Los tachones de las obras maestras

tachones en obras maestras

En tiempos de la máquina de escribir tomé por sagrado el folio en blanco. No lo manché con palabras hasta no haberlas rumiado en la cabeza. Consideraba que mi cerebro era una fábrica mugrienta y secreta cuyo fin era sacar piezas perfectas. Si una frase fea traspasaba la tinta, al momento arrancaba el papel y lo arrugaba como los escritores de las películas (con la llegada del ordenador cambié las bolas de papel por la tecla SUPR).

Internet enseña que el cine no muestra cómo trabajan los escritores. La imagen del escritor rodeado de bolas de papel es poderosa. Sugiere a los espectadores cuánto se han esforzado los artistas, pero es una imagen falsa. Muestra un método de trabajo devorador de tiempo, energías y talento.

‘Madame Bovary’ – Gustave Flaubert

El secreto de la escritura bella está custodiado por museos y universidades: los borradores de las grandes obras están llenos de tachones. Correcciones con letra diminuta entre líneas y en los márgenes. Páginas enteras marcadas con una cruz.

La prosa mínima de Hemingway, la fluida de Flaubert, la ironía de Wilde, la poesía acerada de Plath surgen del rescate. De la extracción de fragmentos en un fangal de palabras más que de una inmaculada creación. Para Hollywood una mano tachando palabras impacta menos que un centenar de bolas de papel. Sin embargo, hay en el tachón una poderosa herramienta creativa.

Incluso Dickens, urgido por los plazos de entrega, llenaba de tachones sus borradores. Coloca entre líneas palabras creando hojas que parecen escapar del horror vacui (miedo al vacío). Dickens sabe que sus lectores abandonan las obras con las palabras poco frecuentes.

«El artista solo debería pedir a los recuerdos involuntarios la materia prima de su obra», escribió Marcel Proust en El estilo es una cualidad de la visión. Esos recuerdos involuntarios —espontáneos— pueblan los borradores a mano de En busca del tiempo perdido. Proust confiesa extraer las palabras necesarias para hacer los recuerdos «algo inteligible». Un esfuerzo que reconoce arduo y que no acaba con el manuscrito en la imprenta. Proust añade a mano correcciones a las galeradas, elimina palabras, incluye nuevos bloques de texto.

‘La vida de poetas americanos’ – E. A. Poe

Proust, como otros escritores esforzados, busca con ahínco la palabra precisa para el sentimiento, la palabra justa (mot juste) en la terminología de Flaubert. El escritor de Madame Bovary tenía el oído como método de corrección. La palabra justa suena bien. Para encontrar la palabra justa llenaba miles de páginas. La palabra que suena mal es sustituida o eliminada. Una tarea que a algunos escritores lleva años.

Vladimir Nabokov desea en el prólogo de Invitación a una decapitación (Invitación a una ejecución) la creación un diccionario de definiciones huérfanas. Incluiría: «Reducir, ampliar o si no, alterar u obligar o alterar, en aras de una tardía mejoría, los propios escritos, para su traducción». Con esto expone los avatares de la traducción —traducir es reescribir— de Invitación desde el ruso al inglés. Un trabajo en asociación con su hijo.

Para la publicación original en 1935, el escritor se empeña en encontrar la palabra perfecta en ruso. Para la adaptación al inglés de 1960 «las únicas correcciones necesarias fueron las de pura rutina», escribe Nabokov.

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‘Invitación a una decapitación’ – V. Nabokov

El original ruso de Invitación revela una compleja tarea de destrucción y retoque (similar al de futuras obras). El lector no llega a percatarse del esfuerzo. La primera frase es tan sencilla como lapidaria y un preludio del estilo de toda la obra: «De acuerdo con la ley, la sentencia de muerte le fue anunciada a Cincinnatus C. en voz muy baja».

Nabokov pretende exponer con un estilo limpio sus apreciaciones de la naturaleza humana. La oscuridad se opone a una escritura bella y eficaz. Una legión de escritores del siglo XX deja constancia de sus métodos de trabajo. Opiniones que coinciden en la necesidad de la sencillez y la brevedad: «Sé breve», decía Hemingway. «No debemos obligar al lector a leer una frase de nuevo», decía García Márquez. «Más palabras como mesa, nube y cama, y menos como sublime o exteriorización», decía George Simenon. El creador de Maigret tachaba palabras fuera de su lista de las dos mil que consideraba esenciales para la comunicación.

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‘En busca del tiempo perdido’ – M. Proust

«Si es posible eliminar una palabra, hazlo» y «nunca uses una palabra larga si puedes usar una corta», decía Orwell. El periodista escribe la novela 1984 a máquina a doble espacio. Más tarde escribe a mano entre líneas —cada línea— la palabra corta o la palabra precisa. No es un actor interpretando a un escritor. No detiene la escritura para deshacerse de la imperfección con bolas de papel. Orwell escribe con el sombrero creativo sin censura y corrige con el sombrero analítico.

Orwell tiene en la máquina de escribir, como otros escritores del siglo XX, una herramienta poderosa. Los ordenadores son utilísimos, pero sugieren la corrección inmediata en lugar del reposo. Autocensura constante que interfiere con el flujo creativo.

«Garabatea cuadernos y escribe páginas salvajes a máquina», recomendaba Kerouac.

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Galeradas de ‘En busca del tiempo perdido’ – M. Proust

Está la posibilidad de imprimir el resultado. El papel es un chivato. Guarda el secreto de lo que oculta al igual que el mármol para Miguel Ángel: «¿Cómo puedo hacer una escultura? Simplemente retirando del bloque de mármol todo lo que no es necesario».

Las grandes novelas nacieron del corte y la sutura. Nacieron de la curación de cicatrices.

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