«Lo importante de un mapa no es lo que muestra, es lo que esconde»

11 de julio de 2014
11 de julio de 2014
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representación de mapas

La historia de los mapas es la historia de todas las visiones del mundo. La historia de lo que se muestra y lo que se esconde. De los relatos de poder y de nuevas narrativas ciudadanas. Del mundo del atlas como si la Tierra cupiese en un papel al mundo en el que puedes visitar un museo a miles de kilómetros de distancia.
EL ORIGEN DE LOS MAPAS
Hace unos 3.000 años la Tierra era plana. El velero que se atreviera a navegar más allá de sus límites caería por el abismo. Ese era el suelo raso que pisaban Homero y sus contemporáneos en el VIII a.C. hasta que dos siglos después Pitágoras convirtió la Tierra en una pelota.
Eratóstenes de Cirene (276 a.C.–194 a.C.) tampoco hizo caso a Homero. El astrónomo y matemático fue uno de los primeros investigadores que llevó los conocimientos geográficos de la época a la cartografía, según cuenta Simon Garfield en su libro En el mapa, de la editorial Taurus.
El estudioso griego imaginaba la Tierra como una esfera y aseguró que la circunferencia de la Tierra tenía 252.000 estadios (en la Grecia de entonces la unidad de medida era el estadio de Olimpia en su extensión de 174,125 metros). No se equivocó. Eratóstenes apenas erró en unos kilómetros.

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Reconstrucción del mapa de Eratóstenes del siglo XIX. Wikimedia.org

Estrabón, dos siglos después, encogió el planeta. El historiador lo redujo a 30.000 estadios. Pero lo importante no fueron sus cálculos, sino la nueva visión que dio del mundo. A este geógrafo no le interesaba el enfoque científico de Eratóstenes. Prefería representar el lado más humano de los territorios. Por eso viajó todo lo que pudo y acabó mostrando sus conocimientos en los 17 volúmenes de Geografía.
El historiador añadía textos a sus mapas para contar detalles de los que no puede hablar una mera representación topográfica. A la actual Inglaterra llamó «miserable» e «inhabitable». Decía que no merecía la pena conquistarla porque en aquellos parajes apenas veían el sol. Irlanda tampoco valía la pena. Estaba llena de caníbales.
Los estudios de Ptolomeo, en el siglo II, supusieron un importante avance en el arte de la cartografía. Sus estudios no fueron estrictamente científicos pero, según Garfield, establecían unas coordenadas que podían haber llevado muy lejos los mapas venideros. Sin embargo, esto nunca ocurrió.
La Edad Media dejó caer su oscuridad sobre los mapas. Los conceptos de latitud y longitud se fueron a dormir. No volvieron a utilizarse hasta 1450 en las florecientes ciudades de Venecia y Núremberg. La oscuridad fue tal que Cristóbal Colón tuvo que volver a la época de Ptolomeo a buscar posibles caminos para llegar a Japón y quizá ahí halló el error y, de paso, las desconocidas tierras de América. El navegante desmintió así la creencia de los que decían que Hércules, el dios más musculoso, había levantado dos pilares en el Estrecho de Gibraltar para eregir ahí el fin del mundo y la última frontera. Esos que tenían como lema Non Terrae Plus Ultra (No existe tierra más allá).
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Mapa Mundi reconstruido a partir de la Geografía de Ptolomeo. La hizo Johannes de Armsshein en 1482. Wikimedia.org

AQUÍ HAY DRAGONES
Desde el siglo X al XVII los mapas se poblaron de animales fantásticos. Aparecían en parajes remotos y desconocidos. Eran criaturas destinadas a infundir temor. Dragones malvados, monstruos alados y figuras mitológicas aterradoras. A menudo estaban inspirados en ilustraciones de enciclopedias pero sus rasgos se afilaban hasta que se convertían en criaturas indeseables.
Estos animales, en su versión literaria, se asociaron a una frase latina que se encontró por primera vez en el Globo de Hunt-Lenox (1503). En la costa oriental de Asia escribieron Hic Sunt Dracones (Aquí hay dragones) y, según los historiadores, podría hacer referencia a los dragones de Komodo. Pero aún no hay certezas. Un año más tarde la frase se incluyó en otro mapa que dividía el mundo en dos círculos y, después, no volvió a aparecer jamás. Al menos, en los documentos que hoy se conservan.
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El Lenox Globe, de B.F. De Costa. Wikimedia.org

