Las últimas lágrimas de Nabokov

El 2 de julio de 1977 una mariposa voló junto a una ventana de Montreux (Suiza). Al otro lado del cristal, un anciano la observaba desde la cama de un hospital. Fue la última vez que vio una mariposa desplegando sus colores. Y aquella vez lloró. ¿Cuántas mariposas volarían por el mundo aquel día? ¿Cuántos ancianos estarían a punto de morir? Nada reseñable si aquel hombre que lloraba ante un insecto no hubiera sido Vladimir Nabokov.

Si no hubiese estallado la Revolución rusa, puede que Lolita no existiese. Ni Pálido Fuego. Ni ninguna novela de Nabokov. Él mismo estaba convencido de que así había virado su destino: «No es improbable que, de no haberse producido la Revolución rusa, me hubiese dedicado exclusivamente a los lepidópteros y nunca hubiese escrito una novela», aseveró, cuando ya era un autor de renombre inmerso en Ada o el ardor. Es posible, también, que de haber sido así hoy su nombre pasara desapercibido porque en el que habría sido el trabajo de su vida no le tomaron en serio.

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Mucho antes de empezar a escribir, Nabokov se perdió en la biblioteca familiar en Vyra, cerca de San Petersburgo. Sobre sus manos se desplegaron volúmenes que contenían coloridas mariposas. Si le atrajeron los libros sobre mariposas de Edward Newman y las memorias de Nikolay Mihailovich, las ilustraciones que Maria Sibylla Merian realizó en Surinam le encandilaron.

El pequeño Vladimir apenas tenía siete años y todavía faltaban 11 para que comenzara la revolución de 1917 por la que se convirtió en un hombre errante que, asediado por el desarraigo, tuvo que huir tanto de los bolcheviques como de los nazis y acabó viviendo en hoteles.

«Escribir siempre ha sido para mí una mezcla de abatimiento y buen ánimo, una tortura y un pasatiempo, pero nunca habría esperado que se convertiría en una fuente de ingresos. A menudo he soñado con una larga y excitante carrera como curador de lepiróptedos en un gran museo», dijo a Life en 1964.

Lo había conseguido. En 1940 se encargó de las mariposas de la Universidad de Harvard. No hablaba precisamente como un aficionado a la escritura: Lolita llevaba nueve años en el mercado. Si aquella novela le lanzó a la fama, para lo bueno y para lo malo, Pálido Fuego le había consagrado hacía dos años.

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Su lugar en la entomología había quedado malogrado porque el Nabokov escritor eclipsó al Nabokov entomólogo. Por eso, se le tomó por un simple aficionado que viajaba con su mujer en busca de mariposas. Con varias fotos en las que aparece red en ristre y un brillo infantil en los ojos logró eclipsar a Herbert Herbert, el personaje que él mismo había creado con tanto éxito que la crítica había osado compararlo. Aquella faceta del cazamariposas se reveló apenas anecdótica durante casi medio siglo.

Aun así, existen varios géneros de mariposas nombrados en su honor: Nabokovia, Madeleinea y Pseudolucia. Si no se le tomó en serio, además, fue porque su clasificación de las mariposas se basaba en sus genitales, que observaba con detenimiento al otro lado del microscopio.

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El escritor de origen ruso recorría miles de kilómetros en busca de mariposas —Vera, su mujer, siempre al volante—, pero fue un interminable viaje de miles de años lo que les había permitido coincidir en Estados Unidos. Estaba convencido de que las polyommatus azules venían de Asia y que se habían extendido por todo el mundo tras un largo periplo por Siberia, Alaska, el estrecho de Bering y Chile. Unos expertos de la Universidad de Harvard revisaron el trabajo científico de Nabokov y en 2011 concluyeron que su teoría sobre el origen de las mariposas azules era correcta.

