Libertad, sí, pero solo de mercado, tú sigues siendo esclavo

12 de noviembre de 2024
12 de noviembre de 2024
5 mins de lectura
libertad de mercado

El siglo XVIII es sin duda uno de los momentos más convulsos de la historia mundial, pero si por algo es característico es, entre otras muchas cosas, por los diferentes desarrollos de las ideas de libertad individual y derechos humanos.

Hay que tener en cuenta que este siglo comenzaba justo después de recientes experiencias de la Revolución americana y la francesa, la abolición de la esclavitud en Francia y Dinamarca y la Declaración de los Derechos del hombre y del Ciudadano.

Estas revoluciones, que instauran un contexto de igualdad, fraternidad y solidaridad entre los individuos, generan escenarios que desembocarán también en la publicación en 1848 del Manifiesto Comunista y el surgimiento del movimiento obrero.

Forman parte del imaginario colectivo las escenas de los ferrocarriles echando humo y recorriendo América, las fábricas negras de Manchester con niños hasta arriba de hollín, minas y puertos llenos de obreros haciendo jornadas hasta la muerte y telares abarrotados de mujeres que, afectadas por los productos químicos, enferman de por vida. ¿Pero este no era el siglo de los derechos? ¿No se había abolido la esclavitud? ¿Por qué cien años después los trabajadores estaban incluso en peores condiciones?

Hay que entender que el XVIII es también el siglo del imperialismo y la colonización. A este siglo pertenecen las imágenes y la estética de los típicos magnates británicos y franceses con sombrero y traje beige abriéndose paso por la selva africana a modo de exploradores, pero en busca de expoliar recursos naturales y esclavizar mano de obra. Los mismos magnates de frac y monóculo que en la metrópolis invertían toda esa riqueza en amasar medios de producción y mano de obra barata.

Así, en muchos sentidos, este siglo es el de la industrialización, el siglo del paso del esclavo al obrero. Y si hay una película que ejemplifica idóneamente las complejidades de este siglo esta es Queimada (Burn, 1969), de Gillo Pontecorvo, pues tiene la virtud de mostrar la evolución del siglo ramificándose y desvelando las diferentes cuestiones sociopolíticas de la época. Además, por si no hubiera razones suficientes para verla, sale Marlon Brando.

La película se centra en Queimada, una isla azucarera ficticia, pero semejante a Haití, donde esclavos extraídos de África trabajan en las plantaciones portuguesas. Queimada no es ajena a los cambios del mundo, y los efectos de las revoluciones del siglo anterior llegan hasta ella, pero no como a sus habitantes les gustaría.

Las revoluciones burguesas de finales del XVII tienen como objetivo la liberalización del mercado y de la explotación, la absolución de las antiguas monarquías monopolizadoras, la libertad, pero no para todos, sino la libertad de propiedad privada.

Así, esta libertad se presenta en Queimada como una misión británica (dirigida, cómo no, por Marlon Brando) que consigue incitar a los esclavos para que se rebelen contra el gobierno portugués y así declarar la independencia de la isla, ni más ni menos que para, posteriormente, una vez liberado el mercado de la caña de azúcar, sea el imperio británico el que pueda controlarlo.

Aquí podemos ser testigos de uno de los primeros cambios de la época: una vez que la idea de la libertad triunfa, vemos como en realidad solo se aplica al mercado y, cuando esto sucede, los esclavos ya no interesan. Al magnate le sale más barato malpagar a muchos obreros que tener que mantener a sus familias. Lo que antes era una monarquía absoluta, el imperio del poder, se sustituye entonces por un monopolio de la clase comerciante, el imperio del dinero. Parece que la primera puesta en práctica de la libertad, igualdad y fraternidad no beneficia a todos por igual.

libertad de mercado

Diez años después, vemos como el gobierno de Queimada ha cedido los derechos de explotación a —sorpresa— una empresa privada británica que lo monopoliza. Los mismos que antes incitaban a rebelarse a los esclavos, son los que ahora dominan con mano de hierro a los obreros. Frente a esto, José Dolores, un guerrillero, planta clara y reclama que mientras la única propiedad del trabajador sea su herramienta de trabajo, este seguirá siendo un esclavo.

