Nicolás Sfeir nació en Madrid, pero estudió arquitectura en Buenos Aires, aunque, por el camino, trabajó en un proyecto propio junto con otros dos socios, en el que vinculaban gastronomía, arte y arquitectura. Para él, arte, diseño y arquitectura estaban muy vinculados, y en su labor como arquitecto e interiorista ha buscado siempre incorporar el arte a esta disciplina para hacer de la arquitectura algo más conmovedor, «no desde lo espacial pero sí desde otros elementos».
El bonaerense Cristian Verdejo estudió en un colegio agrario y se dedicó al paisajismo y al diseño de interiores. Buscando especializarse en terrazas verdes, se trasladó un tiempo a Nueva York, pero al no encontrar hueco como paisajista en ningún estudio de arquitectura importante, decidió regresar a Buenos Aires. A Cristian siempre le atrajo el arte y muy en especial la cerámica, que empezó a practicar casi como un hobby siendo niño y que ha acabado convirtiéndose hoy en su principal ocupación.
El destino quiso que, aunque se conocieron en Buenos Aires, sus trayectorias profesionales se juntaran al otro lado del Atlántico, en Madrid. En esta ciudad, Nico ya estaba montando su estudio de arquitectura e interiorismo, y Cristian se unió al proyecto para hacer allí su cerámica. Entonces, al arquitecto le llegó el encargo de diseñar el branding de un bar, Corchito, con el que romper la estética dura de este tipo de negocio. Y siguiendo su instinto de incorporar emoción y un toque más humano y personalizado a sus proyectos, decidió recurrir a Cristian.

Cerámica con mirada arquitectónica en la ‘casa del horno’
Los gerentes de Corchito querían decorar su local con velas, y los dos amigos argentinos empezaron a buscar candelabros en el mercado, pero todo lo que encontraban les parecía horroroso. Los gerentes del bar les mostraron un candelabro de pared, aunque tampoco les convencía mucho la estética. Y entonces se les ocurrió: «¿Y si lo diseñamos nosotros?». Y así nacieron sus primeras piezas de encargo.
Satisfechos, decidieron apostar por esa línea de colaboración entre el estudio arquitectónico de Nico y el estudio de cerámica de Cristian y se animaron a comprar un horno profesional donde cocer las piezas que el ceramista iba creando. Casi sin querer, había nacido Ofenhouse.

El impulso definitivo para decidir esa compra fue el encargo que llegó desde el restaurante coreano Na Num, cuya dueña acababa de abrir en Madrid como una sucursal del que ya tenía en Argentina.
Para Na Num crearon una vajilla muy especial y decoraron el local con unos floreros de formas curvas y sugerentes. Era su respuesta creativa contra esas piezas excesivamente básicas, «totalmente asépticas a las que estamos tan acostumbrados cuya estética ya aburre un poquito», cuenta Nico. Pero también juegan con las líneas rectas, quizá donde más se ve la conexión con la arquitectura y el diseño que buscan lograr. Algo que se pudo apreciar en su reciente exposición Hierro, en el estudio Hanghar de Madrid.

Experimentar, experimentar y experimentar
«Las dos líneas se dan de manera simultánea, no primero una y luego otra. Nos costó entender que había dos líneas. Para nosotros, en un primer momento, eran líneas de precio, pero nos dimos cuenta de que eso no era lo que marcaba nuestro diseño, sino la línea orgánica y la línea recta y arquitectónica. Pero en el estudio, las piezas estaban totalmente salteadas, ocurrían en simultáneo. Veías una mesa con un candelabro, con una viga y con un florero. El comisariado ocurre después. Por eso te digo que fue muy experimental todo», especifica Nico.

Porque en la experimentación y en el juego está la base de las piezas creadas por los dos fundadores de Ofenhouse, nacidas desde una perspectiva conceptual y profundamente artística. Todo empieza con una pregunta: esto, además de lo que aparenta y de su uso lógico, ¿qué más podría ser y para qué puede servir? Y de esta manera, una viga deja de ser de hierro para convertirse en una bandeja o en una estantería hecha con barro, o convertirse en la pata de una mesa, o en el soporte en el que apoyar una bandeja. Y un ladrillo puede convertirse en una mantequera. O un baldosín en una bandeja donde dejar la cuchara mientras cocinas.
Arte que se usa
Nunca hay dos piezas iguales porque no utilizan moldes. Lo suyo podría llamarse, de alguna forma, cerámica de autor con un enfoque racional y emocional a partes iguales, donde se funden orgánicamente la arquitectura de Nico y el puro arte de Cristian. Aunque si hay que buscar un rasgo diferenciador de su trabajo y de sus creaciones ese es el de buscar un uso para cada pieza que crean y diseñan, incluso cuando su aparente utilidad sea simplemente estética y decorativa en un espacio.
«Siempre pensamos, además de lo estético, para qué podría usarlo la gente en su vida cotidiana —confirma Cristian—. Aunque luego cada uno hará con la pieza lo que quiera y lo usará o no como quiera». Para Nico, es herencia directa del aprendizaje del urbanismo y la arquitectura, donde ya no cuenta solo la voluntad del arquitecto, sino cómo el usuario va a percibir el diseño y cómo lo va a utilizar. «Ese límite entre la formalidad del objeto y su uso posterior es una cosa con la que los arquitectos no nos amigamos mucho, nos cuesta, pero desde este lado sí es más divertido», explica Nico.

