Suele decirse que comedia es igual a tragedia más tiempo. O que el tiempo lo cura todo. Jean-Paul Sartre concretó más al escribir que «felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace». Otros advierten que el dinero no da la felicidad, pero al menos financia una parte, y Tolkien fue más tajante al declarar que «si hubiera más personas que valoraran la comida y la alegría y la canción por encima del oro atesorado, el mundo sería más feliz».
El problema de las recetas sobre la felicidad es el mismo de los aforismos de Mr. Wonderful: acostumbran a ser tautologías ambiguas que no funcionan por igual para todo el mundo, amén de que se basan en la intuición o las experiencias personales y no en la evidencia contrastada de la literatura científica.
En ese sentido, los libros de autoayuda suelen ser un compendio de frases del primer tipo. Básicamente porque apenas tenemos evidencias científicas de lo que en verdad nos hace felices a todos.
Lo que sí sabemos
Es más probable que compren un libro de autoayuda las personas que previamente ya hayan comprado otro de la misma temática, lo cual deja bastante en evidencia lo poco útiles que son. Asumido que la mayoría de ideas que se recogen en los libros de autoayuda en realidad no son particularmente eficaces, desde la psicología, sin embargo, hay algunas estrategias que sí parecen dar frutos bastante maduros.
Una de las más sencillas consiste en escribir lo que te pasa. James Pennebaker, profesor en el departamento de Psicología en la Universidad de Austin, desarrolló un ejercicio de redacción que se debe llevar a cabo tres o cuatro noches seguidas y donde la persona escribe sobre un problema unos quince minutos cada noche.
Junto a Pennebaker, investigadores como Ethan Kross y Ozlem Ayduk han refinado el método, abundando así en su funcionamiento. Como explica el psicólogo Timothy D. Wilson en el libro Las mejores decisiones, el secreto de este tratamiento reside:
En el fondo, estos ejercicios de redacción hacen que abordemos problemas que no podemos entender replanteándolos de una manera diferente que nos permite hallar algún significado; dicho de otro modo, hace que elaboremos una narración mejor que nos permite dejar ese problema atrás.
Contarnos historias, pues, parece altamente terapéutico. Escribir ayuda a enfocarse y a organizar la experiencia. Eso no significa que debamos escribir cada día ni que sea necesario mantener un diario. A juicio de Pennebaker, al abusar de este tipo de escritura corres el riesgo de tener una visión centrada en tu ombligo o entrar en un ciclo de autocompasión nada provechoso.
Efecto Pigmalión
Para demostrar cuán efectivo es escribir sobre tus propias zozobras, el psicólogo Geoffrey Cohen quiso probar qué pasaba con los afroamericanos. Muchos afroamericanos que estudian secundaria arrastran una muy baja autoestima en los estudios porque están estigmatizados por el estereotipo de que son menos inteligentes que los blancos. Debido al llamado efecto Pigmalión, aunque el estereotipo no sea real, este funciona como una profecía autocumplida y las personas lo asumen tanto como cierto que sus efectos acaban siendo reales.
Cohen trató de aumentar la autoafirmación de esos niños afroamericanos eliminando la presión y propiciando que rindieran mejor en clase, haciéndoles escribir sobre un valor que tuviera importancia en su vida y que no guardara relación con los estudios. En función del tipo de experimento, los afroamericanos realizaron este ejercicio de tres a cinco veces durante el semestre durante quince minutos cada vez.
Nada más. Solo eso. Escribir sobre algo importante en su vida aparte de los estudios. Contarse una historia sobre ellos mismos que fuera inspiradora.
A largo plazo, los efectos no tardaron en percibirse en el grupo que escribía respecto al grupo de control que no escribía. Quienes habían realizado el ejercicio rindieron mejor en los estudios en los dos años siguientes. En realidad, la intervención redujo su diferencia de rendimiento con los estudiantes blancos en un 40%.
El poder de la escritura expresiva también puede ofrecer beneficios físicos a las personas que luchan contra enfermedades terminales. Los estudios realizados por James Pennebaker y Joshua Smyth, de la Universidad de Syracuse, sugieren que escribir sobre las emociones y el estrés puede estimular el funcionamiento inmune en pacientes con enfermedades tales como VIH/SIDA, asma y artritis.
Por ejemplo, según un estudio publicado en Journal of the American Medical Association, 107 pacientes con asma y artritis reumatoide escribieron tres días consecutivos durante veinte minutos. 71 de ellos lo hicieron sobre el evento más estresante de sus vidas y el resto, sobre un tema emocionalmente neutral de su vida cotidiana.
Cuatro meses después del ejercicio de escritura, 70 pacientes en el grupo de escritura estresante mostraron una mejoría en las evaluaciones clínicas objetivas, en comparación con 37 de los pacientes de control.
Una revisión sistemática de la investigación realizada por Smyth, publicada en 1998 en el Journal of Consulting and Clinical Psychology, sugiere que esta hipótesis está fuertemente respaldada por la evidencia experimental.
Los investigadores solo están empezando a comprender cómo y por qué la escritura puede beneficiar al sistema inmunitario y la razón de que algunas personas parecen beneficiarse más que otras. Sea como fuere, parece que escribir es terapéutico. Así que a por ello, escribid sobre lo que os aflige y, a poder ser, esquivad las tautologías que algunos imprimen en las tazas para el desayuno.