Redonda es una isla en pleno Caribe donde no vive nadie. Sin embargo, dispone de hasta nueve aspirantes a su trono. Es lo que ocurre cuando eres rey de un territorio que ni conoces y concedes títulos nobiliarios en la servilleta de una taberna a cambio de un trago más. Le ocurrió a su último monarca «oficial», un poeta y asesor literario del escritor Matthew Phipps Shiel, hijo, a su vez, del fundador del reino de Redonda.
Este se llamaba Matthew Shiel y era comerciante en la isla de Montserrat hasta aquel día de 1865 en el que se autoproclamó rey de la vecina isla. Los pájaros bobos eran los únicos habitantes de aquel trozo de piedra que Cristóbal Colón divisó en su segundo viaje a América. Pero eso no mermó la ambición monárquica de Shiel quien pese a la anexión del islote a Reino Unido (para extraer su guano) mantuvo su reinado en el exilio.
Cuando su hijo Matthew cumplió los 15 años, su padre abdicó a favor de él. Este mantuvo el cargo hasta su lecho de muerte. Fue entonces cuando legó el reino a su asesor, a quien todo parece indicar que el puesto le vino grande. Tras intentar vender la isla a la Corona británica y obtener la negativa de esta, el nuevo rey de Redonda comenzó a emitir títulos nobiliarios como si no hubiese un mañana. Tantos como para que a día de hoy se hayan identificado hasta nueve potenciales reyes de Redonda.
El de la isla caribeña es uno de los 50 casos recogidos en Atlas de países que no existen, de Nick Middleton, y publicado por Planeta.
Para el profesor de Geografía de la Universidad de Oxford y autor de varios libros de viaje, elaborar el listado de «no países» para su atlas fue lo más complicado del proceso. Y lo fue, dice, por la falta de consenso sobre lo que es un país.
«El concepto es antiguo, pero también muy resbaladizo. En cuanto empiezas a buscar una definición clara, te encuentras enseguida con discrepancias, excepciones y anomalías». El libro, de hecho, es un compendio de muchas de ellas.
La confusión es aun mayor con el uso más o menos intercambiable de los términos «estado» y «país». Ni siquiera la ONU es capaz de aclararse al respecto. Es más, las Naciones Unidas, «no utiliza ninguno de los dos, sino que introdujo otro término, «nación», que también se emplea con frecuencia en el mismo sentido».
De ahí que Middleton no sea el único que se líe con el concepto. Ni entre las propias naciones parece existir acuerdo unánime a la hora de considerar si un estado (o país) lo es o no. Tener un asiento en la Asamblea General de la propia ONU no es suficiente en ocasiones (que se lo digan, por ejemplo, a Israel que pese a formar parte no es reconocido como estado por parte de más de otros 30 países miembros ).
«Algunas autoridades prefieren reservar la palabra “nación” para un grupo social, étnico o cultural que puede tener su propio país, al que a veces también se llama “estado-nación”».
Para tratar de acotar algo más estos conceptos, Middleton hace referencia al artículo primero de la Convención de Montevideo donde se establecen los cuatro criterios esenciales de la condición de estado: «una población permanente, un Gobierno, un territorio definido y la capacidad de mantener relaciones con otros estados».
Incluso alude a la «idea de poder» que muchas autoridades incluyen en su definición de país, o a definiciones de politólogos como Max Weber para quien un estado tiene «el monopolio del uso legítimo de la violencia en un determinado territorio». «Evidentemente, la violencia ha ayudado a muchos países a ganar y mantener su territorio, y sigue siendo un poderoso símbolo de fuerza nacional. Pero los países también se identifican ejerciendo otras formas de poder: dictando y defendiendo las normas y reglas que se aplican dentro de sus fronteras».
En el atlas de Middleton aparezcan casos como Taiwán o Somalilandia, «estados “de facto” que solo esperan que el resto del mundo se pongan de acuerdo sobre la realidad de su existencia».
