Los españoles que se fueron a Hollywood 

13 de septiembre de 2023
13 de septiembre de 2023
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actores españoles en Hollywood

Con el cambio de los años 20 a los años 30 —hace casi 100 años—, también cambiaron muchas cosas importantes en el mundo del séptimo arte. Ese fue el momento en el que el cine sonoro conquistó el espacio que hasta entonces ocupaba el cine mudo, algo que recuerdan ahora no pocas películas.

Ese salto a las películas habladas obligó a hacer cambios. Primero, no todas las estrellas que habían dominado la pantalla en los años previos lograron adaptarse a la nueva realidad (por ejemplo, sus voces no funcionaban o no eran como los espectadores habían imaginado).

Y, segundo, Hollywood —que dominaba de forma abrumadora las taquillas globales de cine— se encontró con el problema del idioma. Sus estrellas hablaban en inglés y los espectadores de otros países con otras lenguas no estaban dispuestos a escuchar películas en un idioma que no hablaban. 

actores españoles en Hollywood

Fue así como aparecieron en ese momento las versiones: películas que eran exactamente igual a las que Hollywood estaba haciendo en inglés, pero con actores que hablaban esos otros idiomas. Y fue también por esa razón por la que en los años 30 no pocos actores, directores o guionistas españoles se fueron a Hollywood.

La idea no era exactamente única: la productora Paramount también tenía en Joinville-le-Pont, cerca de París, un estudio en el que hacía versiones de sus películas en varios idiomas para el mercado europeo. 

«Hollywood no podía perder mercados, y entonces idearon el recurso de las dobles, triples y cuádruples versiones», le explica Florentino Hernández Girbal, que fue periodista cinematográfico en los años 30 —y tuvo también varios oficios conectados directamente con el cine—  a Álvaro Armero en Una aventura americana. Españoles en Hollywood.

El modo de trabajo era bastante intenso. Los estudios rodaban durante el día las películas originales. Por las noches —en un horario intempestivo y con directores de segunda fila (incluso, rodar versiones se veía como una manera de castigar a aquellos directores que no se avenían a lo que las productoras querían de ellos)—, entraban los actores de las demás lenguas y rodaban sus propias películas lo más rápido posible. El objetivo era que las versiones en otros idiomas saliesen rentables y tuviesen, por eso, el menor coste posible. 

Debían usar los mismos escenarios, los mismos guiones, el mismo vestuario y los mismos elementos: se esperaba que las películas fuesen una copia perfecta las unas de las otras hasta el detalle, pero en otras lenguas, como recuerda el documental de TVE Pioneros en Hollywood. Esto, por supuesto, no era realista.

Ya solo el idioma empleado alteraba el producto (la economía de palabras de unos idiomas contrasta con las expresiones más largas de otros). Además, a veces, el equipo se desviaba de lo que hacía la película original. Fue lo que hizo la versión en castellano de Drácula: el Spanish Dracula fue redescubierto hace unos años y se ha convertido en un poco una película de culto.

YouTube está lleno de vídeos en los que entusiastas del cine comparan frame a frame las decisiones de los equipos de cada película y teorizan sobre si la versión del equipo que hacía la copia es mejor que la que protagoniza Bela Lugosi. 

actores españoles en Hollywood

Como explica en el libro de Armero José Nieto, uno de esos actores que se fueron a Hollywood en 1931, aterrizaron en Madrid representantes de las grandes majors estadounidenses para fichar a actores y actrices que protagonizasen estas versiones. Hacían sus castings en un estudio de Ciudad Lineal.

Otro actor recuerda en ese mismo libro que había muchísima gente que intentaba lograr ser escogida. Lo cierto es que Hollywood y el cine eran ya muy populares en España, y soñar con ser estrella del cine, por muy contemporáneo que nos parezca, no era en absoluto raro. Los periódicos estaban llenos de reportajes y artículos sobre el mundo del cine, tanto a un nivel estrellato como de los sueños de la gente de entrar en ese universo.

De hecho, existe un artículo en Estampa de Luisa Carnés —que, además de escritora, fue también periodista en la prensa de esos años— en el que se hace pasar por una de esas mujeres que sueñan con triunfar en el cine: se va a convertirse en extra para una agencia madrileña. Allí se encuentra una cantidad inmensa de jóvenes que buscan lo mismo. 

Llegar hasta California implicaba un viaje largo —trenes, barcos y más trenes—, pero al final estaba la gran promesa, el Dorado de las películas. Hollywood era el epicentro del cine y, sobre todo, movía unas cifras que nada tenían que ver con lo que ocurría en España. Los sueldos eran, incluso si hacían versiones de películas más cutres y baratas, fabulosos.  

Eso sí, vivir allí era muchísimo más caro que hacerlo en Madrid. En las entrevistas del libro de Armero hay varios testimonios que apuntan en esa dirección. La actriz María Fernanda Ladrón de Guevara reconoce que se le fueron todos los ahorros de la aventura americana en mantener «uno de los chalets más preciosos» y un estilo de vida de estrella del cine.

«Era todavía el tiempo de la ley seca y el alcohol valía más que el oro. Yo di en casa una fiesta en al que me gasté en bebidas cuatro mil dólares», le explica. También exigía cosas que al otro lado del Atlántico quizás no se estilaban tanto: Ladrón de Guevara acabó operándose la nariz porque los directores la presionaban con que la suya no era nada cinematográfica. Volvió de Hollywood con una nariz nueva. 

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A Hollywood se fueron algunos de los nombres del cine de esos años. Así ficharon a Gregorio Martínez Sierra, que era el gran nombre como autor teatral de esos años (hoy sabemos que, en realidad, solo era la cara: la que escribía era María Lejárraga, política y escritora y que había usado a su marido, Martínez Sierra, como seudónimo literario), y a su pareja, Catalina Bárcena, estrella popular de los teatros de aquellos años; pero también a Edgar Neville o a Rosita Díaz Gimeno, olvidada ahora, pero que fue una de las actrices de cine más conocidas de los años de la II República.  

Las grandes productoras no solo ficharon a gente del cine en España, sino también en Latinoamérica. Lo que buscaban era que hablasen español. Esto creó una de las principales fuentes de tensión de las versiones: como los repartos venían de lugares diversos, tenían acentos diferentes, y se crearon luchas sobre cómo se deberían decir las cosas.

Las fuentes que recuerdan esta historia hablan de la «guerra de la Z», en la que se luchaba por cómo debería pronunciarse esta letra. Esto también hacía que no hubiese unidad en cómo hablaban los diferentes personajes de una película (lo que a los espectadores de entonces les chocaba). 

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Las versiones no fueron especialmente bien recibidas cuando llegaron a los cines de España. Se las veía un poco cutres y raras, también de poca calidad (las películas que se tendían a adaptar eran de segunda fila). En los años hollywoodienses se hizo alguna película original (como Angelina o el honor de un brigadier), pero no fueron muchas. 

La aventura en Hollywood terminó bastante pronto. La popularización del doblaje —y el hecho de que las versiones, por muy baratas que fuesen, eran mucho más caras en un momento de crisis económica— resolvió el problema de llegar a públicos en otros idiomas.

Además, los espectadores querían ver a las estrellas de Hollywood y no a versiones alternativas. Eso hizo que la mayoría de quienes habían hecho la maleta para irse a California la hiciesen de vuelta. Mientras, en España se hablaba de crear un Hollywood propio, en medio del tirón que las películas de los años republicanos tenían en el cine. Fue, eso sí, una idea que se quedó en nada. 

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