdos nos tratan como iguales”. Identificado con el bulldog, lo cierto es que el gran mandatario inglés de la II Guerra Mundial sabía de lo que hablaba. El único premier británico que además ha ganado el Nobel de Literatura vivió siempre rodeado de gatos, como su preferido, Nelson, y perros como Rufus I y II o su primera mascota, un bulldog al que llamó, como el más famoso animal extinto, Dodo; tenía ovejas y cerdos en su casa familiar de Chartwell, y coleccionaba animales exóticos, como su loro Charlie, al que enseñó a decir “¡Fucking Nazis!” y “¡Fucking Hitler!”. Pero lo que es menos conocido es que hubo a otros bichos que usó con fines políticos a lo largo de la II Guerra Mundial.
Aunque los monos viven en el peñón de Gibraltar desde no se sabe cuando, fueron los ingleses y su miedo a la superstición de que con su desaparición la Roca dejaría de ser británica lo que mantuvo la población de estos animales estable. Cuando Churchill llegó al poder se enteró de un hecho que le descorazonó: solo quedaban un puñado de monos en el peñón. Además, su posición de tremenda importancia estratégica como entrada al mar Mediterráneo y la amenaza de que los alemanes conquistarán la colonia llevó al mandatario a no tentar a la suerte e hizo llegar a Gibraltar un mensaje ordenaba al Secretario Colonial que “la colonia de monos debe establecerse en 24 y deben tomarse decisiones para elevar la población hasta ese número y que se mantenga en el futuro”.
El plan de los británicos contaba con evitar la consanguinidad, por lo que, como han demostrado estudios genéticos posteriores, decidieron traer especímenes de Argelia y Marruecos. Un comando de soldados de élite recibió la que seguramente fue su misión secreta más extraña: reforzar la población con animales africanos. Tras la llegada de los macacos el gobernador de la colonia tenía la obligación de enviar un informe con el nombre y la edad de cada uno de los simios del peñón cada seis meses. El cuidado era tal que en caso de que los primates necesitaran tratamiento médico eran trasladados al Royal Naval Hospital Gibraltar.
El ornitorrinco que fue a la guerra
Aunque el caso más extraño incluye una larga travesía desde Australia, un Reino Unido asediado por los submarinos nazis y un mamífero con pelo, pico y que se reproduce por huevos. Según cuenta David Fleay, un naturista australiano que fue el primero en lograr la odisea de criar en cautividad un ornitorrinco, recibió en febrero de 1943 una extraña petición por parte del por entonces su primer ministro, Robert Menzies. Debía coger un ornitorrinco, acostumbrarlo a la cautividad y enviarlo por barco al zoo de Londres. Era un encargo de Winston Churchill, que pretendía subir la moral pública y demostrar que, pese al sitio pardo, todo se podía conseguir.
“Capturé un buen macho joven y después de tenerlo seis meses me pareció que ya estaba listo para el viaje”, recoge Gerald Durrell en su libro Viaje a Australia, Nueva Zelanda y Malasia, “todo el barco MV Port Phillip estaba interesadísimo en el plan y hasta había explicado a un grumete como cuidar al animal, dándole montañas de instrucciones por escrito”. Para ello Fleay reprodujo el hábitat de mamífero más raro del mundo en la bodega de la nave, que surcó el océano Pacífico, cruzó el canal de Panamá y atravesó el Atlántico.
Pero la travesía fue más larga de lo previsto y el aprendiz tuvo que racionar los gusanos que llevaban para alimentar al bicho, pasando de su ración diaria estipulada de 750 vermes a 600. Para acabar la fiesta, a dos días de Liverpool, la amenaza de un submarino nazi lleva al capitán a soltar las cargas de profundidad. El problema es que el ornitorrinco es muy temperamental y, como si estuviese condenado a la extinción, al sufrir un cambio en su hábitat deja de comer y muere, sucediéndole lo mismo si se varía su alimentación o si hay un ruido fuerte… y las cargas de profundidad son un pepino de impresión y el pobre Winston, pues tal era el nombre que le pusieron los cachondos de los australianos, murió a los pocos días de pisar suelo británico por acumulación de perrerías.
Pero su fallecimiento no fue en vano. Las maltrechas relaciones británico australianas, deterioradas por el Estatuto de Westminster de 1931 y las divisiones internas del país austral, y las rutas comerciales recibieron un gran impulso tras la llamada Operation Platypus, siendo uno de los únicos casos en el coleccionismo de animales exóticos tuvo una finalidad diplomática y bélica. El otro gran beneficiado fue Nelson, el gato favorito de Churchill. Como le avisaba el primer ministro australiano en un telegrama: “Si decides quedarte [el ornitorrinco] en casa tendrás que enviar a Nelsón al exilio. Ese gatito puede (y seguramente lo hará) matar al ornitorrinco en pocos minutos”.
La política animal de Winston Churchill
