Una lona gigante para hablar de Madrid sin hablar de Madrid

miguel angel tonero

Madrid es un Rastro gigantesco, un enorme collage, un buffet libre de imágenes que se superponen unas sobre otras sin ningún orden aparente. Un grandioso escaparate lleno de estímulos que sus habitantes tienen ya tan asumidos e integrados en su realidad que apenas los perciben. Hacía falta devolverles la atención que han perdido, y de eso se ha encargado el artista Miguel Ángel Tornero en la gigantesca lona que cubre el Palacio de Cristal del Retiro durante el primer año de las obras de restauración que se están llevando a cabo en este monumento. Una especie de enorme friso que ofrece al espectador un peculiar relato sobre Madrid.

El trabajo artístico de Tornero (Baeza, Jaén, 1978) es difícil de describir. Parte de la fotografía, pero no es fotógrafo. Juega con el collage, pero no se detiene solo ahí. Sus obras ¿son fotos o esculturas?, pues tampoco él se atreve a dar una respuesta. Y ese aspecto híbrido de su obra (estudió Bellas Artes en la Universidad de Granada y por eso toca todos los palos) es también lo que más le gusta.

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«Es una especie de seudoalgo: seudoescultura, seudofotografía… una especie de tierra de nadie, y no hay mucha gente que haga eso —se atreve a calificar finalmente—. Para bien o para mal, es una especie de limbo en el que uno se encuentra cómodo o está ahí porque quiere. Me gusta que sea complicado de definir, es más, creo que en este mundo contemporáneo cada vez es más difícil describir ciertas cosas. Además, mi trabajo es una reacción a eso que pasa con el mundo de las imágenes, que cada vez está más deslocalizado y es más loco».

La fotografía podría decirse que le viene de serie. Su abuelo y su padre fueron fotógrafos, y el ir tomando imágenes o mirar el mundo como si se hiciera a través del visor de una cámara para él es algo natural. Por eso, tal vez, las cuestiones técnicas no le preocupen demasiado a la hora de disparar ni les da demasiada importancia.

«Quizá por eso me cuesta menos trabajo maltratar lo fotográfico —remarca—, no pensar que estoy haciendo algo importante; que no sea trasgredir los procesos, aunque suene muy ambicioso. Digamos que desacralizo lo fotográfico a base de naturalidad». Esa pasión por las imágenes, ese hábito innato de hacer fotografías le sirven, explica, «de materia prima para otro tipo de investigaciones, manipulaciones y proyectos que acaban en sitios diferentes de lo que es el punto de partida fotográfico».

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Una lona, imágenes random y un relato no relato

El Palacio de Cristal es uno de los monumentos más icónicos de Madrid. Ejemplo de la arquitectura de hierro característica de la capital, se construyó con motivo de la Exposición de Flora de las Islas Filipinas en 1877 para albergar la muestra de plantas tropicales procedentes de aquel país. Esa fue su primera función, un gigantesco invernadero rodeado, a su vez, de los jardines del Retiro, junto a un bucólico lago artificial. Hoy es una de las sedes del Museo Reina Sofía y acoge exposiciones temporales, aunque permanecerá cerrado durante las obras de restauración.

Fue el director del museo, Manuel Segade, quien ofreció a Miguel Ángel Tornero la creación de la primera de las lonas que cubrirán el palacio durante las obras. El artista aceptó encantado: eso suponía un apoyo institucional muy fuerte a su trabajo y, además, su obra se iba a exponer en uno de los lugares más populares e icónicos de Madrid. «Y ahí, paradójicamente, al contrario de si hubiera sido en el Reina, la gente no va a verte a ti, sino que se encuentra contigo allí. Y eso me parecía también muy interesante tenerlo en cuenta».

Solo existía una pega: el poco margen de tiempo con el que contaba para diseñar la lona. Pero también suponía un reto que le servía de estímulo. Así que se puso a trabajar de inmediato.

miguel angel tonero

Empezó por construirse una maqueta casera del Palacio de Cristal de unos 20 cm de alto. Eso le permitía no solo planificar el collage de imágenes con el que cubriría las paredes del palacio, sino también huir de la grandilocuencia en la que podía caer con un proyecto de tal magnitud. «Me parecía importante para mí pasar de esa idea de lo pequeño a lo grande, dándole la importancia que puede tener lo pequeño, con todo lo que significa eso; no solo es una cuestión de tamaño».

Ese juego de escalas, afirma, es muy propio del collage. «A mí me gustaba mucho el ir y venir todo el rato de las dos dimensiones a las tres dimensiones, que hace que se estiren más los límites de la lona en sí. Al fin y al cabo, esa es otra de las limitaciones que tiene el proyecto: no podía salir de esa bidimensionalidad que tiene la lona, como si fuera un folio en blanco».

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La maqueta le permitió observar dos ángulos distintos del proyecto. Por un lado, la fachada, que funciona como un escaparate, como un gran bodegón sobre el que iría colocando aleatoriamente fotos tomadas durante sus paseos por la ciudad.