Catalunya es otro de esos «no países», aunque Middleton prefiere no mojarse al respecto. Ni siquiera con los resultados del 9-N. El autor sitúa el «desapego» de los catalanes que se sienten una nación aparte del resto de España en los años de dictadura, «cuando Franco sofocó cualquier intento de expresión cultural catalana».
Euskadi también aparece pero solo en el prólogo. Middleton justifica su no presencia en el cuerpo del libro porque en los lugares en los que «dos aspirantes a naciones están presentes en similares (aunque no idénticas) circunstancias» decidió incluir solo a uno.
Tíbet, Crimea o Christiania son algunos de los casos más conocidos. Pero el atlas también hace sitio a «no estados» tan remotos y desconocidos como Minerva, república libertaria declarada en 1972 sobre un atolón del Pacífico que hasta entonces había permanecido sumergido. O el estado más poblado de la Tierra, Elgaland-Vargaland, fundado en 1992 por los suecos Michael von Hausswolff y Leif Elggren, y que incorpora todas las fronteras entre otras naciones, así como territorios digitales y otros estados de la existencia, entre ellos la ensoñación o el limbo.
Al fin y al cabo, según Middleton, la estructuración del mundo tal y como hoy lo conocemos es algo relativamente moderno. El autor fija ese momento justo después de la II Guerra y el proceso de descolonización. Fue entonces «cuando comenzó a esbozarse el mapa multicolor que conocemos hoy».
Pero esa «sociedad internacional y global de países» que se creó entonces no ha parado de cambiar. «Los países van y vienen». Los que ahora existen como tal puede que no lo sean en un tiempo, y viceversa. «La historia está llena de cadáveres de aspirantes a estado que nunca llegaron a serlo, de imperios que acabaron disolviéndose y de países reconocidos que desaparecieron, engullidos por vecinos más poderosos».
No obstante, Middleton reconoce que el los últimos 50 años los estados han demostrado una mayor estabilidad. Han sido más los que se han creado que los que han desaparecido por lo que el escritor no descarta que «algunos de los actuales “países que no existen” puedan ver algún día la luz y convertirse en una nación de pleno derecho».
[…] El mapa político de los países "virtuales" […]
[…] El mapa político de los países inexistentes: “Para el profesor de Geografía de la Universidad de Oxford y autor de varios libros de viaje, elaborar el listado de «no países» para su atlas fue lo más complicado del proceso. Y lo fue, dice, por la falta de consenso sobre lo que es un país. «El concepto es antiguo, pero también muy resbaladizo. En cuanto empiezas a buscar una definición clara, te encuentras enseguida con discrepancias, excepciones y anomalías». El libro, de hecho, es un compendio de muchas de ellas. La confusión es aun mayor con el uso más o menos intercambiable de los términos «estado» y «país». Ni siquiera la ONU es capaz de aclararse al respecto. Es más, las Naciones Unidas, «no utiliza ninguno de los dos, sino que introdujo otro término, «nación», que también se emplea con frecuencia en el mismo sentido».” […]
[…] El mapa político de los países inexistentes: “Para el profesor de Geografía de la Universidad de Oxford y autor de varios libros de viaje, elaborar el listado de «no países» para su atlas fue lo más complicado del proceso. Y lo fue, dice, por la falta de consenso sobre lo que es un país. «El concepto es antiguo, pero también muy resbaladizo. En cuanto empiezas a buscar una definición clara, te encuentras enseguida con discrepancias, excepciones y anomalías». El libro, de hecho, es un compendio de muchas de ellas. La confusión es aun mayor con el uso más o menos intercambiable de los términos «estado» y «país». Ni siquiera la ONU es capaz de aclararse al respecto. Es más, las Naciones Unidas, «no utiliza ninguno de los dos, sino que introdujo otro término, «nación», que también se emplea con frecuencia en el mismo sentido».” […]
Las mujeres y Jesus: En los momentos de mayores problemas. Aparece el amor. Despues que crucificaron a Jesus sus discipulos lo dejaron solo
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