El mundo poscovid: «Ya no somos los mismos, pero, sobre todo, han cambiado nuestras capacidades»

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Un virus nos ha agarrado por las solapas y nos ha puesto de cabeza asomando al precipicio. Hemos sentido en nuestro cuerpo el dolor de la enfermedad y de la enfermedad ajena. Hemos visto desplomarse nuestras empresas, nuestras librerías, nuestros bares. El trabajo está en el aire. La agenda es un pasar de hojas en blanco. Pocos planes, apenas horizonte y mucha espera. Hoy chapoteamos en la incertidumbre, como podemos, intentando mirar a un futuro ciego. 

Quién sabe qué.

Es ridículo, casi insultante, escuchar a estas alturas la frase: «Cuando todo vuelva a la normalidad». ¿«La normalidad»? ¿Qué es «la normalidad»? ¿Ese mundo, caducado, en el que vivíamos hace dos meses? ¿«Volver»? ¿Volver al mundo de ayer sin haber aprendido nada de tantos dolores, tanta situación extrema y sin tener en cuenta que, como dijo Ricardo Darín, hoy dependemos de la generosidad ajena?

Tenemos datos que indican qué podemos corregir. Sabemos que destrozar la naturaleza es destrozarnos a nosotros mismos. Que no hay planeta que resista esa gumia de comprar y comprar, usar y tirar, consumir y escupir como si fuéramos bestias. Que no hay cielo que soporte la peste de tanto avión por el mero hecho de ir a una reunión de una hora. Que la velocidad bulímica también tiene efectos negativos: nuestras vidas de culo inquieto han puesto las autopistas al virus para que viaje más rápido que el rayo. 

Es ingenuo, y hasta peligroso, pensar que ahora estamos congelados y, cuando la pandemia pase, la vida volverá a ser como antes. No lo va a ser. No puede ser. Y sería suicida no corregir «los errores de diseño» que ahora hemos visto que tenía la sociedad en la que vivíamos. Así lo define el experto en innovación ciudadana y fundador de Ideas for Change, Javi Creus.

Hoy es un punto de partida. Debería ser la preparación de un mundo más viable y más humano. Muchos se enzarzan en las polémicas lingüísticas: si podemos o no podemos hablar de guerra, si debemos usar términos bélicos o los dejamos para quienes se matan a tiros. Pero hay una palabra que podría sernos útil: posguerra. Mucho de lo que implica esa voz pertenece a nuestro futuro: esfuerzo, unidad, reconstrucción, comunidad. 

De ese estado de ánimo colectivo nacieron las grandes potencias de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Ahora necesitamos el ímpetu de aquella época para recomponer una sociedad apaleada. Un ímpetu muy humano, con mucho tacto, con mucho cuidado, porque vamos a salir de esta pandemia con heridas, cicatrices y traumas. Aunque «no bastará con las voluntades individuales. Está en manos de los que tienen el poder», dice el periodista experto en política y economía Esteban Hernández. «No creo que sea tan grave como una guerra, pero sí va a ser más duro que la crisis de 2008». 

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EL MUNDO DE AHORA

La pandemia COVID-19 ha enterrado de un plumazo el mundo que creíamos el único posible. Han caído las antiguas certezas y hemos visto que hay cientos de otros mundos a la vuelta de la esquina. Porque lo que parecía ciencia ficción, en solo unos días, es la «nueva normalidad», que un informe de la compañía de investigación Ideas for Change describe así:

«El espacio personal, el hogar, se ha desdoblado en oficina, escuela, clínica y gimnasio. El espacio público ya no es de libre acceso. Todo lo que no es casa es ahora aeropuerto: necesitas un pasaporte, un billete, un motivo para ocuparlo, y las fuerzas de seguridad te lo pueden exigir en cualquier momento».

«El tiempo es ahora continuo. No hay transiciones –no hay traslados– entre actividades. Como en la película El día de la marmota, un día es igual al otro. No existen los fines de semana ni las vacaciones como tales. ¿Es esta la call de las cuatro? Lo sincrónico y lo asincrónico, aquello que debe pasar a la vez y aquello otro que puede pasar en tiempos diferentes ha desdoblado sus posibilidades».

«Los otros, nuestros conciudadanos, han pasado de ser un cómodo anónimo a ser un riesgo para nuestra salud. Homo hominis virus, parafraseando a Hobbes. El otro a una distancia prudencial –o desde su casa– puede ser ayuda. El otro próximo, mejor evitar».

Esta es la base desde la que hoy hemos de crear diseños de futuros probables, futuros posibles y futuros deseables. Incluso hacer diseño ficción, para reflexionar sobre el modo en el que queremos vivir de aquí en adelante. Pues, como dicen en Ideas for Change, ya no somos los mismos, pero, sobre todo, «han cambiado nuestras capacidades» y eso hace que «el marco de lo posible se haya ampliado».

