Las gafas me ponen

Erich von Stroheim gastaba un aterrador monóculo. Con él comenzó a dirigir “El crepúsculo de los dioses” (1950), y con él terminó interpretando el papel de mayordomo en la misma película, que acabó dirigiendo Billy Wilder por pura venganza de Gloria Swanson, que naturalmente, no llevaba gafas, aunque no habría podido distinguir a tres curas revolcándose en la nieve.

Pisotear las gafas de tu adversario, tras retirarlas con cierta delicadeza de su rostro y arrojarlas al suelo, es uno de los gestos más sofisticados de humillación que nos ha brindado la oftalmología.

La escena menos creíble de “El Padrino III” (F.Ford Coppola, 1990) tiene lugar en un despacho de un magnate próximo al aparato vaticano, Lucchesi, un tipo sobrio, adusto, que maneja infinitos hilos de poder y política. El emisario es registrado concienzudamente antes de franqueársele la entrada. Una vez en el espartano despacho solicita susurrar al oído de Lucchesi el mensaje que trae para él. Ni éste ni sus guardaespaldas hayan inconveniente en ello, y entonces, se quita las gafas , y emplea la patilla para asesinar al prohombre. El montaje paralelo con la ópera Cavalleria Rusticana, de Mascagni, forma parte de la memoria cinematográfica colectiva.

Algo parecido sucede con las gafas negras de los Blues Brothers, rescatadas y recicladas en las tres entregas de Men in Black, o las de ciertos programas de pretéritos éxitos, como CQC (Caiga Quien Caiga).

Las mujeres con gafas me parecen muy sexys. ¿Será por culpa de aquel programa de TVE llamado “Un Dos Tres”? Allí las azafatas vestían unas enormes gafas… sin cristales. Victoria Abril, Agata Lys o María Casal, fueron algunas de aquellas azafatas en blanco y negro, minifalda rompedora ¡y gafas! Solo al genio esquinado y perverso de Narciso Ibáñez Serrador se le pudo ocurrir tal dislate. El efecto sobre mi infancia fue demoledor, lo que más tarde me condujo a descubrir ese subgénero porno tan curioso, llamado “chicas con gafas”, cuyos episodios terminan habitualmente con una chica que lleva gafas… y el semen de uno o más solícitos muchachos chorreando por las lentes.

En el siglo pasado, las jovencitas ocultaban sus deficiencias oculares para evitar la visita al oftalmólogo y verse condenadas a llevar lo que, para muchas era una condena a la soltería. No así sucedía con los caballeros, a quienes unas gafas prominentes dotaban de un valor intelectual añadido, y un aura de respeto. Prueba de ello son las redondas de John Lennon, sospechosamente parecidas a las de Ghandi. O las de pasta dura negra y cuadrada que gasta Woody Allen en sus primeras películas. Las de Martin Scorsese son de las más rotundas ¿se lo imaginan con lentillas dirigiendo “Uno de los nuestros” (1990)? Perdería todo su carácter. En nuestro país, Álex de la Iglesia ha sabido imprimir a las gafas ese valor añadido que convierte una deficiencia en una virtud.

La reciente fotografía del sátrapa Hosni Mubarak tras los barrotes de la celda en la que presumiblemente habrá de pudrirse (más de lo que ya está) recuerda sospechosamente a algunos políticos locales (léase Fabra).

Y es que los toreros no llevan gafas, ni las bailaoras de flamenco, ni los samurais… pero los dictadores africanos sí.

Foto: Jiunn kang too bajo licencia CC.

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