MAPAS CON FORMA DE ANIMAL
Desde el siglo XV muchos mapas se habían ido poblando de animales y criaturas fantásticas. Estaban representados como habitantes de un lugar, normalmente, muy lejano. Pero en 1583 el cartógrafo austriaco Michael Aitsinger aprovechó la silueta geográfica de los Países Bajos para convertirla en la figura de un león. En aquella época Bélgica y Holanda pertenecían al Imperio Español y casi todas las provincias tenían un león en su escudo. Era una especie de broma y crítica que hizo escuela y convirtió muchos mapas en figuras de animales. Este se llamaba Leo y apareció, por primera vez, en un desplegable de un libro. Después surgieron decenas de versiones y modificaciones según iban cambiando los gobernadores de las provincias de la zona.
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Leo Belgicus, de C.J. Visscher (1650). Wikimedia.org

La afición del carto-animal cruzó el Atlántico. En 1833 el cartógrafo Isaac W. Moore dibujó un águila sobre el mapa de lo que entonces era Estados Unidos. El documento se publicó en un libro titulado Rudiments of National Knowledge, Presented to the Youth of United States, and to Enquiring Foreigners. El autor de esta obra, Joseph Churchman, dijo que había visto una figura de un águila sobre Estados Unidos un día, al contemplar el mapa bajo una luz tenue. Dudó si convertirlo en un nuevo mapa, pero, al final, pensó que sería una forma de ayudar a los niños a aprender geografía.
Ese era un mapa manso. Pero al otro lado del mundo, en Rusia, había un animal con otras intenciones. Era un pulpo dibujado por Frederick Walrond Rose en Serio-Comic War Map for the Year 1877. «El mensaje es al mismo tiempo poderoso y siniestro, una de las expresiones más lúcidas expresadas en un mapa», escribe Garfield. «Un obeso pulpo ruso extiende sus gruesos tentáculos por el cuello de Persia, Turquía y Polonia». Alemania está representada como el káiser. Inglaterra, como un colonialista con una bolsa de dinero en la que dice: ‘India, Transvaal y Suez’. Y España, en el sur, aparece de espaldas al resto de Europa.
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Satirical map of Europe, 1877. Biblioteca del Congreso de EEUU y Wikimedia.org

MAPAS EPIDEMIOLÓGICOS
Los mapas, desde muy pronto, habían ido introduciendo significados dentro y fuera de los contornos geográficos. Pero en el siglo XVII aparecieron un nuevo tipo de planos más prácticos y sofisticados. En los años 1665 y 1666 diseñaron mapas de Londres que representaban las víctimas que se habían producido en la Gran Plaga y el Gran Fuego de esa ciudad, según Garfield.
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Mapa de los brotes de cólera, realizado por John Snow, en 1854. Wikimedia.org

Era el nacimiento de los mapas epidemiológicos. El funcionario de salud pública estadounidense Valentine Seaman dibujó un mapa epidemiológico en 1798 que mostraba un brote de fiebre amarilla en el muelle de Manhattan. Una revista médica publicó el plano y, con esto, según Garfield, «surgió una nueva ciencia: la geografía médica».
El principal teórico de este tipo de mapas fue Leonhard Ludwig Finke. El obstetra alemán decidió elaborar un atlas de las enfermedades en 1780. El estudioso creía que «lo que estaba enfermo era una zona o país, no su población, y elaboró una explicación científicamente rigurosa en tres volúmenes de su nueva geografía: era una de las primeras listas de países que los viajeros debían evitar. El atlas de las enfermedades se frustró por sus elevados costes en la época de las guerras napoleónicas, pero sí llegó a elaborar un mapa de las enfermedades en 1792».
En Europa otro de estos mapas contribuyó a detener una terrible epidemia de cólera que se produjo en el Londres de 1854. El doctor John Snow, después de varias semanas investigando la ciudad, dibujó una ilustración que mostraba todos sus descubrimientos. El plano, según Garfield, contenía las ubicaciones de las 13 bombas de agua que parecían infectadas y unas líneas negras que indicaban los los fallecimientos que se habían producido en cada lugar. «Al poco tiempo, otro informe sobre el brote, preparado por residentes de la zona bajo la dirección de Snow, presentaba un relato aún más pormenorizado de los acontecimientos (…)», escribe el autor de En el mapa. «Los hallazgos eran terribles, porque mostraban no solo que las personas vivían apiñadas y en una pobreza extrema, sino también en condiciones de salubridad que ni siquiera cabría esperar en una granja, con sótanos cubiertos de heces humanas».  