«Yo creo que el uso de las piezas es fundamental. El cliente de ciertos países entiende que una pieza utilitaria puede tener un determinado precio y puede ser muy bella, puede ser escultórica, y aquí no sé si terminamos de entender esa parte —matiza a continuación el arquitecto y diseñador de interiores—. No pasa nada, cada uno lo entiende como quiere y tiene que ver con la cultura, pero aquí la gente ve ciertas piezas y dice “¡Ah, pero esto no es para usarlo!”, aunque en realidad sí puedan».
«Saliendo de la escultura pura y dura, que es más decorativo, el resto, después, puede usarse. Nosotros le pensamos un uso, pero después cada uno hará con ello lo que quiera», remarca Cristian. «Y es bonito. Mientras no sea para degradar la pieza…», concluye Nico.
Juntos, pero no revueltos
Cada uno de los dos fundadores de Ofenhouse funciona por separado en sus respectivos talleres, y solo se juntan a consensuar cuando llegan encargos externos. «Todo se va haciendo de una manera muy orgánica e intentamos no tomar decisiones demasiado contundentes —explica Nico, que, de alguna manera, se ha erigido como portavoz de ambos—. Todo se va probando, de todo se hace un prototipo y todo está sujeto a ciertas discusiones». «Hay veces que a mí me cuesta interpretar lo que él quiere hacer, y que él entienda que hay cosas que no van a aguantar», aclara Cristian.
Pero siempre acaban encontrando la solución entre los dos. «Intentamos respetar mucho el conocimiento y el background uno del otro. Lo mejor de todo es cuando nos llega un pedido y nos dicen “¿Qué pondrías aquí?”. Eso nos encanta, porque ahí es donde podemos ser más libres».

Esa experimentación y juego acaba cuando el practicismo se impone. «Por lo general, el límite lo suelo poner yo, porque hay cosas que, una vez empezadas, puedes corregir pero no puedes cambiar —comenta Cristian—. Si es una viga que va a ser solo decoración, la puedes pegar, pero si es algo que va a llevar peso, tiene que estar armada desde cero. Por eso digo que en esa prueba llegamos hasta acá, pero en la próxima hacemos y probamos otra cosa».
«Todo o casi todo es mejorable en algún punto —añade Nico—. Y, al final, trabajamos con clientes, trabajamos con proyectos y hay que saber darles un marco, no se puede alargar demasiado. Al cliente le tienes que dar respuestas bastante claras».
La belleza según Ofenhouse
Así pues, su objetivo a la hora de crear es hacer de lo utilitario algo bello, y que esa belleza se extienda también al aspecto más arquitectónico de los proyectos, que pueda conmover y emocionar. Esa sería la idea de belleza para Nico.
«Para mí, tiene que tener… no sé si la palabra es belleza, pero tiene que tener equilibrio, color, en mi cabeza —expresa Cristian—. Y un uso, o no, porque puede ser decorativo cien por cien. Si no tiene equilibrio, no me vale. Necesito que esté compensado de alguna forma. Si no es por la forma, es por el color, por el tamaño… Puede tener una forma muy simple, pero con un color muy potente, o al revés. Pero equilibrado».
«Esta idea de lo sublime y lo bello es algo que a mí siempre me ha interesado, cómo lo bello, generalmente, se entiende como algo más pequeño, con unas determinadas curvas y con una lógica un poco más amistosa; y lo sublime muchas veces es una cosa mucho más grande, que es mucho más violenta, que genera un miedo. Es lo que nos acerca, en algún punto, a la muerte. Y eso nos genera también una atracción», filosofa Nico. «Pero para entender la belleza en algo, hay que entenderla en un contexto y tiene que funcionar en un contexto».

Sigue jugando, jugando, jugando…
Ofenhouse, como proyecto, acaba prácticamente de nacer, y aún les queda mucho recorrido y mucha experimentación por el camino. Ahora, dicen, quieren ahondar en las líneas rectas. «Nos interesa la morfología más allá de la pieza, que comúnmente la interpretamos como una cosa (una viga, un ladrillo), pero ver hasta dónde podemos llevar eso; cuál es el límite sin desdibujar demasiado su morfología primera, que se siga entendiendo lo que es, pero que sea algo completamente distinto», comenta Nico.
Las lámparas de cerámica, una de las obsesiones creativas de Cristian, son también algo que quieren investigar, experimentar, a nivel morfológico, cuál es el límite a la hora de generar tótems y montar piezas una encima de la otra. Y el color, añade Cristian, seguir jugando con los esmaltes hasta generar sus propias tonalidades para que sus piezas tengan su propio color, aunque luego el cliente pida otra cosa.

«Y hemos vinculado los dos universos en una pieza que presentamos para el Loewe Craft Price del año que viene —cuenta Nico a modo de conclusión—. Es una mesa, con dos vigas. Las vigas son las patas y la parte orgánica viene arriba».
En cualquier caso, para ambos lo importante en su proyecto es no perder de vista nunca cuál es su objetivo, qué es lo que quieren hacer y qué es lo que hacen. «Intentamos tener muy claro qué es lo que hacemos, saber qué es cada pieza y de dónde viene y a dónde va y por qué. Eso es el impulso artístico. Y luego hay un impulso comercial», explica Nico.

«El arte es amoral, pero el mercado no. No puedes ser demasiado artístico en determinados ámbitos porque lo que estamos haciendo son productos para gente y para proyectos, esto no es simplemente un impulso artístico. Nosotros, más allá de que haya un componente artístico muy potente, trabajamos con personas y para personas, y eso es fundamental entenderlo», concluye el arquitecto.






