Acontecimientos recientes me han vuelto a traer a la mente sensaciones que me venían rondando hace bastante tiempo. Vaya por delante que soy futbolero apasionado. Para más abundancia, madridista de pro, sufridor con las derrotas merengues y hondo celebrador de sus triunfos; últimamente menos constantes de lo que mi pasión desearía. Así que, pregunta obligada en los últimos meses en futboleras tertulias, confidencias y amigueos: ¿tú eres de Mourinho o de Guardiola?
En lo político, he pasado por mis fases, dudas, certezas, complejos y convicciones. La discreción que heredé de algún familiar me disculpará de desvelar la incógnita en este folio. Sirva, sin embargo, para enunciar también la pregunta ineludible durante estos últimos meses (o semestres, quizá años…) en las politiqueras conversaciones en cafeterías, salones o asientos traseros de taxi: ¿Tú eres del PP o del PSOE? ¿Eres facha o sociata?
¿iPhone o Android? ¿Eres de Mac o de PC? ¿Compras música o te la descargas? ¿Chrome o Explorer? ¿Nespresso o tradicional?
Entro en mi Facebook y me asaltan mensajes en el muro: A fulanito “le gusta” este mensaje. Zutanito se ha hecho “fan” de esa marca. Fan: fanático. Ese es el resumen de nuestros días. Somos fanáticos de todo. Integristas, muyahidines de banalidades. Apóstoles de la nimiedad.
Vivimos en una sociedad que ha perdido el gusto por el matiz. Por el detalle. Por los tonos. Somos una sociedad excesiva, una sociedad extremista en la que sólo cabe el blanco o el negro. ¿Y las gradaciones? ¿Para qué?
Y creo que es porque no escuchamos: sólo oímos. No leemos: solo ojeamos. Pero, sobre todo, no dudamos. Nos aterroriza pensar que podemos estar equivocados. Preferimos solo reafirmarnos en nuestro cómodo rincón de convicciones y prejuicios. Como dice mi buen amigo Eduardo, nos refugiamos en nuestra zona de confort.
Se habla mucho de la revolución de las redes sociales, de la nueva comunicación. Curiosa paradoja: En el momento histórico en el que la humanidad más capacidad y posibilidades de informarse tiene, más despreciamos toda esa información. Y nos quedamos, apenas, con lo que nos asegura no pensar.
El exceso de comunicación ha matado la profundidad del mensaje.
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Ricardo Sánchez Butragueño es director general de Butragueño & Böttlander