Una escena. Julián (pseudónimo), un niño de ocho años, llegó al entrenamiento de fútbol de su equipo. Revisó la bolsa de deporte y descubrió que había olvidado las zapatillas. Solo tenía los zapatos del uniforme. Se puso el chándal, se calzó los zapatos y salió al campo. Israel, un compañero, lo revisó, se rio y avisó a otro para que se fijara: «Míralo. ¿Es que eres mariquita, adónde vas así?».
Esos mismos zapatos los llevaba también Israel durante todo el día, pero su significado cambió en el momento en que terminaron las horas de clase y se enfundaron una vestimenta deportiva. El fútbol, como vehículo de identificación masculina, se toma como cosa seria y sirve para calibrar la pertenencia al grupo. Los grupos se sostienen marcando límites, castigando lo que se considera externo a él.
Julián duró poco tiempo en el equipo. Era sensible, le gustaba observar a los animales y dibujarlos. En cambio, había poca convicción en su acercamiento al fútbol —que era, en fin, acercarse a sentirse integrado—, tal vez porque le costaba soportar igual que otros niños ese marcaje continuo: se le hacía difícil adaptarse al lenguaje de confrontación con el que los niños se miden unos a otros. Quizás, Israel lo sabía y no fueron los zapatos el problema, sino notar algo que no podía verbalizar pero que le indicaba que había algo distinto en su compañero.
Cuando Julián llegó a casa y contó la historia, su madre lo consoló: «Pues la próxima vez enséñale el trozo de carne que te cuelga». Sin embargo, no se trataba del cuerpo, era otra cosa. Esta historia, ocurrida hace veinte años, es un ejemplo de cómo el machismo, aunque los privilegie, también causa sufrimiento en muchos hombres. Lo más probable es que la actuación de Israel no fuera más que un grito desesperado para no caer en esa fosa en la que caen los niños cuya masculinidad empieza a cuestionarse.
Esa vigilancia fantasmal moldea el machismo que subyuga a la mujer. Esa vigilancia no es cosa de niños. Se articula desde todos los ámbitos. A esto, como apunta el sociólogo José Vela, se le denomina «policía del género» y la ejercemos todos. «En el momento en que un chico se comporta de manera un poco afectiva ya hay una acusación que generalmente se va a materializar con una palabra: maricón. Muchas veces no nos damos cuenta de que maricón no significa homosexual, a ciertas edades no saben lo que es homosexual», explica.
Los niños, muchas veces, aprenden a relacionarse pegándose. Lo hacen como juego, pero, en el fondo, hay un punto de calibrar la amistad a partir de la fuerza física. La brusquedad y lo violento como unidad de medida de lo masculino.
La identidad masculina, argumenta Vela, se construye en términos negativos: atendiendo a qué no es ser un hombre. «Al no ser una identidad definida por sí misma, los hombres tienen que demostrar continuamente que lo son, no pueden relajar la masculinidad, y eso es agotador». Por eso, la homofobia y la misoginia «son dos pilares de construcción de lo masculino», se usan como verja electrificada entre el ser hombre y el no serlo.
El antropólogo social José Ignacio Pichardo cuenta cómo se emplea la homofobia como forma de vigilancia. «Desde que eres niño te dicen qué fuerte estás, qué machote. No te van a permitir determinados juegos, mover las manos de cierta manera, caminar de cierta forma. En la pubertad esto se exacerba, pero ocurre siempre», indica. «Para que seamos igualitarios, uno de los primeros pasos que tenemos que dar es perder el miedo a que te llamen maricón. Un hombre al que le da igual, ya ha dado un paso importante para asumir determinados roles que socialmente están asociados a las mujeres», desarrolla.
Hombres que quieren ponerse ñoños
La nueva masculinidad trata de huir de esas limitaciones y perder el miedo a ser expulsado de la categoría de hombre, lo que implica, también, revisar los propios privilegios y rechazarlos en favor de la igualdad. Al fin y al cabo, la revisión de la masculinidad y de cómo hieren los roles de género surgió gracias al feminismo radical de los años 60 y 70.
Uno de los cambios principales que se propugnan es la reivindicación de la sensibilidad. La castración emocional es una manera de control y dominación de los varones. «El ser humano necesita contacto y afecto, pero como se te está negando como varón, requieres de la presencia continua de una mujer para poder expresarte emocionalmente, para poder ponerte ñoño», explica José Vela sobre el modo en que se abre el camino que ha relegado a las mujeres al papel de cuidadoras.
«Son mecanismos de control», puntualiza. «Es un círculo vicioso que nos impide conseguir lo que necesitamos como seres humanos. Entonces hace falta siempre que la mujer sea hipercomprensiva, que se calle, que aguante el mal humor de los varones», critica. El hombre, como resultado, recibe un terrible privilegio: el de la ira.
Las nuevas masculinidades, en realidad, no son nuevas. La castración emocional, que fue la primera motivación por la que algunos hombres empezaron a revelarse contra su rol, no ha estado siempre ahí. «Estas cosas se niegan en la era moderna, pero no fue así en la antigüedad. La globalización lo ha expandido».
Sin embargo, la hoja de ruta no puede quedar ahí. Hay una crítica a las nuevas masculinidades: «Sobre todo al principio, los grupos de hombres hablaban de las carencias afectivas, pero no trabajaban sobre sus privilegios y rasgos de dominación», apunta Vela. El movimiento hippy —continúa— fue una liberación sexual y supuso un gran avance, «pero se seguía asignando a las mujeres el cuidado de la prole».
