Decir, en pleno siglo XXI, que la relación entre los medios y sus lectores se está estrechando cada vez más puede resultar insultantemente obvio. Ya no basta con que un lector compre el periódico o un oyente encienda la radio. Ahora el primero puede compartir los artículos en sus redes sociales y el segundo tiene la posibilidad de preguntar al político o artista de turno que asista a una entrevista digital en la web de la emisora.
E incluso eso ya es cosa del pasado. Ahora, esa relación ha ido un paso más allá y ha entrado en una nueva dimensión. Los lectores, oyentes y telespectadores han asumido un nuevo rol. De un tiempo a esta parte, son ellos quienes se encargan de hacer posible el periodismo. De una u otra forma. Ya sea con su dinero o, como algunos ya pretenden, convirtiendo en pasatiempo la labor de todo un departamento.
Se han explorado distintas formas en las que los usuarios dejaban de ser pasivos para erigirse en responsables indirectos de un contenido periodístico. En tiempos de crisis, lo más necesario para pagar sueldos, y todos los elementos que conforman una redacción, no es otra cosa que el dinero. Ya sea mediante el pago de una suscripción que le otorgue el estatus de socio, ya sea aportando de sus ahorros a una cuenta de la que salga la guita con la que poder pagar todo lo necesario. Muchos han sido los que han tomado estas sendas, con mejor o peor resultado.
Pero, como decía aquel, el dinero no lo es todo. Ahora hay grandes imperios mediáticos que, aprovechando que sus arcas gozan de buena salud (o eso tratan de aparentar), han decidido pedir a sus usuarios que trabajen. Obviamente, el pionero en estas lindes no lo ha vendido tal que así. Faltaría más. Pero en un mundo como este, el tiempo es dinero y un hobby que requiera dedicar tiempo a que una compañía aumente su fortuna deja de ser un pasatiempo.
El diario estadounidense The New York Times persigue algo así. Con su nuevo proyecto, Madison, pretende que todos los usuarios que habitualmente acceden a sus contenidos se animen a realizar una tarea colectiva como es clasificar todos los anuncios publicitarios que han salido publicados en las páginas del mismo diario en la década de 1960. Una vez se hayan completado y catalogado todos los módulos dedicados a distintas marcas de ese periodo, los participantes pasarán a las páginas de los diarios publicados en los años 70.
Existen varias opciones de colaboración, en función de la predisposición de cada internauta y, sobre todo, del tiempo libre del que disponga. Cualquiera puede acceder a la plataforma para determinar si el apartado que aparece destacado es o no un anuncio. Esta es la tarea más cómoda y sencilla. En la pantalla aparece señalada una parte concreta de la página de un periódico. En la parte inferior, para contextualizar, aparece la fecha exacta del mismo. Una vez que el usuario vea aquella parte que los responsables del New York Times quieren archivar, debe marcar si se trata de «Exactamente un anuncio», «Parte de un anuncio», «Múltiples anuncios» o «No se trata de un anuncio». Sumamente fácil.
Si el usuario dispone de algo más de tiempo y quiere concedérselo a este emporio mediático, puede realizar otras tareas. En la parte inferior izquierda aparecen el resto de labores de las que se puede ocupar cualquiera. Con total libertad, el internauta puede comenzar a clasificar los anuncios, señalando la empresa que en ellos aparece y el tipo de producto que promociona. En este segundo apartado encontramos 16 opciones, pero para el primero es el usuario quien tiene que teclear el nombre de la compañía.
Para aquellos que más interés tengan existe una tercera opción. Si no es suficiente con catalogar la marca o señalar si un módulo publicitario es o no parte de un anuncio mayor, la plataforma da la posibilidad de transcribir el contenido de ese texto patrocinado. No entraña ninguna dificultad. Basta con escribir en un cuadro de texto situado en la parte derecha aquellos mensajes con los que las marcas trataban de engatusar a los lectores del diario.
El proyecto, que se ha levantado sobre la plataforma de código abierto Hive, creada para dar soporte a esta iniciativa, también intenta convertirse en un reto para los usuarios que se animen a participar. En cada una de las actividades que propone Madison, podemos subir de nivel y así tener un seguimiento de nuestra actividad. Una vez completados los diez primeros pantallazos, ya sea clasificando, etiquetando o transcribiendo, subiremos de nivel. De Reader a Fledgling Finder. El siguiente escalafón será Rookie Finder y después ascenderemos a Staff Finder. Una vez que superemos los 50 anuncios revisados, pasaremos a ser Contributing Finder.
Estos niveles son uno de los aspectos novedosos que ha incorporado The New York Times a esta forma de trabajo colaborativa con sus usuarios. Porque no es la primera vez que un medio de comunicación estrecha sus vínculos con aquellos que le leen o escuchan, para trabajar codo con codo. Ya lo hizo en 2009 el diario británico The Guardian en el proyecto MPs’ expense. Su intención era que los usuarios le echasen un cable para organizar los 700.000 documentos presentados por los 646 parlamentarios británicos, en los que rendían cuentas de sus gastos en los últimos cuatro años.
Los usuarios que consultaban este medio aceptaron encantados el envite y en apenas 80 horas se revisaron 170.000 documentos, gracias a que el 56% de los internautas que consultaba The Guardian contribuyó a la causa. Tal fue el impacto que otros medios decidieron tomar ejemplo. Ya en 2012, ProPublica.org lanzó el proyecto Free the Files. Invitaban a los usuarios de su comunidad a organizar los anuncios políticos registrados en Estados Unidos por la Comisión Federal de Comunicaciones. Cerca de 1.000 fueron los lectores que decidieron echar una mano para analizar la inversión de los diferentes partidos políticos en campañas de publicidad.
Hay quien ve con muy buenos ojos estos nuevos vínculos que se han establecido entre prensa y ciudadanía. Sin duda, conocer los gastos de los parlamentarios o conseguir, mediante una campaña de crowdsourcing, que las autoridades saquen a la luz la inversión de los distintos partidos políticos, es algo sumamente positivo. No obstante, conocer cuál ha sido la evolución de los anuncios a lo largo de los años puede resultar más insignificante. Puede que incluso dé pie a pensar que tras este juego que es Madison se escondan intereses ocultos.
Tal vez se trate de un simple divertimento, una excusa muy acertada para desempolvar su inmenso archivo, cerrado al pago. Pero también puede que, bajo este entretenimiento e incentivo de participación de la audiencia se esconda algún interés por parte de dicho imperio mediático para engordar sus arcas. Quién sabe. Con este juego, como hemos comentado, se pueden ahorrar varios puestos de trabajo en el departamento de documentación.
Porque, de lo que sí podemos estar seguros, es de que aprovecharán la labor de los usuarios. Ya sea para realizar un reportaje en el que aborden la evolución de la publicidad en sus páginas, o para elaborar un informe para los anunciantes, ¿quién le asegura a los responsables del diario que todos los participantes en Madison lo hicieron con buenas intenciones? No olvidemos que internet está repleto de troles que, seguramente, se asomen con ganas de fastidiarle el invento. En ese caso, puede que a The New York Times le salga el tiro por la culata.
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Las imágenes utilizadas para este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Raquel Baranow, Madison y ProPublica.org