Ritmos latinos, cadencias cubanas y andinas, músicas extraídas del folclore americano combinadas con la electrónica… Algunos de estos sonidos, los menos tocados por la maquinaria comercial, han recibido el sobrenombre de étnicos en ocasiones. Un calificativo que ha servido a la larga para dos cosas: reflejar un impacto minoritario y levantar una barrera cultural entre estas expresiones artísticas y la cultura propia y urbana de los países occidentales. Ahora, algo cambia. El público español empieza a incorporar estas músicas a su cotidianidad y a vivirlas como algo propio sin preguntarse el origen. ¿Qué ha pasado?
Lo latino ha permanecido presente en la música española desde hace siglos. La esencia afro, por ejemplo, antes de aterrizar en América pasó por España y dejó poso en el flamenco. La salsa empezó a aflojar las caderas ibéricas en la década de los 60. O Antonio Machín que, en blanco y negro y maraca en ristre, decía: «Tengo una debilidad, no sé qué pasará si no me doy el gusto», y al cantarlo y, sobre todo al mecerlo, parecía entrar más aire en aquella oscuridad franquista.
Sin embargo, a pesar de la vinculación histórica y de la hermandad en el idioma, los españoles no han sentido estas músicas como un patrimonio cultural propio, como algo que integre su identidad. Mientras tanto, otros géneros como el rock, incluso existiendo la traba del idioma, sí se asimilaron de ese modo. El periodista musical Daniel Acirón observa un giro en los últimos tiempos: «Los prejuicios por fin se están eliminando. Se van quitando las etiquetas que tildaban esta música como música para panchitos, y aunque el problema del racismo no se ha solucionado todavía, se empieza a ver una vía abierta», cuenta.
[pullquote]Buscamos acercar y unir, y que llegue un momento en que no te cuestiones si la canción que suena es de un grupo español o mexicano, igual que ocurre con la música anglosajona[/pullquote]
Se resquebrajan algunos guetos. «Hay movimientos como La Criba Psicotropical que, aunque su público es mayoritariamente latino, tienen a españoles [de origen] que van a verlos a la sala Sol o el Café Berlín y descubren lo absurdo que es ponerse límites respecto a esos ritmos». Esa percepción de cosa exótica (que separa más que une) va difuminándose.
La prueba es la asimilación de recursos de esas músicas en las propuestas nacionales. «Ganan presencia en las producciones electrónicas. Cualquier tipo que se dedique a la música urbana contemporánea (mal llamada trap) está utilizando el ritmo del reggaeton en algunas de sus bases», aprecia Acirón. El impacto, en consecuencia, se expande en distintas trayectorias: «La salsa y el latin jazz se abren a un público blanco, burgués, de clase media que sí tiene interés en el soul o en el funk, pero que tenía vetados los ritmos latinos. Por otro lado, para los más jóvenes, de 15 a 20 años, el reggaeton es una base más dentro de la música que escuchan».
El cambio no representa, en el fondo, una gran revolución. Estas músicas nunca vivieron en un caparazón ni permanecieron estáticas en un territorio; se trata, más bien, de un proceso de cambio de la mirada en el que se acepta la conexión natural entre la cultura española y la latinoamericana, y se actúa en consecuencia. La investigadora experta en salsa e identidad cultural Isabel Llano reflexiona sobre el error en el que se cae al categorizar: «Música latina es un montón de géneros amplísimo. ¿A qué nos referimos, a un esquema geográfico? Pero eso se ha roto por los desplazamientos de la gente: aquí hay colectivos de salsa de colombianos, cubanos, catalanes, ecuatorianos… La salsa es parte de la música latina y, sin embargo, surgió en Nueva York».
El crítico Diego Manrique dijo en una entrevista a El Confidencial que en España «nos gustaba (cierta parte de) la música latina cuando no vivían latinos en España. Al instalarse aquí, rompieron la imagen idílica que teníamos respecto a la música que les correspondía. En realidad, escuchaban unos ritmos más zafios, unas letras más sentimentales, con unos locutores más altisonantes».
Manrique inyectó una dosis de realismo: acercarse a la música de una cultura no implica tolerar o apreciar esa cultura. Tampoco lo garantiza que la gente, seducida por las estrategias de comercialización, adopte ciertos tics o ciertas estéticas de los artistas a los que admira. Ha habido y hay un caldo de racismo en la relación de los españoles con la música latina.
Música e integración cultural
¿Cómo se estructuraba este gusto del español por lo latino? En la última parte del siglo XX, los españoles, politizados, se emocionaban con Silvio Rodríguez, Violeta Parra, Mercedes Sosa… Se congraciaban con ellos embargados por una identificación política y social. Era una época de cambio, de efervescencia intelectual. Más tarde, en los 90 y en los 2000, una época más aligerada y abierta a una expresividad festiva, aparecieron nombres como Gloria Estefan, Ricky Martin o Chayanne. «Se escuchaba esa música de radiofórmula en los garitos para salir de fiesta. Sin embargo, eran más representantes de lo blanco que de lo latino», medita Acirón.