mujer con jaula de pájaro
Mujer con una jaula de pájaro, de József Rippi-Rónai (Galería Nacional de Hungría). La obra forma parte de la colección que muestra el Instituto Cultural de Google

LOS MAPAS DESPUÉS DE INTERNET
El siglo XXI supuso la mayor revolución de la cartografía en su historia. En 2005 Google llevó los mapas y las calles del mundo a cualquier persona con conexión a internet. También comenzó a mostrar el globo terráqueo a vista de satélite con Earth. Hoy, ese programa, con más de mil millones de descargas, es el más utilizado para consultar cartografía, según el blog oficial de esta compañía.
Pero a Google le pareció insuficiente mostrar el mundo de puertas afuera y se propuso enseñar también los interiores. La compañía creó el Instituto Cultural Google para mostrar obras de arte, exposiciones culturales, monumentos históricos y lugares declarados patrimonio de la humanidad de todo el planeta. «Es un museo virtual donde mostramos millones de obras de arte de distintas instituciones culturales con las que nos hemos asociado. Es fantástico que una persona pueda absorber cultura de cualquier lugar del planeta y que los niños puedan utilizarlo en sus estudios», explica el tecnólogo geoespacial de Google Ed Parson. «También existe una opción del tipo street-view para que el usuario pueda recorrer el museo como si estuviera caminando en su interior. En España lo hacemos con el Museo Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza, el Thyssen Málaga, el Museo Nacional D’Art de Catalunya y el Museo Nacional de Bellas Artes de San Fernando. Y para algunos edificios ofrecemos también planos por plantas en Google Maps, para ayudar a un individuo a orientarse en el interior de museos, centros comerciales o estaciones de tren».
Estos servicios suponen «una forma de exterder las técnicas tradicionales de la cartografía y aprovechar las posibilidades de geolocalización que ofrecen los dispositivos móviles actuales», según Parson. Y, además, «es un modo de sacar provecho de lo que una persona tiene a su alrededor a cada instante».
Para diseñar sus servicios de cartografía, la compañía de Mountain View utiliza datos procedentes de más de mil fuentes autorizadas (públicas y privadas); imágenes por satélite, antenas y a nivel de calle (Street View), y contribuciones de los usuarios.
«La belleza de estos mapas dinámicos radica en que todos los días algún entusiata de los mapas añade información desde cualquier lugar», enfatiza Parson. «Estas cartografías te ayudan a descubrir cosas nuevas en tu propio pueblo o ver un nuevo bosque en África. Una de las cosas que yo he hallado en Google Maps es el mapa acuático de los arrecifes de corales o las ruinas del barco fantasma Mary Celeste en las Bermudas».
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El Mary Celeste, visto en Street View

NEOCARTOGRAFÍAS
La revolución cartográfica del siglo XXI no procede solo de Google. Las nuevas formas de representar el mundo tienen mucho que ver con la forma de mirar, la tecnología y la participación ciudadana. Por eso hoy se usan nuevos nombres: neocartografías, geografías 2.0 y geografías bottom-up. El investigador del CSIC Antonio Lafuente considera que las tres formas de llamarlo son correctas. «Neo, porque los mapas nos han descubierto cosas que hasta ahora no habíamos sabido ver o a las que no habíamos prestado atención; 2.0, porque gran parte de lo que se hace implica utilizar la web participativa, y botton-up, porque son geografías que nacen de arriba abajo. Es la propia gente la que se plantea cómo es el espacio», explica.
La cartografía se ha entendido a menudo como una representación objetiva de un territorio. Pero este investigador especializado en estudios de la ciencia dice que una mirada crítica muestra justo lo contrario. «El mapa por antonomasia es la representación del territorio y hemos vivido en la convicción de que detrás de un mapa no hay ideologías. Pensábamos que era un documento inocente, neutral, desprovisto de sesgos de cualquier naturaleza (sexo, raza, cultura…)».
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Mapa del reparto colonial de África por las potencias europeas (1913). Wikimedia.org

