Imagina por un momento que Dios existe. Que un ser es responsable de todo lo que nos rodea, de lo que hacemos y de nuestra propia voluntad. Y que Dios, al crearnos, nos hubiera dibujado hasta el mรญnimo detalle, incluyendo una clรกusula de seguridad: hacer imposible que cuestionรกramos su existencia.
Los sistemas, en general, estรกn creados para protegerse, y eso los hace limitados. Es cierto que toda constituciรณn incluye fรณrmulas que permiten su modificaciรณn, pero los requisitos suelen ser tan draconianos que hacen prรกcticamente imposible que eso suceda. Quizรก por eso una de las cosas que suelen tener en comรบn los lรญderes autoritarios es intentar reformar la legislaciรณn para perpetuarse en el poder. Que el sistema deje de residir en su libro de instrucciones y que pase a depender de quienes temporalmente lo rigen. Ser el sistema y, por supuesto, hacer imposible que se le cuestione.
A falta de consenso o pruebas que decanten el milenario debate de si existe Dios o no, podemos coincidir en seรฑalar que los humanos somos los propietarios de nuestro sistema. Hemos moldeado el planeta a nuestro antojo, poniรฉndolo en peligro y sometiendo al resto de especies que lo habitan. Es verdad que hay amenazas inesperadas, en forma de pandemias o fenรณmenos naturales, pero hasta la fecha, y con mรกs o menos esfuerzo, llevamos unos cuantos milenios al mando de nuestro destino.
Pero, en realidad, no controlamos el sistema porque no somos libres. Hemos alargado nuestra esperanza de vida, dominado los elementos, incluso alcanzado realidades fuera de nuestra realidad inmediata enviando sondas a otros mundos. Ahora volamos, recorremos distancias soportando condiciones de altitud, presiรณn o temperatura superiores a nuestra capacidad. Pero en realidad somos como esos lรญderes autoritarios: intentamos cambiar las normas del libro de instrucciones para hacernos con un dominio que, en realidad, no podemos tener del todo.
LA CREACIรN HUMANA: UN MUNDO DIGITAL
Consagrados a la bรบsqueda de ese dominio fue cuando los humanos se volcaron en tener su propia creaciรณn: una realidad paralela, digital, donde crearnos a nosotros mismos, y creรฉrnoslo. Es un mundo en el que poder controlar todos los detalles que lo rodean, las voluntades de quienes lo pueblan, dibujando cada mรญnimo detalle en su interior. Y, emulando a esa idea de dios, tambiรฉn con su propia clรกusula de seguridad: unas leyes de la robรณtica que impidan que el sistema se vuelva contra sus creadores.
Huelga decir que asรญ explicado, mรกs allรก de lo moral o filosรณfico, suena a utopรญa. Pero siguiendo el sรญmil religioso hasta ese escenario de deificaciรณn humana tiene su propio apocalipsis en la cultura popular: la distopรญa de que un dรญa nuestra propia creaciรณn sea tan grande y perfecta que acabe cuestionando no ya nuestra existencia, sino la necesidad de que existamos. Una revuelta de las mรกquinas que construimos que llegarรญa tras una singularidad. Esto es, que su inteligencia deje de responder a la nuestra y, una vez nos superen, entiendan que nosotros somos una amenaza para ellos y para nuestro hรกbitat.
Ese mundo no ha llegado, pero en cierto modo esos instrumentos que creamos para ayudarnos tambiรฉn ayudan a subyugarnos. Dependemos de las mรกquinas para casi todo, hasta el punto de que casi todas nuestras interacciones sociales transcurren a travรฉs de una pantalla. Somos adictos a los dispositivos que nos acompaรฑan, y condicionamos nuestra realidad a los dictรกmenes que recibimos a travรฉs de ellos: cรณmo debemos ser, quรฉ debemos escuchar, a quรฉ deseamos aspirar.
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Es cierto que no son las mรกquinas las que logran eso directamente, sino a travรฉs de la acciรณn humana. Nos dejamos influir no por culpa de Instagram, sino porque nuestra condiciรณn social nos hace vulnerables a ciertos estรญmulos. No nos polarizamos por culpa de Twitter, sino que en รฉl construimos cรกmaras de eco en las que resuena nuestra opiniรณn hasta el punto de que nos molesta cualquier otra voz que sea discordante. Pero tambiรฉn es cierto que esa subyugaciรณn tambiรฉn es posible gracias a la acciรณn de los algoritmos y sus recomendaciones: estรกn ahรญ para hacernos la vida fรกcil, pero, imperfectos como somos, acabamos sucumbiendo y usรกndolos para sumergirnos en burbujas en las que no cabe nada que no nos guste, sean series, mรบsica u opiniones.
EL ALTAR DE LO SOCIAL
Por tanto, el poder, aun siendo lo suficientemente grande como para crear un mundo nuevo, no implica libertad. La libertad no existe en sentido absoluto en el mundo real y, por tanto, tampoco puede existir en el digital. Para vivir en equilibrio necesitamos tener en cuenta lo social, y es precisamente lo social lo que ambos mundos tienen en comรบn, y en ambos nos condiciona por igual. A travรฉs de siglos de evoluciรณn hemos llegado al acuerdo tรกcito de que toda libertad implica responsabilidades, y que, en general, la libertad de uno alcanza hasta donde empiezan los derechos de otros. Socialmente no tengo libertad para insultar, mentir o abusar, del mismo modo que la libertad individual tampoco debe superar la frontera de los demรกs. Puedo hacerlo, pero si lo hago pago un precio. Por tanto, no soy libre de hacerlo.