Mientras tanto, ritmos como la cumbia, el merengue o el son cubano crecían en locales y clubes a los que acudía, sobre todo, población de ascendencia latina. Y ni siquiera asistían unidos. Como cuenta Isabel Llano, las diferencias en los repertorios, en los estilos de baile y en la forma de vivir la noche entre personas procedentes de distintos países latinoamericanos separaban todavía más al público.
La razón para que las audiencias españolas de origen comenzaran a relacionarse con estos ambientes y estos sonidos puede estar, por una parte y como dice Acirón, en el asentamiento permanente de comunidades migrantes que trajeron unas costumbres y sus gustos que, pese a los recelos iniciales, fueron calando y acostumbrando poco a poco el oído de la población local.
Pero existen también motivos más prácticos y logísticos. La experta colombiana Isabel Llano ha acudido a conciertos más orientados a un público de gueto y también a otros que, siendo eminentemente latinos, como en el caso del panameño Rubén Blades, reunían un público intercultural. «¿Por qué? Porque era un espacio abierto, especificado, con buenas condiciones de sonido, de luz, había una claridad en cuánto cuesta tu entrada, en cuándo empezaba y cuándo acababa. A veces, los empresarios que orientan la fiesta a lo latino traen un cantante reconocido, pero lo organizan en un espacio asociado al público latino, y van españoles, pero a lo mejor no vuelven porque ponía apertura a las 11.00 y se abrió a la 1.00, y luego el cantante empezó a las 4.00… Hay eventos que integran y otros que no».
[pullquote]El rock se va a convertir en una música burguesa de festivales para sentarse[/pullquote]
La plataforma Charco lleva años moviendo los engranajes de la noche madrileña con ese objetivo. Representan a artistas y los traen desde Latinoamérica. Sus fiestas se celebran en locales habituales de la noche de la capital como la Joy Eslava o la sala Caracol. Rock alternativo, música electrónica, neofolk latino, dubstep andino… Desde Charco, Jimena Sporleder percibe un cambio en los últimos años: «Antes era difícil conseguir que los medios se interesaran. Ahora nos llaman ellos y nos piden entrevistar a artistas», cuenta.
Charco reivindica una música alejada de aquellos proyectos comerciales gigantescos que expandieron la pachanga en España. «La pachanga estaba un poco mal vista en Latinoamérica. Allí se empezó a dar más reconocimiento a la música tradicional que había estado desprestigiada mucho tiempo», expresa. Gracias a eso surgieron artistas de vanguardia que dieron una nueva vida a estos géneros: «Acercan a la gente joven y hacen que todo lo que parecía viejo y sin onda tenga más llegada. Eso ocurría en Latinoamérica, y aquí estaba Shakira, Ricky Martin y no mucho más».
Sporleder pone como ejemplo el trabajo de Nicola Cruz, músico y DJ que hace una suerte de house con sonidos folclóricos andinos: «Es una música que tiene un componente ancestral y espiritual. Nicola encabeza un movimiento de artistas que recuperan instrumentos folclóricos y música ancestral y la fusionan con la electrónica: generan algo más que ponerte a bailar, te meten en trance místico». El objetivo de Charco es acabar con una anomalía: «Buscamos acercar y unir, y que llegue un momento en que no te cuestiones si la canción que suena es de un grupo español o mexicano, igual que ocurre con la música anglosajona».
Durante una etapa de la historia reciente, el público giró la cara hacia lo anglosajón y lo europeo, y dio la espalda a lo latino. El rock dominaba la escena. Pero, según Acirón, este género se encuentra en decaída: «Se va a convertir en una música burguesa de festivales para sentarse. Cuando se buscan músicas de ocio y expresión juvenil, hay un hueco que se está llenando por otros lados».
Las guitarras distorsionadas ya no vehiculan la rebeldía, el desahogo ni la excitación de los jóvenes. Son nuevos tiempos con nuevos intereses y nuevos valores (más físicos, quizás, que conceptuales) y, en esta tesitura, los ritmos latinos, con su invitación a la expresión y a la liberación corporal, están conquistando el terreno.
Buen artículo! y buenas ilustraciones.
¿Desde cuándo los españoles dejaron de ser latinos? Es más latino un español que un mejicano o un venezolano.
Las músicas de América Latina son un campo de una amplitud difícil de contener en unos pocos ritmos. Es interesante el acercamiento, pero queda mucho por hacer. Este programa de radio puede ayudar a conocer estos espacios musicales de América Latina y algunas conexiones con la península ibérica.
Claro que la sienten como propia. La música latina es la banda sonora de los puticlubs