La resurrección de la carne (el pollo, las verduras y el mercado en general)

Del número 41 de la calle Embajadores sale un tipo parecido a Loquillo con bolsas de la compra. Tras él, una Janis Joplin castiza lleva cebollas puerro asomándole de la bolsa de tela (¿cuál si no?). Termina la extraña procesión una señora de las de toda la vida con el carrito a cuadros de toda la vida.

No es una de Almodóvar

Estamos en el Mercado de San Fernando de Lavapiés, ese mercado que los vecinos del barrio recordamos con cierto aire sórdido (como el Nueva York de las pelis de los ochenta) y más propio de escena de un crimen que de los preparativos para un buen potaje. Ah, lo que hubiera hecho el joven Alejandro Amenábar con esos callejones penumbrosos y ese segundo piso abandonado. Lo veo: en lugar de Tesis la película se hubiera llamado Crisis.

Pero hoy no es así para nada

A finales del año pasado, y luego de una frustrada negociación para convertir el mercado en un supermercado, la asociación de comerciantes, agobiados por el inminente adiós, un gusto, buena suerte, decidieron convocar a nuevos compañeros vendedores. El llamado de auxilio, como la señal luminosa de Batman, se vio allí muy cerca, en La Tabacalera, donde mucha gente en paro estaba (y está) formando cooperativas y asociaciones de irtirandistas (los que no somos ni nimileurista, sino aloquecaiguistas).

Los irtirandistas vieron su oportunidad en el mercado, mientras el mercado ha visto su (quizás última) oportunidad en esos chicos y chicas artesanos, defensores del comercio justo, de la agricultura ecológica, del producto local y de calidad. Vamos, de lo que está bueno y está hecho por humanos.

Muy cerca de Verduras y Frutas Navarro y de la Mercería Marisa, locales que llevan ahí desde que el mundo es mundo, está la new wave: una tienda de pan (sabroso, perfumado, fresco: de todo eso da fe la que firma) y La Repera (¡autoempleo y agricultura ecológica!) con sus frutas y verduras irregulares, olorosas, verdaderas, con sus zumos preparados al momento y sí, oh sí, con sus bolsas enormes de legumbres de la zona al peso.

La Repera, los sábados, también es Germinando, una acción para promover los huertos ecológicos que hace que metas las manos en la tierra para plantar rábanos, lechugas, cebollas que, al final, te dejan llevar a casa (vi niños y algunos adultos urbanitas con cara de fascinación: ¡wow, la comida se hace así!).

Con La Fruslería, un grupo de amigos en paro encontraron la forma de hacer algo con ese tiempo libre del desempleo. Así lo cuenta Estrella:

Te quedas en paro y quieres hacer algo bonito con tu tiempo. Yo ahora mismo no tengo trabajo, así que me encargo de la tienda. Cuando lo encuentre, otro de los socios se encargará.

En La Fruslería venden cosas verdaderamente bonitas. Artesanos de Lavapiés dejan sus creaciones a la espera de que alguien se enamore de ellas. Amor generan el collar de cápsulas de Nespresso (What else?), la camiseta de bebé que dice No me toques los mofletes, la postal del oso Unemployed until the next spring (vaya, como nosotros) o el libro Los fabulosos Teyker Man de Pedro Villarejo. Además, en La Fruslería son expertos en crianza natural y hay de todo para bebés con inquietudes bio.

En total son veinte los nuevos puestos que resucitarán (Mercado, levántate y anda) a un sitio que estaba en penoso coma. Nos frotamos las manos: habrá hasta un restaurante con terraza en el segundo piso para las cañitas postcompra.

Mientras tanto, no está mal darse una vuelta por La buena pinta (premio Queyodoyporquequiero al nombre más bonito del mercado), una tienda de… Venga, no es tan difícil… Cervezas. Cervezas, ricas cervezas artesanales por doquier, de todo tipo, procedencia (Las Rozas, señores, es mucho más que un outlet) y sabor.

Le pregunto a uno de los dueños, Juan Manuel, ingeniero en paro, socio de arquitecta en paro, por su cerveza favorita de las decenas que tiene.

¿A qué hora de qué día?

El tío sabe. Mención de amor para la estantería doble en homenaje a Mikkeller, el Banksy de la cerveza. Amantes de la birra, escuchen: no saben nada de nada si no han probado estas demenciales mezclas y si no han tenido el placer (puro sibaritismo pop) de ver sus botellas, de leer los insólitos nombres con los que bautiza a sus creaciones.

Pues eso, busquen a Juan Manuel, predicador moderno con su filosofía de esto no es para el cañeo, esto es para el disfrute.

A dios pongo por testigo que no volveré a pasar sed

En el San Fernando reloaded hay espacio para los quesos (Los panchitos del frente), para el tuneo de la bici y sus deleites (Maniobras Reciclantes), para el aceite que sabe a aceite y el vino que sabe a vino (La Huerta del Sol) y también para la tan popular comida ‘de mercado’ para llevar (Komoenkasa) que, todo hay que decirlo, no podía estar mejor ubicada.

Pero como para todo hay gente y quizás todavía hay alguien que no esté ya, preso de la excitación, dirigiéndose a Lavapiés, un detalle más: La casquería.

La casquería no vende pollo, sino libros. Sí, sí, libros. Libros de segunda mano que se pesan en grandes balanzas de mercado y que se pagan por kilos. El cielo de Madrid de Julio Llamazares, por ejemplo, pesa 275 gramos que, a diez euros el kilo de libros, sale a 2,75. Lo más bonito de La casquería es La casquería, ese negocio aparentemente impensable para un mercado y que da un aire de centro de los de antes (donde se reunían los agricultores, los alfareros, los zapateros) a todo el edificio.

La palabra chula se inventó para esta librería

El local lo montaron, como todos los flamantes mercaderes, entre varios (unos desempleados, otros no) que hace tiempo tenían la idea de hacerse libreros.

Al principio dudamos, pero el precio del local (ronda entre los 200 y 300 euros) nos hizo decidirnos y los vendedores de toda la vida nos han acogido muy bien, con mucha curiosidad. Saben que podemos aportar algo distinto y atraer gente que quizá no hubiese venido.

Esto lo dice Susana, una de las dueñas de La Casquería, pero lo pudo haber dicho cualquiera de los que se autodenominan la gente nueva.

Fuera de la tienda de productos gallegos y extremeños Lo mejor de mi tierra, está este letrero:

Se necesitan clientes. No es necesaria experiencia.

¿Hay que decir algo más? ¿Queda alguien para leer el cierre de este post o ya todos están camino al Mercado?

Ahí nos vemos.

María Fernanda Ampuero es escritora.

Fotos: Diego González Sanz y Marcus Hurst

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