Ojalá entre los seres humanos el entendimiento fuera tal que no necesitáramos discutir. Pero, desde el momento en que existen los puntos de vista, existen las discusiones. Disentir y polemizar libera tensiones y nos ayuda a abrir la mente y a no aceptar las cosas tal y como vienen. Pero no todas las querellas tienen esas ventajas: solo las aportan las que son un civilizado intercambio de argumentos. Otras muchas son, en el mejor e los casos, inútiles; y en el peor, destructivas.
Repasamos algunos errores que cometen los malos discutidores:
Ser propenso a discutir. A las discusiones no hay que «cogerles el gusto». Será mejor discutidor el que discuta poco y solo en los momentos imprescindibles.
No modificar su discurso según las respuestas de su interlocutor. Un mal discutidor no escucha. Tiene preparado lo que quiere decir y lo expresa sin adaptarlo a la información nueva que aporta la persona con la que está hablando.
Dar respuestas vacías o repetir lo que ha dicho el otro para ganar tiempo. Si la otra persona tiene más aptitudes dialécticas o por cualquier otro motivo el debate está evolucionando a su favor, tómate tu tiempo para pensar tus respuestas, pero no digas cualquier cosa solo por acabar con el silencio.
Muchas personas, para ganar tiempo, repiten textualmente algo que ha dicho su interlocutor. Seguro que habéis presenciado discusiones en las que alguien, ante una pregunta complicada, responde «a la gallega»:
—¿Por qué no me lo dijiste en ese momento?
—¿Que por qué no te lo dije en ese momento?
Otro clásico se basa en convertir las acusaciones en preguntas:
—Es que contigo no se puede hablar.
—Ah, ¿que conmigo no se puede hablar?
Una tercera modalidad consiste en desplegar el escudo de las acusaciones-rebote «dando la vuelta a la tortilla» y usando las mismas palabras del interlocutor, pero en su contra:
—Es que contigo no se puede hablar.
—¡Contigo sí que no se puede hablar!
Volver al punto de partida. La retórica es un arte. La conversación debe avanzar como un encuentro deportivo. Si notas que te empiezan a sacar ventaja, debes buscar nuevas líneas para intentar ganar la partida. Pero nunca repetir un punto que ya te han rebatido, porque eso es perder el tiempo y además te pone en evidencia (demuestra que no tienes más razones que argumentar).
No visualizar el final de la discusión. Para que una discusión tenga éxito, las dos partes deben tener voluntad de alcanzar un punto final: un acuerdo, una petición de perdón o cualquier otra solución. Si una de las dos personas solo quiere discutir por desahogarse, pero no tiene interés en llegar a un punto de concierto; la conversación nunca será productiva. Puedes manifestar tu voluntad de que la discusión termine de distintas formas:
– Realizando una recopilación de lo expuesto hasta el momento por ambas partes
– Presentando las distintas opciones para solucionar el tema
– Admitiendo tu parte de responsabilidad o aceptando uno de los argumentos del otro
– Haciendo preguntas precisas y concluyentes y no meras acusaciones
Alzar la voz. Quien tiene razón no necesita gritar. Así lo afirmaba Shakespeare: «Los gritos son el arma de los cobardes, de los que no tienen razón». Un argumento es más fuerte si se expresa con calma.
Sacar a colación temas distintos del que se está debatiendo. Un clásico, por ejemplo, en las discusiones de pareja. Se trata del viejo recurso de guardarse en la recámara algo que «echar en cara» aunque no tenga nada que ver con el tema en cuestión. Eso es «juego sucio» en las reglas no escritas de las discusiones: una tarjeta amarilla por falta de nobleza. Solo consigue que se pierda el foco de la conversación y esta no solo no avanza, sino que retrocede. Los asuntos pendientes se pueden tratar en otra discusión diferente.
Faltar al respeto. Quizá sobre decir que una discusión productiva no contiene insultos, juicios de valor sobre la otra persona ni faltas de respeto. Si bien tenemos que cuidar siempre esos temas, es especialmente importante que lo hagamos en estos momentos, ya que, «en caliente», estas soluciones brotan de nosotros con más facilidad y es muy probable que después nos arrepintamos de haberlas elegido.
Utilizar a personas ausentes. Bien sea para echarles la culpa de algo de lo que se nos está acusando o para decir que comparten una opinión que estás defendiendo, no deberías echar mano de los nombres de personas que no pueden refutar tu afirmación en ese momento. Intenta hablar por ti y olvidarte de aquello de «no soy el único que lo piensa» o «eso lo hizo tal persona, no yo».
Abandonar la discusión antes de que termine. Por orgullo o por falta de argumentos, son muchas las personas que hacen una salida triunfal de la sala, cuelgan el teléfono o se refugian en el silencio, dignas o enfurruñadas. Estas escenas quedan muy bien en las películas, pero son malas soluciones: no hacen más que posponer la discusión, que deberá retomarse en otro momento.
Ya que se pasa el mal trago de enfrentar el tema en cuestión, es recomendable hacer un esfuerzo por tratarlo hasta el final y, así, poder darlo por zanjado. Si no, el tiempo empleado no habrá servido de nada.