Tenías doce años cuando abriste el libro de Robert Louis Stevenson con aquel título tan sugerente: La isla del tesoro. Y, entonces, a través de las aventuras del jovencísimo Jim Hawkins, empezaste a descubrir la perversión de la codicia, el poder del dinero, el valor de la lealtad, el precio de la traición…
Los años fueron pasando y aquel libro comenzó a desaparecer del frontal de tu memoria.
El libro sí, pero no aquello que, subyaciendo en la historia, había penetrado ya tan al fondo de tu ser que pervivirá ahí para siempre.
Y si a esa pervivencia le añadimos muchas otras provenientes de más libros que se fueron sumando a lo largo de tu adolescencia, nos encontraremos con que una parte importante de lo que tú eres hoy está forjada en aquellas narraciones que apenas recuerdas.
Cuando llegaste a Orwel, la historia de Rebelión en la granja te describió la Revolución rusa gracias al déspota comportamiento de los poderosos cerdos. Una sátira que te ha permitido también analizar la reciente moción de censura de Mariano Rajoy sin necesidad de mayores explicaciones.
Y después, fascinado como estabas con este autor, te acabaste de un tirón 1984. Otra historia casi perdida entre tus recuerdos, pero que te influyó tanto en su momento que ahora, cuando lees informaciones sobre un Big Data descontrolado o el inmenso poder de manipulación de Facebook a través de empresas como Cambridge Analitics, no te resultan algo incomprensible.
Y así podíamos seguir con Un mundo feliz, Yo robot, Fahrenheit 451 y tantos otros libros que se van desdibujando en nuestra mente, pero que permanecen, perfectamente sedimentados, en el fondo de nuestro ser. O también incluir otros grupos de libros que te hubieran abierto puertas muy diferentes llevándote a otros lugares y convirtiéndote en otra persona.
Solemos pensar que nuestra vida, entendida como las cosas que nos suceden, es la que determina nuestra visión del mundo en la etapa adulta. Pero lo cierto es que esas cosas que nos suceden suelen ser, en la mayoría de las ocasiones, bastante intrascendentes y anodinas.
Y sin embargo, los relatos leídos a lo largo de los primeros años suelen estar cargados de emociones, experiencias y aprendizajes. Y son esas emociones, experiencias y aprendizajes las que realmente nos conforman. Lo que sucede es que al no tratarse de hechos reales, solemos subestimarlos a la hora de concederles el mérito que se merecen.
Es la maldición de lo imaginado. Nadie se lo toma en serio, argumentando que es algo que no ha sucedido. Pero nosotros, que sí que existimos de forma evidente y tangible, estamos edificados en gran medida por ese otro invidente e intangible que es el conjunto de lecturas de nuestro pasado.
Decía André Maurois que cultura es lo que nos queda después de haberlo olvidado todo. Y es cierto, lo que sucede es que no nos damos cuenta de ello. Tal vez sea porque despidiéndose no hay nadie más sutil y elegante que un recuerdo: cuando olvidamos algo, olvidamos, incluso, que lo hemos olvidado.
En mi vida los libros ha tenido gran significado y en especial uno, Juan Salvador Gaviota de «Richard Bach», es el libro con que me he identificado por completo. Aunque Soy Colombiana en de clase media, por costumbre culturales no tuve en mi adolescencia, una gran experiencia pero hoy día a mis 44 años vividos, soy una persona autónomo en muchos aspectos de mi vida por que en formación los libros y fragmentos literarios me han ayudado a crecer como persona y ser lo que soy aunque no recuerde todo los que he leído si recuerdo los que mas me han impactado.