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ESCENARIOS DE FUTUROS POSIBLES

«El reloj tecnológico y social se ha adelantado años, quizá décadas». El Observatorio de capacidades emergentes (el informe de Ideas for Change que intenta plantear salidas a esta crisis provocada por la pandemia) indica que tecnologías como la videollamada, la manufactura 3D y los robots que interactúan con personas han entrado de golpe en muchos hogares. Y de golpe han caído dos verdades como puños: «la interdependencia de todos los humanos y el valor de la ciencia frente a las creencias». 

El descubrimiento de un modo de vida distinto, así, de sopetón, nos ha enseñado qué absurda era la vieja idea de que no se puede cambiar el mundo. Ni siquiera hace falta que lo hagamos nosotros. Ya lo hace él solo. Y ahora, después de haber aprendido a usar los sistemas de videollamada y habiendo visto que nuestra vida depende de una enfermera y de un reponedor de alimentos, podemos entender que hay muchas cosas que se pueden (¿que se deben?) cambiar para armar un mundo más ajustado a lo que de verdad necesitamos. 

En el estudio de Ideas for Change lanzan propuestas: «Imagina los efectos que podría generar que todos los centros productivos, el sector educativo y el funcionariado adopten el teletrabajo un día a la semana». ¿Podríamos pasar más tiempo con las personas que queremos? ¿Haríamos más barrio? ¿Dejaría de oler el aire a tubo de escape? ¿Cómo diseñaríamos nuestro hogar-mundo?

La apuesta de Ideas for Change es casi poética: «Del acelerado movimiento industrial a la quietud de nuestro hogar y nuestras calles. De la dependencia del automóvil a la dependencia de la conectividad. De competir en mercados de bienes escasos a organizarnos en sistemas para la abundancia. De perjudicar al medio ambiente a ver los cielos limpios. De consumir y acumular sin freno a compartir lo que tenemos y apreciar lo próximo. De dar la salud por descontada a darlo todo por ella sin condiciones».

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«HEMOS VISTO QUE LO FUNDAMENTAL ES LA COLECTIVIDAD»

Más que un cambio en el futuro que asoma a lo lejos, Esteban Hernández ve un adelanto. El periodista experto en política y economía es de los que piensan que hemos pasado de 2020 a 2025 en un fin de semana. «No creo que cambie el rumbo. Lo va a acelerar y a intensificar. El avance que hemos visto en el uso de la tecnología se aplica a todo lo demás. Esta crisis va a intensificar la guerra comercial entre Estados Unidos y China, va a situar en mejor posición a los países que tenían una economía más fuerte y se van a abrir aún más las brechas entre los países y entre las clases sociales. Ya lo estamos viendo».

La pandemia ha puesto en cuestión muchos de los fundamentos de Occidente. «Vivimos en un modelo individualista. Hemos creído que lo importante éramos nosotros y nuestro grupo de referencia. Ahora hemos visto que lo fundamental es la colectividad. Esta crisis señala que los mejores caminos de salida son los comunes. No sé si lo haremos así pero el asunto ha quedado encima de la mesa», indica el jefe de Opinión de El Confidencial.

Esa idea de colectivo afecta del mismo modo a la sociedad y a los negocios. «Estamos viendo más colaboración en empresas del mismo sector», indica Albert Cañigueral. El fundador del laboratorio de ideas OuiShare cuenta que algunas farmacéuticas como Sanofi y GSK ya están trabajando juntas para crear una vacuna contra el coronavirus. 

En la industria del turismo están haciendo llamadas similares. Ángel Díaz, presidente de Advanced Leisure Services, lo pidió en su artículo Realistas. Resueltos. Colaborativos: «Ninguno tiene garantizado sobrevivir en solitario. El destino, las empresas, tenemos más posibilidades de salir adelante si generamos marcos prácticos de colaboración, orientados a resultados, en los que todos seamos conscientes de que para conseguir el bien individual hemos de pensar y actuar en el marco del bien colectivo».

El golpetazo del virus puede suponer un serio azote político. Lo alerta el informe de Ideas for Change: «la tentación del avance del autoritarismo basado en el control de los datos». Asoma un sistema dictatorial de nuevo cuño basado en las tecnologías digitales y, a la vez, aflora la amenaza de los regímenes fuertes de toda la vida. «Más que en la salida de la crisis, vamos a ver cambios políticos a medio plazo. Es probable que en algunos países la extrema derecha tenga más peso, como en Italia, y en otros, como Alemania, se hará más fuerte. Parece que la salida de la crisis no va a ser buena y eso va a provocar tensiones sociales», apunta Esteban Hernández.

