Mayapedal: el nombre lo dice todo. Estos guatemaltecos fabrican bicimáquinas. ¿Qué son exactamente? Pues ingeniosos aparatos multiuso que en vez de motores utilizan la fuerza natural del pedaleo. Y además mejoran la vida en comunidades aisladas donde no hay electricidad, ayudando a desgranar mazorcas de maíz o bombeando agua.
La idea principal detrás de Mayapedal es sumar sólo la tecnología necesaria a las actividades de los aldeanos, de modo que no modifiquen su vida diaria ni rasguen el sutil tejido social que los une.
En este taller, las bicicletas viejas y oxidadas rápidamente son repensadas, serruchadas y soldadas hasta convertirse en bicimáquinas. Estas bicicletas ya no ruedan más por las calles, pero sí pueden realizar un sinnúmero de tareas diferentes. De hecho, al ver estos aparatos, a cada usuario se le ocurre un nuevo uso posible. Así se fue contagiando la idea y hoy hay proyectos de bicimáquinas que hasta lavarán la ropa.
Mayapedal lleva casi 20 años de funcionamiento y sigue pedaleando hacia el futuro. Pero primero, lo primero.
A finales de 1997 unos anarcocliclistas canadienses de la organización Pedal Canada se aparecieron por la aldea de San Andrés Itzapa, en Chimaltenango. Los canadienses venían con ganas de echar una mano en la creación de máquinas fabricadas con partes de bicicletas y ahí encontraron a un tal Carlos Mallorquín, el manitas local que les ayudó. «La primera máquina fue un monstruo», reconoce. Pero consiguió sacar agua del pozo de una aldea cercana y así nació el proyecto Mayapedal.
Lo más interesante de esa historia fue el rápido apoyo que el proyecto recibió desde el exterior. Además del fuerte vínculo con sus amigos canadienses, los guatemaltecos se asociaron con otras dos organizaciones, Bikes not Bombs de Boston y la cooperativa Working Bikes de Chicago. Los estadounidenses les enviaban contenedores enteros de bicicletas usadas que Mallorquín y sus colegas arreglaban y vendían, o desarmaban para convertir en bicimáquinas, para cubrir los gastos.
En 2003, un ingeniero del prestigioso Instituto de Tecnología de Massachussetts (MIT) visitó el taller de Mallorquín y se quedó boquiabierto. Al regresar a Boston comentó lo visto a uno de sus instructores e invitó al guatemalteco, a través de Bikes Not Bombs, a participar en una conferencia sobre tecnologías apropiadas (de ‘adecuadas’, no de ‘apropiarse’). Un año más tarde los estudiantes del MIT empezaron a llegar en tropel a San Andrés Itzapa. Para el humilde mecánico e inventor de pueblo, asociarse con el MIT era una validación internacional.
Mallorquín lleva tiempo ganándose la vida transformando bicicletas para convertirlas en máquinas. Pero eso no significa que haya patentado sus inventos. Sus ideas y técnicas hoy viajan libremente por el mundo, generando proyectos similares; no hay ningún rincon aislado del planeta que no pueda beneficiarse de máquinas tan sencillas y tan útiles. Estos aparatos de tecnología apropiada han sido adoptadas en las reservas indígenas del estado de Arizona, en EEUU, y también en sitios más lejanos, como México, Brasil, India y Tanzania.
Muchas fotos muestran a afiladores de antaño, que pedaleando hacían girar la piedra esmeril y afilaban las cuchillas de amas de casa y cocineros. Pero hoy existen otras máquinas modernas, nuevos bici-inventos que también utilizan energía humana. A continuación, un breve manual:
La bicilicuadora tritura frutas, verduras, judías (o frijoles, como se les dice allí) como una licuadora eléctrica. Algunos incluso utilizan esta bicimáquina para elaborar y vender jugos en plazas, festivales y partidos de fútbol.
La bicidesgranadora, ya mencionada, separa el maíz de las mazorcas a gran velocidad. Un aparato muy importante para una región donde las tortillas de maíz son al pan de cada día.
La bicibomba puede extraer entre 20 y 40 litros de agua por minuto de un pozo de no más de 30 metros de profundidad. Se puede utilizar para obtener agua potable o para regar pequeñas huertas.
La bicimezcladora revuelve cemento y arena de río para fabricar tejas de molde. Extrayendo las burbujas de aire y compactando los materiales, produce una mezcla de gran durabilidad. La fabricación de tejas es barata y puede significar la creación de un microemprendimiento.
La bicidespulpadora sirve para quitar la cáscara de cantidades industriales de granos de café. La bicidescascadora de nueces puede separar diariamente quintales de nueces de macadamia de sus cáscaras. (¿Quién dice que no se podría adaptar una de estas bicimáquinas para chascar aceitunas o elaborar aceite de oliva?)
Otras bicimáquinas están en etapa de prototipo. El bicigenerador de electricidad, que produce una cantidad de energía capaz de encender luces de entre 8 y 12 voltios; y la bicisierra que corta la madera en listones. Sin embargo, algunos de estos biciaparatos no son nada estáticos. Mayapedal también fabrica triciclos y remolques capaces de cargar con mucho peso y repartir leña, helado o periódicos. Algunos modelos incluso funcionan como bicitaxis.
Hoy Carlos Mallorquín ya no trabaja más con sus colegas guatemaltecos de Mayapedal. Y no habla de ello, le resulta demasiado triste haber tenido que desvincularse de su sueño, después de haberlo fundado. Pero, pese a las frustraciones, el manitas de Itzapa ha conseguido salir adelante. En 2012 fundó Bici-Tec, una empresa social dedicada a la bicitecnología: «una tecnología de propulsión humana que ahorra mano de obra en las zonas rurales».
Y por supuesto sigue en estrecho contacto con sus amigos de Bikes Not Bombs y con sus admiradores del D-Lab del MIT. Porque Mallorquín no sólo inventa bicimáquinas, también se reinventa a sí mismo.