Sólo a partir de los años 90 sus observaciones y escritos acerca de las mariposas se analizaron cada vez con mayor interés. En abril de 2000, The Atlantic publicó su relato inédito Father’s butterflies. Ese mismo año vio la luz el volumen Nabokov’s butterflies (Beacon Press), un compendio de escritos, notas, entradas de diario e incluso poemas que escribió el autor ruso sobre sus observaciones como entomólogo y que habían permanecido en un cajón hasta que Robert Michael Pyle y Brian Boyd decidieron recuperarlos con la ayuda del hijo del escritor, que tradujo las piezas del ruso al inglés.

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Como continuación del reconocimiento de su faceta científica, Yale University Press ha publicado recientemente Fine arts: Vladimir Nabokov’s Scientific Art, una edición de Stephen H. Blackwell y Kurt Johnson que reúne diez ensayos acerca de la labor científica del escritor y que reproduce 154 de las miles de ilustraciones que dibujó con detalles sobre la estructura anatómica de las mariposas y, especialmente, de las azules.

La vida es una cosa que pasa

Nabokov entendía la existencia como «una breve grieta de luz entre dos eternidades de tinieblas». Por eso, no es de extrañar que se aferrara a las también efímeras mariposas.

En El amor de mi vida, escribió Rosa Montero sobre Nabokov: «Perseguía mariposas como un poseso, tal vez porque en ellas se manifiestan, con especial intensidad, las paradojas nabokovianas del gusano reptante y la hermosura aleteante, de la vida plena y sin embargo efímera. Una vez, mientras era profesor en Wellesley, una de sus alumnas fue a preguntarle sobre el examen que tenía al día siguiente. Encontró a Nabokov cazando mariposas junto al lago: «La vida es bella. La vida es triste. Eso es todo lo que necesitas saber», le dijo Vladimir. Y luego siguió buscando lepidópteros.

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Rosa Montero no fue la única en caer en la tentación de comparar a Nabokov con las mariposas. Desarraigado, huyendo de unos y otros, tuvo que salir de Rusia, conoció a su mujer en Alemania, vivió en Estados Unidos y murió en Suiza. ¿Acaso no se sentiría identificado con ellas, que a pesar de su corta vida habían trazado un viaje muy similar en el mapa a lo largo de miles de años?

Mariposas y literatura

Vladimir Nabokov dejó referencias sobre su relación con las mariposas en su autobiografía, Habla, memoria. «Desde la edad de siete años, todo lo que sentía en relación a un rectángulo de luz solar enmarcada estaba dominado por una única pasión. Si mi primera mirada del día era para el sol, mi primer pensamiento era para las mariposas que habría engendrado», escribió. «He cazado mariposas en diversos climas y atuendos: como un chico guapo con pantalones bombachos y gorra de marinero, como un expatriado cosmopolita desgarbado con pantalones anchos de franela y boina, como viejo gordo sin sombrero y en pantalones cortos».

[pullquote author=»Vladimir Nabokov» tagline=»Escritor y entomólogo»]La literatura y las mariposas son las dos pasiones más dulces de la humanidad[/pullquote]

«Las mariposas aparecen en todas las novelas del escritor y cumplen diferentes funciones. Ante todo cabe señalar que muchos de sus personajes son lepidópteros o amantes de las mariposas, como por ejemplo Fyodor y su padre en La Dádiva, Ada de Ada o el ardor, los narradores de Pnin y ¡Mira los arlequines! o John Shade en Pálido fuego. Estas novelas destacan por la abundancia de referencias a las mariposas», escribe Nailya Garipova en Los recursos estilíticos en las novelas de Nabokov.

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En sus obras, las mariposas suelen aparecer para evocar la memoria, pero también los personajes suelen ser descritos como mariposas o incluso se sienten como lepidópteros. Entre los primeros está la mismísima Lolita, con descripciones que la asemejan a la Lycaedies sublivens; entre los segundos está Cincinnatus en Invitación a una decapitación.

