2010 empezó como cualquier otro para Ferdinando Rollando. “Llevo más de 20 años siendo guía alpino en las inmediaciones de Chamonix. Somos unas 1000 personas las que nos dedicamos a ello en la zona. Lo hacemos para gente que está en forma, para la parte más afortunada de la sociedad”, explica. Lo que no sabía este montañero italiano es que estaba a punto de cambiar los concurridos alrededores del Mont Blanc por la remota cordillera de Koh i Baba en la provincia de Bamiyán (Afganistán).

¿Su misión? Abrir lo que se podría considerar una de las escuelas de esquí más rebuscadas del mundo. La fundación Aga Khan llevaba tiempo explorando el potencial del esquí en el país para relanzar la economía. Al enterarse Rollando del proyecto, se postuló para ello y fue seleccionado.

Tres meses bastaron para confirmar su intuición de que el proyecto podía funcionar; fue en su primera visita en 2011. “Recuperamos con creces la inversión gracias a la llegada de turistas e involucramos a la comunidad en ello”, añade.

Durante su estancia en Bamiyan, Rollando repartía su tiempo en dos ocupaciones. La primera consistía en ejercer de guía para extranjeros, en su mayoría miembros de la ONU, que visitaban la zona para hacer excursiones. Las expediciones se gestionaban a través de una agencia de viajes propiedad de un grupo de emprendedores afganos. El resto del tiempo lo dedicó a enseñar a los jóvenes locales a esquiar y escalar con la esperanza de que un día sean ellos los que lleven las riendas de negocios relacionados con el turismo de montaña.

La zona, según Rollando, es idónea para desarrollar este tipo de actividades y una de las principales oportunidades para mejorar la economía de un país que no tiene materias primas. “Tiene picos de más de 4000 metros y es perfecta para un tipo de esquí clásico. También sirve para esquí de fondo y excursiones”. Pero el modelo que contempla para la provincia poco tiene que ver con uno de masas. El de los esquí lifts, pisos, autopistas, según el, condenaría el lugar a un turismo demasiado estacional en el que la gente viene, esquía y se va.

“Tenemos que aprender de los errores que hemos cometido en los Alpes. Intentar que la estación turística no sea demasiado corta y muy ligada a la baja intensidad de mano de obra. Queremos que exista una relación más humana, donde los visitantes contratan guías y conductores, que realmente sostenga a la población y que el dinero acabe beneficiando a los locales en vez de a personas de fuera”, cuenta el alpinista italiano.

Durante su estancia en Bamiyan, parte de su trabajo fue lidiar con el choque cultural. Aun siendo una de las zonas más abiertas del país (la gobernadora de la provincia es mujer), Rollando lo tuvo complicado a la hora de enseñar a niñas a esquiar. “Hasta ahora solo lo he logrado con mujeres mayores emancipadas porque la gente del pueblo se opone. Aun así muchas veces es fachada. Con un poco de dialogo se solucionan muchas cosas”. Para el 2012, el guía italiano ya tiene preparada una solución para no dejar fuera a las jóvenes. “Queremos traer a profesoras de esquí de Tajikistan. Allí hay mujeres que hablan el idioma”.

El año que viene, el alpinista de Valle d’Aosta volverá a Afganistán para seguir con el proyecto. Sabe que queda mucho por hacer, pero dice estar lleno de optimismo para un lugar del que confiesa que acabó enamorado. “Al final mi mayor orgullo es el económico. Hemos producido un rédito honesto en un país donde el 95% de la economía depende de la guerra. Los afganos dicen en broma, aunque tiene parte de verdad, que los parlamentarios ganan tanto dinero a raíz de esta situación que no les interesa la paz. Aquí hemos creado un sistema para que la gente reconstruya sus vidas”.

Si el país logra salir algún día de la guerra, el hombre que enseñó a las aldeas de Bamiyan a esquiar podrá mirar atrás contento por haber aportado su granito de arena a la reconstrucción del país. Una nación que, más que nunca, necesita cambiar los uniformes militares por turistas con otro tipo de uniforme un tanto distinto: el de la ropa de montaña y unos esquís.

Los Budhas de Bamiyan

230 kilómetros separan Bamiyan de Kabul, pero la distancia real es mucho mayor que esa. Las carreteras están prácticamente destruidas y la principal forma de llegar a la provincia es en un helicóptero de la ONU que realiza el trayecto entre los dos lugares. En los años 60 y 70 llegaban 3 vuelos semanales con visitantes occidentales a la zona. Era la época dorada del turismo en al país que llegó a recibir 100.000 extranjeros en 1977. Venían en busca de las impresionantes montañas, el opio y los Budhas de Bamiyan, la gran atracción de la zona.

Estas enormes estatuas milenarias, esculpidas en una enorme pared de roca, fueron destruidos por los Talibanes en 2001, solo seis meses antes del ataque a las torres gemelas. Esta tragedia arquelógica fue uno de los últimos ataques que perpetró el régimen en una región que, diez años más tarde, es una de las zonas más seguras del país. Un grupo de arqueólogos alemanes quiere empezar a reconstruirlas, pero los 12 millones de euros que se estima que costará el proyecto complican su viabilidad. Entre tanto, la presencia de Ferdinando Rollando en la zona está ayudado a promocionar la región. La historia de este atrevido montañero italiano ha sido recogida por medios como Sky News, The Times, Al Jazeera y Rai.

Fotos: Ferdinando Rollando
Foto Buddhas: Zaccarias Wikimedia Commons
Este artículo fue publicado en el número de diciembre de Yorokobu.

Artículo relacionado

Último número ya disponible

#142 Primavera / spring in the city

Sobre nosotros

Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

Suscríbete a nuestra Newsletter >>