Hay fotógrafos que tienen un concepto y lo siguen a rajatabla en su proceso creativo; y los que fotografían compulsivamente y a toro pasado buscan un sentido o un hilo conductor en sus imágenes. Los hay que se especializan en un género y permanecen fiel a su elección a lo largo de las décadas; y los que adoran sorprender a su público con repentinos e inusitados cambios de registro. Y luego hay aquellos que rechazan todo tipo de etiquetas porque quieren sentirse libres de experimentar y evolucionar fuera de las casillas hasta encontrar su propio discurso visual.
Manuel Ibáñez pertenece a esta última clase de fotógrafos. Este arquitecto sevillano llegó a la fotografía a finales de 2013, después de los 40 años. Sus primeros pasos con la cámara al hombro coincidieron con la crisis de la construcción, que le dejó tiempo libre para apuntarse a un taller de iniciación. La pasión fue creciendo a la par que su producción fotográfica e Ibáñez acabó matriculándose en la Escuela de Arte de Sevilla.
Hoy está completamente volcado en la fotografía. «Al principio utilicé la técnica más básica de la fotografía, que es el claroscuro. Pero fue el color el verdadero descubrimiento y con el color me siento más identificado», explica este arquitecto, que siente cierto interés por la pintura clásica y contemporánea. «Siempre me ha gustado ir a museos y echar un vistazo a las revistas de arte. La luz para mí ha sido y sigue siendo un tema muy importante. De hecho, siempre me he fijado en ella para la construcción de mis proyectos de arquitectura», asegura.
Para un observador ingenuo, sus fotos cumplen todos los requisitos de la street photography, pero él no se conforma con ser encasillado en esta categoría tan manida. «Yo pienso como Garry Winogrand, que después de publicar un libro sobre un zoológico, solía decir en las entrevistas que no por eso se le podía considerar un fotógrafo de animales. Si salgo a la calle a fotografiar, no por eso soy un street photographer. Simplemente uso la calle como un vehículo para hacer mis fotos. Lo que define a un fotógrafo no es la calle o el estudio, es su mirada», afirma Ibáñez.
Por la misma razón, se niega ser tildado como el retratista de Sevilla. «Es la ciudad donde vivo y es lo que conozco. Por lo tanto, me siento cómodo dirigiendo la mirada hacia determinados aspectos de la sociedad sevillana. Es una sociedad compleja, donde el peso de la tradición es muy importante y también de las liturgias sociales que de eso derivan. Es una sociedad que quiere ser muy moderna, que por ejemplo fabrica aviones para Airbus, y al mismo tiempo es muy complaciente consigo misma. Por eso no hay una visión de futuro a largo plazo, porque las tradiciones se repiten cada 365 días», señala.
[mosaic pattern=»ssl»]
[/mosaic]
En el fondo, este fotógrafo intenta mostrar una Sevilla alejada de los estereotipos convencionales que todo el mundo conoce, es decir, sus fiestas populares. «No quería evitarlos, sino fotografiarlos de una manera más íntima, menos convencional, huir de lo evidente utilizando la metáfora y la evocación para hablar de mi ciudad, transmitir de alguna manera lo que no se ve para que la gente intuya otras sensaciones menos evidentes», dice Ibáñez, que ha hecho de Sevilla su laboratorio de experimentación a cielo abierto.
[mosaic pattern=»ssp»]
[/mosaic]
Obsesionado con la luz y la composición a través del color, Ibáñez cita a William Egglestone, Saul Leiter y Philip-Lorca diCorcia entre sus referentes. Señala con humildad que recién está empezando y que todavía no tiene la preocupación de construir una narrativa como la que se viene imponiendo en los últimos años a través del fotolibro. «Para mí no existe una diferencia tan clara entre la instantánea y la narrativa. Al fin y al cabo, toda la fotografía es instantánea. La narrativa surge al colocar unas fotos al lado de otras. A mí lo que más me preocupa es ir definiendo mi mirada», defiende.