«En realidad, todo tiene que ver con un montón de elementos que se superponen, se muestran y coinciden en un ecosistema muy concreto. Y eso tiene que ver también con el espíritu Rastro, el espíritu de los mercados de pulgas. Y, por otro lado, también está muy relacionado con lo que yo considero que es la práctica del collage; esa cosa del mundo hiperconectado, que es muy contemporáneo».

El otro aspecto del proyecto es que la lona funcionaría como un enorme celuloide que recorrería todo el perímetro del monumento, cuyos fotogramas se irían desplazando según se moviera el espectador. Imágenes que, a simple vista, son muy random pero que construyen, de alguna manera, un relato sobre Madrid, aunque tampoco era esa la intención original. Es más, no había ninguna intención.

«Podría estar de acuerdo porque, además, mi trabajo también habla sobre la contradicción, de que todo es verdad. Sí que hay algo muy random, inevitablemente, pero también hay algo no sé si muy pensado pero sí muy trabajado, de ir probando muchas posibilidades en el estudio. Lo que pasa es que a mí me interesa mucho la idea de un relato abierto; no es un cuento con moraleja, no es una fábula, pero sí es una narración».

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En realidad, explica, todo tiene que ver con una práctica que tenía algo abandonada y que para Tornero supone una mejora en su calidad de vida: la de salir a hacer fotos. Esa actividad es también una reconciliación con el entorno. «Ya llevo muchos años viviendo en Madrid, y el escenario, en general, cada vez te sorprende menos y te deja una sensación de hartura. Y salir a hacer fotos te reconcilia con el sitio: uno activa los sentidos, incluso aparece un sexto sentido, y todo lo que sucede te alude, de alguna manera te pertenece, tú estás mucho más curioso, mucho más activo y abierto».

Las fotografías que componen el gigantesco collage de la lona son, en realidad, fotogrametrías (escaneados digitales) hechas a partir de esas fotos de 15 cm que iba haciendo para desarrollar el proyecto. En la base de todas las imágenes, el tema central es lo cotidiano, que también está presente en toda su obra y es su leit motiv. Imágenes tomadas aquí y allá, pero también otras que tenían que ver con la rutina de las obras que se estaban llevando a cabo en el monumento. «Una especie de amalgama de construcción y de algo que está en una especie de limbo entre lo que va a ser y lo que era» que Tornero ha situado en la espalda del palacio y que el artista describe como imágenes ruidosas, al igual que la obra que se está llevando a cabo allí.

«Todo ese ruido que hay en una obra me gustaba mucho tomarlo como algo a favor, y no como algo en contra. Por eso las imágenes, sobre todo en esa parte de atrás, son muy ruidosas. En la manera en cómo se relacionan esas imágenes también hay mucho ruido, como en los rastros, como en lo efímero que te habla de que no es una obra del todo definitiva. Es jugar con todo eso a tu favor para que lo que sucede en la lona se haga más rico con todo lo que pasa alrededor. Tomarlo como ventaja, y no como inconveniente».

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Los elementos que se repiten, remarca, tienen que ver más con una actitud que con una decisión. Algunos están presentes también en todos sus trabajos artísticos, como la botánica periférica (pitas, cardos, malas hierbas… esas plantas que crecen en tierras no cultivadas), si bien ha procurado que no tengan demasiada presencia para evitar la autocita.

Otros hablan de la propia historia del Palacio de Cristal, como el mantón de Manila, que alude a aquella exposición alrededor de Filipinas que dio origen al edificio. También se habla de barrios como el de Carabanchel, donde tiene su taller, y Moratalaz, donde vive. «Y lo interesante también es que, en esa especie de deriva, hay mucha documentación de diferentes sitios de Madrid, diferentes tonos de la ciudad, diferentes códigos ya no solo de Madrid, sino de la vida misma».

Porque, como aclara a continuación, «es más una actitud de la poética de lo cotidiano y toda la deriva que puede ir a partir de eso. Creo que tiene más que ver con una actitud concreta que con elementos específicos, que también he procurado que no fueran superreconocibles».

El resultado, explica, como todos los collages en los que trabaja, tiene que ver con un proceso de prueba y error. «Lo voy haciendo muy intuitivamente, procuro no racionalizarlo mucho. En mi trabajo, la intuición es superimportante. Solo me paro a pensar cuando ya llevo un tiempo trabajando en algo, y a partir de ahí le pones nombre a las cosas, incluso unas reglas de juego con las que continuar».

Ese ir a la deriva le permite llegar a sitios que no tenía pensado. «El collage, para eso, es una práctica muy buena. Incluso un poco cobarde, porque en lugar de decidir qué vas a poner, lo pones todo —bromea—. La clave está en hacer que se entiendan esos elementos».

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Fotos por

Miguel Ángel Tornero. 'Gran Friso'. Vista general de la intervención en el Palacio de Cristal. Museo Reina Sofía, Madrid, 2025

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