[pullquote]Lo digital, en realidad, no es un mundo nuevo, sino una manifestaciรณn artificial del mundo que poblamos y dominamos, pero no creamos[/pullquote]
Lo digital, en realidad, no es un mundo nuevo, sino una manifestaciรณn artificial del mundo que poblamos y dominamos, pero no creamos. Por eso allรญ las comunidades funcionan mรกs o menos como las reales, atados a nuestras mismas cadenas y comportamientos sociales. Despojados de la identidad actuamos como una masa radicalizada, igual que en el mundo fรญsico. Podemos ridiculizar desde el anonimato a quien no piense como nosotros, igual que podemos insultar al รกrbitro escondidos en la grada o acabar dando empujones en una manifestaciรณn rodeados de una marea de gente.
En ese nuevo mundo hemos buscado trascender: crearnos mejores versiones de nosotros mismos olvidando que no podemos ser otra cosa que nosotros mismos. Podemos ofrecer versiones mรกs exageradas o desinhibidas de nuestra persona, pero seremos nosotros al fin y al cabo. Podemos vencer nuestra timidez para relacionarnos siendo ingeniosos a travรฉs de un chat, o deslizando el dedo en una interfaz dual, pero cuando esa barrera virtual se rompa y nos veamos de frente fuera del sistema, seguiremos siendo los mismos que รฉramos desde nuestro lado de la pantalla. Aunque nos construyamos otra personalidad, con otro nombre y otro aspecto, nos siguen limitando nuestras mismas cadenas: nuestras filias y fobias, nuestros anhelos y miedos.
Esa es posiblemente la paradoja de la libertad. Sentimos que en el entorno digital nos desligamos de nuestras cadenas y podemos ser quienes queramos. O que podemos amoldar los productos y servicios a nuestra imagen: elegir quรฉ idioma, quรฉ tipografรญa, quรฉ opciones veo y cuรกles oculto, de quรฉ manera configuro mi visiรณn del mundo. Elijo a quiรฉn seguir y a quiรฉn prestar atenciรณn, quรฉ imagen decora el fondo de mi pantalla y hasta de quรฉ manera coloco las herramientas en mis estanterรญas digitales. Pero eso no es mรกs libertad que la de elegir entre una serie de opciones predefinidas, como en la vida real.
Por mรกs que el creador de un entorno digital intente empoderar a sus usuarios estos nunca serรกn libres: la personalizaciรณn de cualquier contenido digital no es mรกs que hacer posible elegir entre ciertas opciones cerradas, de modo que tรบ crees que puedes elegir, pero es una ficciรณn, mรกs o menos elaborada, para simular lo que no es.
ENSAYOS DE OTROS MUNDOS QUE SON COMO ESTE
Los entornos construidos para avatares, como los juegos en red, son posiblemente la mejor y mรกs avanzada representaciรณn de cรณmo podrรญa ser ese nuevo mundo, creado a nuestra imagen y semejanza. Ahรญ puede no haber mediaciรณn de creador digital alguno: una vez se diseรฑa el entorno, dios desaparece y da la libertad de acciรณn a los residentes. Pero como mundo hecho basado en el que habitamos, acabamos replicando nuestras mismas costumbres y doctrinas morales. Un entorno social acaba regido por reglas que operan como leyes y por sistemas econรณmicos como el nuestro, con mercados con precios acordados por la comunidad y hasta lenguajes propios y mitos compartidos. Distintos a los fรญsicos, pero siguiendo sus mismos patrones. Es lo que conocemos y es lo que somos.
[pullquote]No podemos ser dioses porque nuestro dios, en realidad, es lo social[/pullquote]
Es cierto que quizรก en esos entornos podemos tener superpoderes, vidas infinitas o guardar una partida para retomarla si nos equivocamos en nuestras decisiones, cosas que no suceden en la vida real. Pero aunque no nos metan en la cรกrcel por hacer algo indebido a otro avatar, sรญ podemos sufrir las mismas consecuencias sociales del mundo real: rechazo, seรฑalamiento o venganza. Quizรก no podemos ser dioses porque nuestro dios, en realidad, es lo social.
Los mundos, en fin, son finitos, como lo es la realidad. Por amplio que sea el escenario del juego acabarรกs llegando a una pared que ya no se puede superar, como el actor que descubre que su vida era un programa televisivo. Igual que los antiguos imaginaban el fin del mundo como un abismo de cascadas y dragones, el mundo en el que nos creemos dioses tiene sus paredes. Siempre ha resultado complicado subvertir un sistema desde dentro del mismo sistema.
De igual modo que es una mala idea saltarse la Constituciรณn para suplantarla, quizรก sea una mala idea creernos capaces de crear un mundo mejor si no hemos sido capaces, siquiera, de mejorar el nuestro. Y aquรญ sรญ que no se puede deshacer una opciรณn o guardar la partida por si erramos en nuestras decisiones: nuestra idea de dios es inmortal, y quizรก esa sea la manifestaciรณn mรกs clara de que, aunque nos lo creamos, no lo somos. Tal vez esa sea la clรกusula de seguridad definitiva en nuestro sistema.