Arseniy Kotov: el arqueólogo del brutalismo soviético

Si la vida te da limones, haz limonada. Y si el gobierno ruso te impide salir del país porque tienes un montón de secretos de estado superpeligrosos, haz fotos de arquitectura comunista. Arseniy Kotov es un tipo optimista. Tanto que cuando perdió su trabajo, decidió verlo como una oportunidad para reconvertirse en fotógrafo. Su cuenta de Instagram, Northern Friend, y su libro, Soviet cities: Labour, Life & Leisure, son la garantía de que el movimiento fue acertado. También fue difícil, pues su anterior trabajo era un tanto especial.

Kotov no era fotógrafo de bodas, bautizos y comuniones; era ingeniero en la fábrica de cohetes espaciales Soyuz. Esto tenía una parte negativa: la prohibición de viajar más allá de las extintas fronteras comunistas por razones de seguridad nacional. También tenía otra positiva: que la fábrica era un edificio brutalista precioso. Y habíamos quedado en que Kotov era un tipo optimista, ¿no?

Samara es la megalópolis de una época extinta. Una ciudad que nació a orillas del Volga y creció alrededor de una fábrica de cohetes. Arseniy Kotov llegó al mundo en este remoto lugar en 1988, cuando la ciudad (y el sistema) vivían tiempos convulsos. Apenas vivió tres años en la URSS, pero se empapó de su estética. «Lo cierto es que Rusia no cambió demasiado en la década que siguió al colapso del comunismo», explica.

 

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De esta forma creció entre las ruinas, intelectuales y arquitectónicas, de un mundo embrionario que no pasó de utopía. Un mundo del que solo han quedado edificios ruinosos, carcasas vacías de un pasado megalómano.

A pesar de que su barrio era bueno, «el nuevo centro de la ciudad, la zona de los ingenieros y diseñadores que trabajaban en la fábrica»; no se diferenciaba mucho del barrio de los obreros. Eso es lo que, años después, habría de fascinar a Kotov. «Esta arquitectura fue concebida para otro tipo de sociedad. No quería separar a ricos y pobres, como sucede hoy en día. ¡Lo encuentro fascinante porque imagino cómo debería haber sido el futuro!».

El futuro de Kotov fue el que marcaba la ciudad. Creció y pasó a trabajar en la fábrica de cohetes, principal sustento de Samara. Fue allí donde empezó a admirar la arquitectura brutalista. El edificio le enamoró. «Durante la hora de la comida podía deambular libremente, sin ser molestado, explorando una fábrica semi abandonada», recuerda el fotógrafo. «Los talleres no habían cambiado mucho desde 1980».

Kotov rememora esos paseos como la génesis de su amor por la arquitectura brutalista. Dice que se sentía «como un arqueólogo entre las ruinas de una gran civilización antigua». Así que, como buen arqueólogo, decidió documentar lo que veía. Más aún cuando la fábrica de cohetes cerró y él se quedó con mucho tiempo libre.

Northern Friend: la cuenta que dignifica el brutalismo

La Rusia moderna apenas valora la herencia arquitectónica del brutalismo. Empieza a haber alguna tímida rehabilitación pero el pasado es demasiado reciente, la estética demasiado arisca. «Supongo que se necesita más tiempo para que la gente pase de negarlo a apreciarlo», reflexiona Kotov. No obstante empiezan a rehabilitarse ciertos edificios, hay tours de viajes organizados (él mismo es el guía de uno) que recorren los edificios comunistas de distintas ciudades. Poco a poco, la estética brutalista vuelve a ponerse de moda.

Fuera de Rusia ha ayudado y mucho, la famosa serie Chernobil. «Sí, la he visto y me gustó mucho, aunque también es cierto que hay ciertos maniqueísmos occidentales», reconoce Kotov. En cualquier caso y al menos a nivel estético, la serie ha añadido una pátina de romanticismo a una arquitectura demonizada durante años.

Las fotos de Kotov son hipnóticas. En ellas se conjuga lo urbano y lo doméstico, con fríos edificios mastodónticos trufados de lucecitas, invitando al espectador a adentrarse en la vida de la gente que habita estas moles de cemento. Sus colores son grises, su geometría aplastante, pero hay algo indescriptiblemente humano en toda la obra de este fotógrafo.

Orion-15, Industar-61, Yupiter-11… Kotov solo utiliza lentes soviéticas en sus fotos para acabar de dar una estética fidedigna, no solo en lo que representa sino en cómo lo representa. No deja nada al azar. Su preparación es metódica y empieza mucho antes de disparar la cámara.

«Me gusta sentarme en la biblioteca con libros antiguos sobre arquitectura y ciudades de ese período», explica. Así va encontrando joyas arquitectónicas y añadiéndolas a su mapa, descubriendo edificios que el resto olvidaron hace años. «También sigo a personas en las redes sociales que están interesadas en la arquitectura, como yo, por lo que a veces visito algunos lugares que ya fueron encontrados por otros».

Lo hace a tiempo completo, viajando en pos de un nuevo edificio, una nueva ruina que inmortalizar para su colección. Es un fotógrafo nómada, con la cámara y la mochila siempre preparadas para una nueva excursión. Así se da la feliz ironía de que Kotov, que tiene prohibido viajar, se ha convertido en un viajero empedernido. Eso sí, siempre dentro de las extintas fronteras de la URSS. Pero bueno, Rusia es grande y habíamos quedado en que Kotov era un tipo optimista, ¿no?

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Patrick Thomas

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