Esa era la visión dominante de la cartografía hasta el comienzo de los movimientos poscoloniales. Pero la marcha de los conquistadores supuso una revelación. «Los que vivían bajo las espuelas de un imperio se dan cuenta de que después de echar a la potencia colonial, la situación no cambia nada. La gente seguía vistiendo igual, comiendo igual y pensando igual. Los esclavos seguían siendo esclavos, las mujeres seguían siendo mujeres, los analfabetos seguían siendo analfabetos…», relata Lafuente. «Entonces vieron que esto de la colonia era más grave de lo que creían. Para cambiar su mundo tenían que cambiar las estructuras cognitivas y simbólicas que representaban su mundo. Ya estaban emancipados pero continuaba la explotación. No había cambiado nada».
Las estructuras de poder permanecen intactas. «La gente sigue admirando el acento de Cambridge y despreciando los acentos criollos locales. La gente se sigue emocionando con los códigos culturales de la exmetrópoli y las élites siguen despreciando la cultura local», indica el investigador. «Y es en una reacción a esto cuando surge la filosofía poscolonial. Muchos descubren que no solo tienen que liberarse de la bota física. También deben eliminar las formas culturales que dejaron instaladas los colonizadores y que continúan siendo hegemónicas. Ya son independientes pero siguen mirando como ellos les enseñaron a mirar y siguen sintiendo como ellos les enseñaron a sentir».

Fue entonces cuando «alguien pensó que lo importante de un mapa no es lo que cuenta, sino lo que oculta. Un mapa de Madrid está lleno de vida, de conflictos, de asimetrías… pero el plano nunca los muestra», según Lafuente. «Muestra Madrid como si todos los madrileños fuéramos iguales. Pero eso no es cierto. Aquí hay gente que lo está pasando en grande y gente que lo está pasando fatal».
Estos nuevos documentos son los que siguen la tradición de los mapas epidemiológicos. Son los que se hacen otras preguntas y los que, a menudo, revelan historias que pueden ser «tan escandalosas» como esta. «Uno de estos mapas muestra dónde están los donantes y los receptores de órganos. La sorpresa cuando se hizo ese mapeo fue ver que las zonas pobres son donantes netos y las zonas ricas son receptoras netas. Esto habla mucho de la asimetría de nuestro mundo».
Dice Lafuente que «los mapas legitiman una manera de ver el mundo en la que los conflictos no se hacen presentes». Además, «acostumbran a las personas a ver el plano como un reflejo objetivo de la mirada del dueño o del emperador». Y solo ahora «empezamos a verlos como una proyección sesgada al servicio de la mirada del dueño, del mandón. Es ahora cuando la gente empieza a preguntarse qué deberían representar en los mapas para que les resulten útiles a ellos. Esa pregunta tiene miles de respuestas. Tienen que mostrar los conflictos, la desigualdad, las asimetrías, la vibración que hay en las ciudades… Los mapas meramente topográficos, con una mirada plana, no nos dicen nada de quiénes somos».
Lafuente considera que de estas nuevas formas de mirar surge la necesidad de entender el espacio como un lugar formado por relaciones. «Esto lo explica muy bien un experimento muy bonito que hicieron en un pequeño pueblo inglés. Les preguntaron cómo viven ellos la ciudad y les pidieron que marcaran cuáles eran los sitios importantes, los secundarios y los irrelevantes. Nadie vio el ayuntamiento como el lugar central. Los habitantes destacaron como lugares principales el patio donde jugaban al fútbol de pequeños, el bar donde se enamoraron por primera vez, el parque donde salían a pasear…».
La Tierra, 3.000 años después, no es plana. Tiene tantas formas como relatos que hablan de ella. Tantas imágenes como formas de mirarla. Tantas narrativas como tecnologías para mostrarla. Y, además, ni hay verdad ni hay mentiras. Hay voces. Muchas voces.

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