Más política

11 de febrero de 2015
11 de febrero de 2015
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Ocurrió hace muy poco. Los ciudadanos de este país pensaban que la política era una batería de estrategias y procedimientos que llevaban a cabo los grandes partidos para que todo funcionase, ya fuera bien o mal. Pensaban que era algo lejano, ajeno, difícil de comprender e ingrato para la participación. Pensaban que funcionaba solo y que el armazón que protegía esos procesos era robusto y a prueba de sabotajes o torpezas. No era así.

De pronto, la realidad golpea a la existencia cotidiana, la que acontece a pie de calle. Lo que parecía que funcionaba de manera mecánica deja de funcionar. Es en ese momento en el que todos nos damos cuenta de la dejación de funciones ciudadanas que hemos perpetrado y de que, ahora sí, el manejo de la sociedad queda en manos de personas cuyos intereses desconocemos o, lo que es peor, se alejan del procomún.

El politólogo y profesor en la Universidad de Cambridge David Runciman dice que este desapego ya fue identificado por Henri-Benjamin Constant a finales del siglo XVIII. Se permite que el gobierno se aleje de los ciudadanos y cuando se descubre que, gracias a ese alejamiento, las bolsas de riqueza, poder y privilegios han crecido sin que nadie lo impida, el pueblo estalla.

Comienza entonces una misión mucho más complicada: recuperar la relevancia de los ciudadanos en la política activa, la del día a día; no la que se celebra, cada cuatro años, con la tópica denominación de la gran fiesta de la democracia. Son los propios ciudadanos los que tienen que reivindicar el control de sus propios destinos. Que la fiesta sea diaria.

Si los ciudadanos se centran en sus propias vidas, la política pertenecerá a los extremistas y a los ricos. Nunca pierden el interés en el poder

No es tarea sencilla, claro. No lo es porque toca reclamar el papel de la política justo en el peor momento, en el que se muestra como una disciplina desprestigiada, prostituida, manipulada e inútil. Sin embargo, David Runciman cree que este es el momento preciso para exigir su necesidad.

Su alegato se presenta en forma de libro y se llama Política. Sin más artificios. Se trata de un manual ilustrado que habla, precisamente, de eso: política. Además, el autor ha querido eliminar toda sombra de sospecha de aburrimiento recurriendo a las ilustraciones del estudio Cognitive Media Ltd. «Un texto puede ser anodino cuando está lleno de datos, pero esta forma de incrustarlos en las imágenes es mucho mejor. Las ilustraciones tienen más información que mis textos», dice.

Cuanto peor se ponen las cosas más posibilidades tiene el pueblo de apreciar la importancia de la política

El británico explica que se vio en la necesidad de escribir este ensayo a causa de la imparable frustración que se vive en todo el mundo y, especialmente, en Europa y Estados Unidos. «El libro trata de explicar lo que significa la política a lectores que podrían pensar que no están interesados en ella. Lo que muestro es la conexión entre nuestras actuales frustraciones y la larga historia de ideas y acción política que han ayudado a crear el mundo en el que vivimos, para lo bueno y para lo malo», explica.

Runciman describe el momento actual como «lleno de posibilidades y ciertamente interesante» y reconoce el poder transformador de las crisis en las sociedades. El problema es que, por un lado, la crisis que comenzó en 2007 no ha sido lo suficientemente acusada como para propiciar cambios estructurales. El capitalismo no se refundó, como prometían desde algún sitio, y no se han visto, en general, los grandes cambios que propició la Gran Depresión en los años 30 del siglo pasado. «Esa crisis no trajo solo un progresivo cambio político, sino algunos cambios regresivos como el fascismo y las guerras», opina el inglés. No todo fueron ventajas.

