Son las siete de la mañana, hora de ir a trabajar. Suena el despertador y amagas con levantarte, pero anoche remoloneaste en la cama jugando al Angry Birds y ahora tienes más sueño que Resines cuando inventó Los Serrano. Giras cual croqueta suavemente y aporreas el botón de snooze. «Cinco minutitos más…», susurras. Y así hasta tres veces. Ya son las siete y cuarto. Vas a llegar tarde al curro. Ahora te toca ducharte a toda prisa, devorar el desayuno y salir pitando.
¿De quién es la culpa? De la alarma. Siempre es culpa de la alarma, no sé cómo nos las apañamos: se quedó sin pilas, no ha sonado o ha sonado pero poco. Dichoso despertador… Ahora que los móviles son inteligentes, ¿no debería ser infalible? Pues no, falla más que una escopeta de feria. Si su misión primordial sigue siendo despertarnos – que ya está en duda -, fracasa demasiado a menudo.
Y sí, es cosa del citado snooze, un invento del demonio que data de mediados del siglo pasado. En 1956, la estadounidense General Electric sacó al mercado el Telechron 7H241, el primer reloj despertador con función «siesta». Incorporaba un botón que, al ser pulsado, silenciaba la alarma unos minutos para volver a sonar justo después.
telechron2
Se anunciaba como «el despertador más humano del mundo», por aquello de regalar cinco minutos de sueño adicional que una madre jamás hubiera concedido a su hijo un día lectivo. Se ve que nuestros ancestros aún no eran inmunes, porque el invento funcionó y ha llegado a nuestros días. Seis décadas después, el snooze se ha convertido en la adicción insana de millones de personas. Yonquis del sueño all around the world, producto de este invento demencial.
Todo móvil que se precie, desde el phone más smart hasta el vetusto terminal de tapa, incorpora hoy esta función diabólica. Ninguno ha heredado, sin embargo, lo mejor del pionero Telechron: el botón para retrasar la alarma era considerablemente más grande que el interruptor encargado de apagarla.
telechron
Es preferible que el snooze te ponga en pie un poco más tarde, que apagar el despertador y no levantarse hasta la hora de comer. Sentido común: lo tenían los padres del Telechron y, al parecer, los gigantes tecnológicos lo han perdido.
La alarma de Android, por ejemplo, emplea el mismo sistema drag and drop que la pantalla de desbloqueo – si no hay patrón ni contraseña – o que la aplicación de llamadas. Cuando llega la hora, aparece un círculo central que el usuario puede arrastrar hacia la izquierda (snooze) o hacia la derecha (apagar). Los símbolos están a la misma distancia del centro y son de idéntico tamaño. Confundirse estando adormilado es demasiado fácil.
android
En Windows Phone 8, los botones también comparten dimensiones, incluso forma:
wp8
La cosa mejora un poco en iOS, pero no lo suficiente. En este caso, las acciones son distintas: arrastrar para desactivar y pulsar para el snooze. Además, se puede utilizar cualquier botón físico del iPhone (el de encendido, por ejemplo) para retrasar la alarma. En este caso, la única pega es que el área que se pulsa para activar el modo siesta es muy pequeña, y cuesta acertar estando adormilado.
ios
El espíritu del Telechron cuesta encontrarlo, salvo en las aplicaciones de terceros. En las tiendas de apps sí hay algún ejemplo de alarma bien planteada. La palma se la lleva Timely, con su enorme botón de snooze y su desactivación casi imposible: para apagarla, hay que arrastrar desde el borde inferior de la pantalla hasta muy arriba. ¿Y sabes qué es lo mejor? La ha comprado Google y, con un poco de suerte, pronto será el despertador por defecto en Android.
timely
Es cierto que no podemos resignarnos a aceptar el mal menor, sobre todo cuando los smartwatchs están a un paso de volverse mainstream. El reloj de la era móvil necesita un rediseño, claro está, pero ahora mismo la mejor idea es conservar las tradiciones. Mientras llega el futuro, por favor, que no nos toquen los botones.

Último número ya disponible

#142 Primavera / spring in the city

Sobre nosotros

Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

Suscríbete a nuestra Newsletter >>