«Cuando pierdes el control de tu vida, te compras un chándal», dijo una vez Karl Lagerfeld. Por lo visto, el Káiser de la moda no amaba este tipo de prenda, pero no podía imaginar que, con la llegada de una pandemia, la ropa cómoda o de andar por casa —incluyendo batas y los pijamas— se convertiría en un uniforme que evolucionaría y acabaría saliendo con dignidad a la calle, como hizo en su día Paris Hilton con su chándal Juicy Couture de terciopelo.
La nueva estética de la era covid y poscovid es un derroche de abrigos-bata, chaquetas kimono, chándales cómodos y sofisticados.
El loungewear —es decir, esas prendas holgadas y cómodas perfectas para dormir, ver la tele o simplemente relajarse— ha hecho borrón y cuenta nueva en nuestros armarios repletos de little black dresses, faldas lápiz, pantalones y chaquetas formales, y ha puesto el foco sobre una versión revisada y corregida de joggers y sudaderas (que ya no solo sirven para estar en casa o ir al gimnasio, sino que se pueden llevar bajo un abrigo o una trenca para salir de paseo), pantalones holgados, vestidos-bata y zapatillas.
ROPA DE CASA Y «EFECTO NOCHE»
Antes de la pandemia, se distinguía entre lo público y lo privado. Al volver a casa, cambiábamos nuestra identidad y nos poníamos ropa suave, amplia y cómoda, eliminando los accesorios, lejos del juicio de los demás y de la presión social. Pero la situación ha cambiado, y el cambio ha sido profundo. El teletrabajo ha lanzado nuevas tendencias (como el zoomwear, la ropa de videoconferencias) que se adaptan al espíritu del momento y que han llevado a mezclarlo todo.
Pero trabajar desde casa no tiene por qué ser sinónimo de chándales sin forma y zapatillas destrozadas, así que la ropa hogareña se ha vuelto cada vez más sofisticada y elegante. Porque, seamos sinceros, trabajar desde casa en pijama o en bata puede ser agradable durante unos días, pero a la larga puede ser deprimente.
Y por esa razón, las viejas batas de boatiné han abandonado la franela y los tradicionales tejidos acolchados —a menudo asociados a señoras con rulos en la cabeza— para convertirse en prendas que se pueden llevar durante una reunión por Zoom o un directo de Instagram sin miedo a parecer desaliñado (al fin y al cabo, nunca se sabe cuándo puede llegar la próxima videollamada, así que es mejor estar preparado).
Las prendas básicas se han vuelto más sofisticadas gracias a tejidos como el cachemir o a detalles exclusivos como los bordes de plumas, y se han vuelto lo suficientemente finas y elegantes como para poder llevarlas incluso para salir a cenar.
Los pijamas se han convertido en trajes exquisitos, las camisas de dormir se han transformado en vaporosos vestidos, las robes de chambre (las batas clásicas, de toda la vida) se han convertido en elegantes guardapolvos. La ropa de día ha descubierto el «efecto noche», y las creaciones cotidianas se han convertido en tendencia (y han salido de casa con la cabeza bien alta).
EL LUJO COTIDIANO: LA CONTAMINACIÓN DE LOS ACCESORIOS
Pantuflas, bolsos de mercado y tejidos acolchados: los accesorios y los materiales más cotidianos se han visto arrollados por esta contaminación y han entrado en el mundo del lujo. Empezando por las clásicas sandalias Birkenstock, que han sido revisitadas por muchos diseñadores.
Uno de ellos es Kim Jones, que ha presentado una colección homenaje a monsieur Christian Dior y a su pasión por la horticultura, en la que ha reinterpretado dos icónicos modelos de la casa alemana sublimándolos a través de sofisticados bordados, y convirtiéndolos en puros objetos de deseo.
Lo mismo ha pasado con los clásicos bolsos de mercado, versionados por marcas como Marni o Longchamp —que ha transformado los tradicionales paños de cocina de lino para reinterpretar Le Pliage, uno de sus bolsos más icónicos— y convertidos en llamativos shopper.
Mientras que el tejido acolchado —el famoso boatiné de esas batas tradicionales que eran el uniforme las señoras de los años 50 y 60, junto con accesorios coloridos como los rulos— se utiliza hoy para confeccionar abrigos de tendencia y sofisticadas bufandas (no olvidemos que a ese tejido al otro lado de los Pirineos lo llaman matelassé y tiene una connotación más lujosa, ya que se le asocia principalmente a la icónica 2.55 de mademoiselle Coco).
La moda es un observatorio privilegiado de los cambios sociales, y es ahora cuando los últimos acontecimientos han provocado un profundo cambio. La frontera simbólica entre lo público y lo privado se ha vuelto más difusa y la estética, en consecuencia, se ha adaptado, y herr Lagerfeld seguramente habría cambiado de opinión sobre el uso del chándal.