Sexo, escándalos y vísceras: ¿por qué sigues mirando?

El morbo es un instinto que desdibuja la frontera entre el miedo y el placer. El periodismo de sucesos y el ‘true crime’ agitan nuestro interés por lo truculento para adueñarse de nuestra atención. ¿Se pueden contar y consumir estas noticias sin caer en el sensacionalismo?

 «Jeffrey Dahmer […] desmembraba los cuerpos y llevaba a cabo solitarias orgías de sexo y canibalismo. En una ocasión, un chico consiguió escapar. Atendiendo su denuncia, dos policías fueron al apartamento: el olor que salía era desagradable e inquietante. Dentro, lo único inocente que hallaron fue una bolsa de patatas fritas. En la nevera había una cabeza humana. En un cazo se encontraban manos y genitales. Otros restos se repartían por diversos lugares».

La voz de tu conciencia te urge a cerrar esta pestaña de inmediato. Sin embargo, una fuerza poderosa y oscura que nace de tus tripas se muere por descubrir cómo continúa esta noticia publicada en El País en 2018. Es probable que hayas cedido al impulso y ya no estés aquí, en esta frase, sino empapándote de la vida y obra del carnicero de Milwaukee. Tampoco sería culpa tuya: el artículo es un cebo infalible para pescar tu instinto morboso.

ADVERTENCIA: CONTENIDO SENSIBLE

Somos salvajes conviviendo en una sociedad pacífica. Bajo una impoluta y reluciente capa de civismo se retuercen nuestras pulsiones básicas: el hambre, el sueño, las ganas de sexo y, también, el morbo, un deseo natural de asomarse al lado macabro de la vida. Las bajas pasiones, tan incompatibles con el decoro, forman parte de nuestra humanidad.

Todos somos morbosos, en mayor o menor medida. Hay quienes comen palomitas mientras le seccionan la pierna al personaje de una peli de terror, gente que ve porno con los cascos puestos en el metro y otros que afinan el oído para captar con todo detalle la discusión de los vecinos de arriba. Y no pasa nada, es lo más normal del mundo.

El morbo es un instinto primario que nos empuja a saltarnos las normas y un fenómeno social y cultural por el cual nuestro lado salvaje tiene vía libre para escapar de la normalidad y tomar un poco de aire. La chispa de la vida se enciende al cruzar la línea de lo aceptable.

«Nos atrae lo prohibido porque sabemos que tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas y necesitamos sentir adrenalina, emoción, sentirnos vivos», explica Jordi Isidro Molina, psicólogo de Cedipte-Psicología y experto en Trastornos de Ansiedad y del Estado de Ánimo. Las imágenes impactantes, un estímulo de alta intensidad, hacen que nuestro cerebro libere adrenalina, como si corriéramos peligro, hasta que caemos en la cuenta de que estamos a salvo viendo la tele o leyendo una noticia inofensiva. Entonces llega la dopamina: una ola de alivio y bienestar tan reconfortante que engancha.

«El miedo no controlado siempre es doloroso y desagradable, pero el miedo controlado, o al menos con la sensación de que lo controlo, puede ser placentero», comenta Isidro. «No todo es negativo en el morbo, ni mucho menos. Tiene aspectos muy positivos, si sabemos marcar unos límites sanos», matiza. Porque el morbo puede tornarse en perversión si nos domina y se impone a nuestra faceta racional: cuando se pierde el control o la empatía hacia los demás estamos ante un problema patológico.

La curiosidad morbosa, además, nos permite destapar un tabú social que nos fascina a la par que nos carcome: la muerte. Contemplar la muerte ajena nos ayuda a asumir nuestra propia mortalidad. Nos hacemos preguntas que está mal visto decir en voz alta, y alguien tiene que responderlas. Ahí es donde entran en juego los medios de comunicación.

CONTINÚA LEYENDO BAJO TU RESPONSABILIDAD

 La sección de sucesos del periódico atrapa nuestra atención al tocar con maestría la tecla del morbo. Estas noticias, a propósito o sin querer, apelan a nuestro inconsciente y nos sacuden como el olor de la comida recién hecha nos hace salivar sin remedio. Y más allá del telediario, Isidro cuenta que «el cine gore y los documentales de crímenes juegan con la curiosidad y con ese mundo escondido en las catacumbas de la sociedad. Por eso tienen tanto éxito».