¿Qué ha sucedido en estos diez años para que aquellos a los que se les prometió la libertad vean que sus condiciones de vida no solo no mejoran, sino que, en algunos casos, empeoran? Estos diez años son clave, pues son los que, en Europa, suponen el comienzo de las reclamaciones de derechos civiles por parte de los trabajadores frente a grandes compañías multinacionales que, enriquecidas por el comercio de las colonias, empezaban a formarse.

Vemos como Queimada entreteje las fibras del colonialismo, la esclavitud y el capitalismo para mostrarnos un tapete en el que podemos observar dibujados a los dueños de las compañías como los herederos de monarcas absolutos.

Los derechos se han promulgado sí, los derechos individuales, a la propiedad y al libre comercio, pero no hay derechos civiles, derechos que pongan por delante la posibilidad colectiva de vivir una buena vida frente a la acumulación de las grandes compañías y, sin estos, el obrero no ve su condición mejorada en ningún sentido.

Lo que la cinta nos quiere mostrar es que, aun sin cadenas, los obreros siguen siendo esclavos, pues la libertad que se les ha otorgado solo puede ser utilizada para trabajar. En este sentido, lo que los obreros reclaman es que entren en juego aquellos derechos que les permitan llevar una vida vivible, que impidan que una empresa extranjera se haga dueña de sus vidas, pero ¿son efectivos estos derechos? ¿Acaso existen? Y, si existen, ¿se aplican?

La cinta acaba, para sorpresa de nadie, con la ejecución del revolucionario Dolores, pero lo que, sin embargo, sí sorprende, y de hecho ha tenido multitud de interpretaciones, es que antes de montarse en el barco para marcharse, Walker, el personaje interpretado por Marlon Brando y responsable de todos estos cambios que ha experimentado Queimada, parece mostrar signos de arrepentimiento cuando, sin pena ni gloria, un ladrón callejero aparece y le apuñala en medio del malecón.

La película acaba con esta imagen, el protagonista del siglo, el agente que derrocó al imperio y lo sustituyó por una compañía monopolística, el que transformó a los esclavos en obreros explotados, se desangra ahora a causa de la delincuencia imperante en la isla fruto de la miseria y la explotación. Frente a él, pasivamente, los habitantes de Queimada que diez años atrás se habían liberado de sus cadenas, trabajan en el puerto formando una nueva clase obrera que, presa de la explotación, comienza a exigir sus derechos.

Queimada ilustra a la perfección esos debates legales y humanistas de la época: ¿qué supone la libertad individual?, ¿quién puede ejercerla y disfrutar de ella?, ¿a quién sirve el derecho a la propiedad? Estas preguntas, evidentemente, siguen levantando ampollas y abriendo debates en nuestros días.

Históricamente, las diferentes formas de responderlas dieron lugar a corrientes ideológicas dispares que caracterizarán ya el siglo XX. Sin duda, lo que una obra como Queimada debe hacer ver es que una sociedad no se compone de individuos que compiten entre ellos, sino que se compone de sus ciudadanos.

libertad de mercado

Y para que estos sean tratados como tales, no basta con ondear la bandera de la libertad individual, sino que se deben construir las condiciones necesarias que permitan a las personas ejercer esa misma libertad, pues es precisamente ese ejercicio lo que transforma individuos en ciudadanos.

Son entonces estos derechos, los civiles, los que aseguran las libertades individuales, pues limitan al poder y propician las condiciones básicas para la vida. Así, con Queimada, podemos decir que no basta con dejar de ser esclavos para empezar a ser obreros, y que no basta con ser libre si la libertad solo se puede utilizar para servir.

No te pierdas...