Mira a tu alrededor.
Me apuesto lo que quieras a que en tu salón o en tu dormitorio o en tu cocina hay un mueble que has tenido que montar tú mismo o que llegó por piezas y te lo ensamblaron en casa. Quizá una mesa, a lo mejor un sofá, puede que una silla o una lámpara. No te ha costado muy caro pero es bonito, muy bonito. Una de esos muebles que solemos llamar de «diseño escandinavo», aunque no se haya creado en la mesa de ningún diseñador escandinavo.
Son acciones que haces decenas de veces cada día: sentarse, levantarse, coger un libro de una estantería, encender la luz. De hecho, las haces tantas veces que ya se te ha olvidado lo bonito que te parece ese mueble donde te sientas, donde comes o que enciendes.
En realidad, el diseño de mobiliario es una profesión relativamente moderna. Porque muebles ha habido desde que existe la civilización pero, posiblemente, hasta siglo XVIII no se cuidaba especialmente el diseño de los mismos. Hasta ese momento, los muebles tenían una forma exclusivamente utilitaria y/o estructural; que funcionase y que resistiese, vamos. Fue en la corte francesa de esa época donde nació el estilo Luis XVI, que solemos asociar a recargados palacios y riquezas decadentes, y cuyo mobiliario no tiene pinta de ser especialmente cómodo.
Sin embargo, en el mismo siglo XVIII, pero en Inglaterra, nacía un diesño de diseño tan icónico y tan atemporal que sigue siendo un pieza perfectamente vigente en la actualidad. Y que incluso tiene un programa de televisión dedicado a él (más o menos).
Con la llegada del siglo XX, el diseño industrial, y en especial el de mobiliario, se adueñó del mundo. Arquitectos y diseñadores comenzaron a pensar en los muebles de manera poliédrica: había que preocuparse de la comodidad de la pieza, pero también de su originalidad y su imagen como objeto. A veces como objeto de arte.
Así, Le Corbusier y Charlotte Perriand crearon la chaise longue LC4, Mies van der Rohe diseñó sillas y taburetes para el pabellón de Barcelona, y Charles y Ray Eames regalaron al mundo el sillón más famoso del siglo.
El diseño que proponían los grandes maestros era tan bueno y tan eficaz que sus copias inspiraciones han tenido casi más presencia que los productos originales. Por ejemplo, Arne Jacobsen nos dejó mesas, sofás, cuberterías y hasta griferías, como la Vola, que aún podemos encontrarnos –original o imitación- en cocinas y baños de todo el planeta. O el caso de la butaca Paimio, proyectado en los años 30 por Alvar Aalto, y cuyo diseño es «sospechosamente»similar a un conocido sofá de una conocidísima marca sueca de mobiliario modular.
El diseño de la modernidad tenía en cuenta las formas y los materiales, y como estos debían elegirse y moldearse para ser producidos en serie y así, abaratar su coste. Los preceptos eran agudos y precisos: había que explorar en la propia lingüística del diseño. No había ornamentos superfluos. El mueble no era decorativo; su belleza residía en su eficacia.
Quizá estas piezas siguen siendo atemporales, pero el tiempo no se para. La posmodernidad, la metamodernidad y la hipermodernidad ha revisado la manera de enfrentarse a prácticamente cualquier disciplina creativa. Incluido, lógicamente, el diseño industrial.
En las últimas décadas, las creadoras y creadores de mobiliario no se rigen solo por las herramientas del diseño, sino que investigan más allá de la propia eficacia. A menudo avanzan por caminos de creatividad pura, de imaginación metafórica; e incluso a veces se adentran en los territorios subconscientes del sueño.
El Ripples Bench de HORM y Toyo Ito es un banco que juega con las ondulaciones y los colores de las distintas capas de la madera y con los huecos reales y sugeridos que dejarían –o dejarán- los culos de los que se sienten en él. El resultado es tan bello como divertido.
Algo similar sucede con la famosísima estantería Bookworm de Ron Arad. Una línea de plástico que serpentea por la pared como un gusano. Un gusano de biblioteca, concretamente.
Jorge Penadés explora la inestabilidad del asentamiento. O quizá sea sencillamente una manera enormemente útil de hacer cola en un concierto o de aliviar las horas que nos tiramos de pie en un festival de verano. Sea como fuere, en su serie denominada Mobiliario Nómada, las sillas y los bancos se modifican y se alteran a placer; y lo que es mejor, al ir ensambladas con un sencillo sistema de gomas y correas, se pueden desmontar y plegar en una mochila y llevárnoslos dónde nos plazca.
La aproximación creativa del también español David García se aparta de manera del utilitarismo y se acerca a la pura reflexión intelectual, a veces rayando conscientemente el absurdo. Su estantería Archive II quizá no sea la más eficaz del mundo pero, desde luego, es la única que nos permite caminar entre libros y junto a ellos. Más bien, dentro de ellos.
El estudio h220430 realiza posiblemente uno de los trabajos más interesantes en el campo del diseño de mobiliario. En funcionamiento desde hace apenas cuatro años, el equipo japonés establecido en Tokio nunca abandona la utilidad y la eficacia en sus piezas, pero da un paso más. Uno que se enfrenta con la materialidad e incluso con la propia física del objeto.
La Ivy Chair está forrada de flores y nos recuerda la volatilidad de lo natural. Como dicen los propios diseñadores: «Es una metáfora de la incompatibilidad del hombre y la naturaleza». A lo mejor tienen razón y no es más que una metáfora, pero el resultado es un objeto. Y ese objeto, esa silla, es una pieza de bellísima sutileza efímera. Casi ingrávida.
Es precisamente la ingravidez lo que articula su serie Balloons. En efecto, el motivo conductor de estos diseños son los globos. Globos camuflados como lámparas que disfrazan el cable eléctrico en el hilo que acaso estuvo una vez unido a una mano diminuta.
Globos de vidrio y cerámica que se cuelgan del aire y sujetan con tirantes los bancos y las sillas, mientras el asiento flota, firme pero en imposible ligereza, dentro una nube caprichosa de imaginación. Quizá por eso los protagonistas de los muebles de h220430 son siempre niños. Porque la imaginación y la creatividad duran para siempre.