«Sin cuestionamiento de privilegios no se llega a ningún lado», avisa Vela. Lo cierto es que se daría una circunstancia perversa: el hombre mantendría sus ventajas tradicionales y, además, se desprendería de la cuota de sufrimiento que genera la propia estructura de dominación. El sociólogo cree, además, que la revisión sincera del privilegio podría encaminarnos a la rotura de discriminaciones de otro tipo: raza, clase…
La Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (AHIGE) plantea un decálogo para definir este nuevo tipo de masculinidad. No es tanto una definición de una realidad (no está claro que, a día de hoy, haya suficientes hombres que interioricen estas actitudes) como la descripción de unas metas. Hablan de «replanteamiento interno de sus valores, esquemas, mecanismos, conductas y pensamientos»; aprender a verse como ser sensible, afectivo y vulnerable; no aceptar un papel secundario en la crianza de los hijos; superar el miedo a la cercanía y complicidad con otros hombres; o apoyar activamente las reivindicaciones de las mujeres contra el sexismo.
¿Cómo enseñar a perder privilegios?
¿Cómo seducir para arrancar unos privilegios que, además, están tan asumidos que se entienden como derechos naturales? José Vela dirige cursos para adolescentes de la ESO con este fin y opta por un posicionamiento estratégico: «Tengo un taller diseñado para sensibilizar a los chicos. Intento mostrar las diferencias que no se ven, pero se sufren. Trato de que vean las partes que les vienen mal, el tener que ser ellos los ganapanes, que su función en la vida sea trabajar y trabajar. Luego voy a casos reales. Les hago ver que los hombres mueren cuatro veces más por conducta temeraria, y si los segregas por edad, hasta diez veces: conducir bebido, hacer balconing… Les hago ver por qué lo hacen los chicos, y es para probar que son hombres».
¿Cómo seducir cuando las actitudes machas resultan premiadas en la pubertad y la adolescencia, no solo por amigos, sino también por las compañeras que (a causa de un aprendizaje inculcado en la sociedad y los medios) se sienten atraídas por ellas? El tema de la sexualización «es vital». Vela hace un ejercicio para revelar la anomalía entre lo que ellos y ellas buscan en un chico y una chica y lo que, en realidad, les gusta. «Normalmente, a las chicas les erotiza un tipo varón que han criticado antes». Sin embargo, anota, «con la edad, esa tendencia se invierte».
El mejor paradigma cinematográfico para explicar cómo se construye el problema es la cinta Tres metros sobre el cielo. El protagonista fibroso hace batallas de dominadas sin camiseta, gana carreras ilegales, le revienta la boca a placer a cualquiera y chulea a las mujeres, pero luego, al parecer, tiene gran corazón y las protege. Se muestra una combinación imposible: si vives repartiendo hostias neuróticas, lo más seguro es que te relaciones como un neurótico también con las mujeres. La película inviste al personaje como héroe.
Un breve repaso de películas y series para adolescentes corrobora el esquema: una lista de tíos cuya sensibilidad no es incondicional, sino una migaja, un premio para la chica que sepa ganárselo. Esa condecoración mediática de la masculinidad tradicional alimenta todo el circuito que, desde hace mucho tiempo, el feminismo intenta desarmar. La nueva masculinidad no es más que asumir que apoyar el feminismo es, en sentido estricto, colaborar en el beneficio de todos.
GRACIAS, Esteban, por tu artículo y por lo bien que viene después de haber leído, como el otro día en Yorokobu, que no tienes por qué se feminista para defender la dignidad de la mujer ¿?¿??¿
ls machistas no hoden el buen ligar y asustan a las chicas
–
ademas el otro dia un entrenador se qejaba qe ls chavales se distraen cn las chicas del equipo…en vez d plantear qe estan para hacer deporte y para -etc, planteaba el entrenamiento como competitividad
y es normnal flirtear a cierta edad
Excelente artículo Esteban.
Excelente artículo, en medio de todo si se analiza la masculinidad fuerte y brava termina prendiendo de un hilo continuamente. Hay que desligarse del machismo y de los tabúes y contribuir con nuevas generaciones más sanas y ligeras de prejuicios.
Muy buen artículo, Esteban Ordóñez. Necesita una continuación.
Yo creo que hablando de machismo y hombres y mujeres y feminismo y hembrismo seguímos fomentando el sesgo en cuanto a género. Estas generalizaciones puramente arquetípicas tienen aún menos sentido cuando recordamos que todos hemos conocido hombres extremedamente femeninos y también mujeres extremadamente masculinas y a su vez, hombres y mujeres justos y respetuosos pero también hombres y mujeres injustos y agresores.
Hubo una época en que los libros infantiles eran escritos por personas que vivieron el siglo XX y sus conflictos, y que leyeron(y entendieron) a sus grandes escritores. Esta literatura muestra actitudes de respeto e irrespeto, de egoísmo y generosidad, de cobardía y valentía, de libertad y opresión, de empatía y sentencia, de comprensión y de necedad, de guerra y de paz, de sensibilidad y brutalismo, Etc… en personajes de ambos géneros o asexuados. Para avanzar hacia el respeto, la justicia, la libertad y la igualdad, creo que NO hay que explicar y alimentar un conflicto entre hombres y mujeres o viceversa sino promocionar valores: valentía, respeto, abnegación, generosidad, entrega, confianza… y la única manera de promocionar estos valores es mostrar los resultados que dan, el bienestar, crecimiento y felicidad.
Exactamente, muy dicho! El feminismo no es lo contrario al machismo (que efectivamente daña también al hombre) la igualdad sería buena para todos y para todas. Es un ganar/ganar. Tenemos que trabajar desde la «pedagogía» con artículos come el tuyo para ir moviendo conciencias. Gracias!
Hola! Me interesa mucho el tema del feminismo desde la perspectiva masculina, ¿sabes de algún libro que ayude de forma práctica y dirigida a hombres a deconstruir el machismo?
«Revelarse» no, rebelarse. Cambiadlo por favor