Aunque aún es imposible saber en qué puede derivar este estado de ánimo (o desánimo) colectivo. Después de la Gran Depresión de 1929, en varios países de Occidente, el Estado se hizo más fuerte y más presente. Pero el resultado fue muy distinto en unos y otros. Alemania acabó dominada por la dictadura feroz del nazismo. En Estados Unidos, en cambio, las políticas de Roosevelt llevaron a un estado del bienestar. Es la observación de Hernández: los tiempos oscuros no siempre llevan a regímenes devastadores.

«Estas épocas acaban generando cambios. No son cambios rápidos, duran años. Pero una vez que un cambio se pone en marcha, acaba produciéndose», indica el periodista. «A medio plazo vamos a ver cambios en todo: en la economía, en la política, en el orden internacional, en los valores personales y sociales. Pero van a ser cambios de segunda oleada más que de la salida de la crisis». 

Acecha otro peligro: el fantasma racista, xenófobo; el miedo y el odio al otro. Hasta la socarronería de los irresponsables. Lo hemos oído en boca de Trump, más dado a los cuñadismos que a la ciencia: «virus chino», lo llamaba, en vez de COVID-19. 

Hay muchos casos de chivos expiatorios en la historia: la peste negra del siglo XIV expandió también el antijudaísmo por Europa. «Parece relevante recordar estas enseñanzas del pasado, en un momento en que el coronavirus despierta la solidaridad entre vecinos, pero en ocasiones también el miedo al otro y el racismo», advierte el profesor de Historia Medieval Pedro Martínez García en su artículo La peste negra: enseñanzas de la gran pandemia medieval.

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¿CÓMO PUEDE AFECTAR AL TRABAJO?

El paisaje sonoro de esta cuarentena tiene poco ruido de calle y mucho timbre de videollamada. El trabajo de oficina ha ocupado salones, dormitorios, cocinas. Y eso, más que una okupación del hogar, supone un cambio del entorno laboral: origina «relaciones más humanas en las empresas y las organizaciones», dice el experto en futuro del trabajo Albert Cañigueral

Hablar por videoconferencia en lugar de cara a cara ha traído dos situaciones nuevas. La primera: «Hemos entrado en la casa de la gente, con sus hijos e hijas, sus mascotas, sus fotos y libros en las paredes. Hemos conocido a las personas en su entorno personal, no en el laboral», indica el experto en plataformas digitales

Y la segunda: antes de la pandemia, el saludo ¿qué tal? era vacío, un trámite, una frase que no esperaba respuesta. Ahora «empezamos las reuniones preguntando, durante 5 o 10 minutos, ¿cómo estás?, ¿cómo lo llevas?, ¿qué tal tus padres? Esto es lo que se llama un check-in antes de entrar en la materia que toque. Todo esto nos acerca más a las organizaciones teal (más humanas, menos jerárquicas) que Frederic Laloux describe en su libro Reinventando organizaciones»

Dice Cañigueral que algo de esto quedará en el posconfinamiento y el poscovid. Pero no están claras las huellas que dejará este ensayo masivo de teletrabajo. El consultor cree que muchos volverán a las oficinas, a los estudios, a los despachos. «Para la cultura de muchas empresas eso está muy lejos aún. Lo que estamos haciendo ahora es sobrevivir desde casa. No estamos trabajando en remoto, que implica una cultura de compartir, de confianza, de asincronía. Lo que estamos haciendo es seguir unos horarios de oficina, mecanismos de control a distancia…».

Aunque piensa que algo de poso dejará hasta en las compañías más estrictas en el hábito de ir, fichar, estar a la vista y estar a mano. Puede haber «más flexibilidad para los empleados, para que puedan teletrabajar de vez en cuando o que no tengan que estar calentando la silla todo el rato».

Lo que Cañigueral ve más claro es un cambio en la forma de contratar a un empleado o un freelance. Ya no será tan necesario verlos en persona. «Estos días habrán flexibilizado la cultura de Recursos Humanos. Esta experiencia va a hacer que, cuando se tenga que añadir talento nuevo a la empresa o a un proyecto, se pueda incorporar en remoto». 

Hay una fecha crucial en el comportamiento futuro: la llegada de la vacuna contra la COVID-19. Hasta entonces es probable «que nos lo pensemos más a la hora de viajar», dice el consultor. «Para reuniones rutinarias, para formaciones que se pueden hacer online…, muchas cosas que antes, por defecto, eran presenciales pasarán, por defecto, al modo tele o a modos híbridos (algunas personas en modo presencial y algunas, en online)».

Esta es otra de las grandes incertidumbres: la distancia física, las conversaciones de bar, el miedo a la respiración del otro. El virus aún nos tiene en sus manos, a su capricho. 

Quién sabe qué.

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Patrick Thomas

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