El otro problema es que, como explica el politólogo, «es peligroso desear una crisis en sociedades estables y prósperas. Sí, una crisis es galvanizante para el pueblo porque le revela la importancia de la política, pero también produce miseria y desesperación». Así que, como nadie quiere otra guerra mundial ni padecimientos de similar calado, toca plantear remedios alternativos y, según Runciman, «la historia no tiene todas las respuestas a esta nueva pregunta, la que plantea cambios drásticos en sociedades en las que la guerra es una posibilidad remota, como las de Europa Occidental».

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España

David Runciman confiesa que, vista desde Reino Unido, la actualidad española a partir del 15-M se contempla como un gran experimento social de activismo político. La característica más sorprendente de nuestro escenario es, según dice, «lo pacífica que es la situación dadas las enormes presiones económicas y sociales». Eso denota que, en términos históricos, vivimos en sociedades pacíficas y deja patente que, en realidad, «no conocemos el aspecto del fracaso de la política, que antes derivaba en escaladas de violencia o, en último término, guerras civiles».

Estamos, sin embargo, muy viejos para ir dando tiros por ahí. «La gente joven genera revueltas. Los viejos se quejan. Por eso, si bien es cierto que el desempleo afecta desproporcionadamente a los jóvenes, estos están aún en minoría. Las sociedades viejas son sociedades pacíficas», señala el politólogo.

Los nuevos partidos y la tecnología

La frustración a la que se refiere el profesor es, a su juicio, la explicación de la irrupción de partidos como Syriza en Grecia o Podemos en España. «De momento han canalizado la desafección popular con las élites e instituciones, pero las políticas populistas tiene las costumbre tanto de hincharse como de deshincharse rápidamente. La ira es una poderosa fuerza política, pero no sustituye al gobierno», asegura.

Max Weber decía que la toma de decisiones políticas era un proceso lento. Eso, dice Runciman, no ha cambiado. Pero las tecnologías de la información han facilitado la organización y difusión de este tipo de nuevas propuestas. Eso sí es nuevo. «Lo que aún no sabemos es si esos grupos que se han reunido tan rápidamente se dispersarán también a la misma velocidad. Mi temor es que esas nuevas formaciones políticas se rompan cuando colisionen con el poder de las establecidas instituciones políticas. Los viejos partidos aún no han dicho su última palabra».

A la vez que reconoce el papel de la tecnología como facilitador de la integración ciudadana en los procesos de decisión, el británico expresa en su libro el temor a que esa misma tecnología reste importancia a la política. «Los cambios tecnológicos son tan rápidos que dejan a los gobiernos como lentos, pesados e irrelevantes. Es curioso que haya más libertarios radicales y comunistas entre los informáticos que entre los politólogos. La tecnología no se considera un medio para mejorar la política, sino un medio para sortearla», narra con preocupación.

Las sociedades viejas son también estériles y no se adaptarán a tiempo para acometer nuevos retos

La tentación de buscar soluciones ajenas a la política es una amenaza constante porque «la tecnocracia solo proporciona mayor frustración». Runciman señala el peligro de entregarse a los tecnócratas y asumir que las decisiones que toman vienen dadas por su conocimiento como expertos. Esa es la mejor manera de no tener que dar explicaciones acerca de las políticas: afirmar que son unas materias tan especializadas que no están a la altura del entendimiento ciudadano. «Los expertos también se corrompen y cometen errores. La política se creó para dar a los ciudadanos normales algo de control sobre las decisiones que rigen sus vidas». No conviene, por tanto, dejarla en manos de técnicos.

Con todo, el politólogo británico no se muestra pesimista. «Nuestros políticos actuales no son peores que los de antes, sino mejores de muchas maneras: están mejor educados, mejor informados y muestran menos afición a la guerra». Por eso, aunque Runciman afirme que la política es una causa de los problemas que vivimos, también asegura que la solución está en hacer más y mejor política. «Los nuevos políticos siempre emergen con nuevas perspectivas. ¡Siempre hay esperanza!».

+info: Política, por David Runciman. Ed. Turner
Ilustraciones: Cognitive Media Ltd.

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