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Vera: agente, musa y compañera

Cada vez que Nabokov acudía a impartir clase en Cornell lo hacía acompañado de una misteriosa mujer de pelo blanco. Nabokov nunca aprendió a conducir y era ella quien llevaba el mando mientras él escribía. Aquella mujer taciturna ocupaba algún puesto de la primera fila. De ella, los alumnos sólo sabían lo que Nabokov les había dicho: que era su asistente.

Aunque realizaba los dibujos que él le pedía durante la clase y revisaba los exámenes, los chavales pensaron que era su mujer. Aun así, no estaban demasiado convencidos y comenzaron a difundir todo tipo de rumores, como que en realidad era su madre o que era una escolta con un revólver en el bolso.

Aquella mujer tuvo el honor de que uno de los mejores novelistas del siglo XX le dedicara todos sus libros. Era lo mínimo que Vera merecía por su entrega absoluta.

Se enamoraron a primera vista cuando se conocieron en una fiesta de máscaras y ella comenzó a recitar los poemas del escritor. Ella le prodigaba una admiración descomunal y vivieron una historia de amor (y dependencia) en la que las aficiones y las emociones de uno eran las del otro. No sólo cazaban mariposas juntos, sino que ambos eran sinestésicos: podían leer en colores. Los dos habían huido del mismo lugar y en las mismas condiciones. El desarraigo les unió definitivamente.

Sin Vera, Nabokov probablemente no habría sido quien fue. Él mismo llegó a reconocer que todo cuanto era se lo debía a ella: fue Vera quien le apoyó en todo momento, quien mecanografió todos sus manuscritos, tradujo sus obras, dejó su trabajo para dedicarse plenamente a él y a sus libros y no le permitió que dejase de escribir ni cuando rozaron la ruina.

Incluso cuando Nabokov, desesperado tras interminables revisiones de Lolita lanzó el manuscrito al fuego, Vera salvó el libro de las llamas. Sería exagerado afirmar que el mundo le debe a Vera la existencia de un genio, pero no tanto como asegurar que sí le debe que un gran libro abocado a convertirse en ceniza saliera adelante.

Vladimir Nabokov dictates while his wife Vera types, Ithaca New York, 1958

El día que Nabokov estuvo a punto de cazar una ansiada mariposa, la dejó escapar porque Vera no estaba con él. Se entiende por tanto que aquella carta tildada de cursi que le escribió cobrase sentido: «Explicarte que no soy capaz de escribir una sola palabra sin escuchar cómo la pronunciarías tú».

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La edición personal de cada uno de sus libros contenía mariposas dibujadas por el escritor para su mujer y dedicatorias como «Para Vera, de su captor». Cual mariposa atrapada en su red durante 54 años, no vio la forma de seguir adelante cuando su marido murió. Poco después de que Nabokov viera una mariposa por última vez, poco después de que llorara por última vez y de que viera a su mujer por última vez, ella no dudó e inmediatamente pidió a su hijo: «Alquilemos un avión y estrellémonos». En el bolso de Vera no faltaba un revólver, pero ella también había visto aquella mariposa.

Después de traducir cuentos y poemas de Nabokov al alemán y al ruso, octogenaria, y viuda desde hacía más de una década, comenzó a traducir Pálido fuego al ruso. Con parkinson, un marcapasos en el corazón, joroba, la vista y el oído afectados, siguió con su labor de engrandecer la obra de su marido hasta que las cenizas de los dos se reunieron en 1991.

7 Comments ¿Qué opinas?

  1. Odio la gente que hace esto, pero en uno de los títulos pone «literaruta». No lo comento como fallo, sino como creación de una nueva palabra: Literatura+Ruta. Al leerlo el concepto me ha parecido genial.
    PD: El viaje vital de Nabokov podría definirse como «literaruta» sin ningún problema 😉

  2. Jajajaja. Corregido. Aunque he de reconocer que no sin cierta pena, tras leer el comentario. Un concepto genial :).

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