Aparte de contar con material de primera (violencia, sangre, indecencia, obscenidades y demás), los medios de comunicación aprovechan los mecanismos narrativos de otros formatos, como las series, y de otros géneros, como el thriller, para mantenernos pegados a la pantalla (o al papel o a los auriculares).

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Bien lo sabe Daniel Higueras, director de El Rey del Cachopo. En este podcast se desgrana la vida de César Román, empresario acusado de asesinar a Heidi Paz, de cuyo cadáver solo se halló el torso. «La clave está en cómo cuentas el relato, siempre creando conflicto y asegurándote de que tienes una historia con suficientes ingredientes para crear morbo», revela el también CEO, director de producción y coordinador de dirección de la productora Osmos Global. «Al espectador le gusta ser testigo directo de algo trágico que ha ocurrido y opinar sobre ello, convirtiendo la vida real en una especie de juego de Cluedo».

Los sucesos escabrosos que acaparan por completo el interés del público suelen contarse por capítulos y con una narración pensada para engancharnos: mediante enigmas, giros de guion, suspense, sorpresas y otros trucos reciclados de la ficción. El efecto es aún más potente al incorporar imágenes reales y testimonios de los protagonistas de la información.

El sensacionalismo o amarillismo de los medios estalla cuando los recursos para activar el morbo prevalecen sobre el rigor periodístico. Dicho de otra manera: los sucesos no son sensacionalistas per se, sino que se pueden contar desde la profesionalidad y la ética. La intención es lo que cuenta.

LAS ENTRAÑAS DE LA CRÓNICA NEGRA

La audiencia quiere morbo, la audiencia quiere true crime. En los últimos cinco o seis años nos han llovido los títulos de documentales, series y podcasts sobre temas grotescos que nos ponen los pelos de punta: crímenes, sectas, asesinatos, fenómenos paranormales y, en general, cualquier asunto que dé mal rollo.

El true crime, rodeado del aura de credibilidad que ofrece la buena tecnología, no tiene por qué ser riguroso: puede (o no) ser tan sensacionalista como cualquier tabloide. «El periodismo de sucesos está muerto», sentencia Pedro Avilés, que se dedicó al oficio durante 17 años.

En su libro Memorias de un reportero indecente (Muddy Waters Books), este autodenominado «desertor del periodismo» recuerda una época de máquinas de escribir, entrevistas libreta en mano y medios suficientes como para investigar a fondo una noticia. Avilés «se hizo» unos mil muertos junto a su compañero José Montoro, y defiende que ellos no escribían para provocar el morbo, «sino que la gente es morbosa en general».

«No hacíamos espectáculo de lo que ya es espectacular», sintetiza. Los dos reporteros seguían los principios del buen periodismo: titulaban con afán de informar y no de cautivar, recababan testimonios, investigaban, contrastaban datos y dedicaban el tiempo y las páginas que fueran necesarios para contar lo que había ocurrido. Avilés no era morboso, ni falta le hacía, porque «el morbo no te permite ser un buen periodista de sucesos».

La ética es compatible con la crónica negra: solo hay que ceñirse a los hechos, escapar de los sesgos y los estereotipos al construir una historia, respetar a las personas involucradas y actuar desde la empatía con ellas. Higueras resume estas prácticas en una máxima: «Informar para beneficiar al interés público y no al interés morboso del público». Un true crime bien hecho no está concebido solo para entretener, sino que tiene una utilidad, como esclarecer unos hechos, denunciar un problema o invitar a la reflexión.

Espectadores, lectores y oyentes tampoco deben olvidarse de la moral ni del juicio crítico. Por suerte, aún no estamos insensibilizados ante el dolor ajeno. En realidad, solo mientras haya empatía habrá morbo. Y, con esta conclusión, no te sentirás tan mal cuando vuelvas al inicio de este artículo para averiguar qué atrocidades cometió el carnicero de Milwaukee.

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Patrick Thomas

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