La leyenda de que en los tiempos que corren se escribe peor que en el pasado es tan vieja como internet. Además, la misma leyenda dice que la culpa es, por supuesto, de internet, de los dispositivos móviles y de lo vagos que somos. Nunca ha habido, sin embargo, tantos recursos para escribir correctamente como los que disfrutamos en la actualidad.
Cuatro amigos que se reúnen bajo un nombre, Palabras Mayores, decidieron que su aportación en forma de libro llegaría en forma de recetario. En él, además, de aportar respuestas a algunas de las preguntas más curiosas que ofrece la lengua española, cuentan historias relativas a esas dudas que convierten lo que habría sido un manual en un entretenimiento más enriquecedor que el jamón de Huelva.
Son Alberto Gómez Font, Xosé Castro, Antonio Martín fernández y Jorge de Buen. Ellos se definen como «uno de los grupos más frikis del lenguaje» y afirman este tipo de contenidos, los que tratan de mejorar la corrección en el lenguaje, han aumentado en los últimos tiempos porque los frikis del lenguaje son legión.
Palabras mayores: El libro. 199 recetas infalibles para expresarse bien, editado por Vox, nació hace cosa de un año. Fue entonces cuando comenzó la recopilación de recetas: cuestiones de género en el lenguaje como si los rangos del ejército tienen femenino; el uso de paréntesis, corchetes, «rayas, palitos, rasgos, tildes y otros garabatos»; tres verbos «asesinos» que sustituyen lamentablemente a muchos otros; latinismos a los que maltratamos cada vez que los usamos o decenas de consejos de corrección, estilo y redacción.
[pullquote author=»Estos son los nombres de algunos capítulos»]¿Qué es un gonzalismo?
Neologismo, anglicismo, barbarismo y malabarismos
Tuits, actualizaciones de estado y titulares web
Mayusculitis jurñidica y administrativa[/pullquote]
Cada uno de los cuatro autores se ocupa de una parcela. Antonio Martín cuenta que «queríamos hacer unas doscientas recetas, de modo que las repartimos equitativamente. Tienen, como toda buena receta, los aromas y sabores para fascinar en una sobremesa («¿Sabías que la palabra aceite es un arabismo?») o para alimentar a los que tienen ansia y prisas (tranquilo, un corrector de estilo no toca tu estilo)».
Tengo la sensación de que últimamente nos estamos concienciando más acerca de la necesidad de escribir con corrección. Eso se nota, por ejemplo, en la mayor presencia de entidades como Fundeu. Como vosotros estáis en el ajo, ¿me podéis decir si percibís lo mismo o si es solo cosa mía?
En un solo día de nuestro siglo XXI se escribe tanto como se hizo en todo el siglo XV. No sabemos quién es el autor real de la cita ni en qué se basó para hacerla, pero todos tenemos la percepción de que no se equivoca. La población está alfabetizada casi al 100%, y a esa población le encanta comunicarse por escrito tanto como encanallarse en discusiones. Si una de las razones para liarnos a garrotazos es una coma, bienvenida sea. Ahora bien, la imagen escrita se toma cada vez más en serio. Ninguna empresa quiere ver en juego su imagen escrita por una simple errata. Por eso es normal que vigilemos la salud de nuestros escritos tanto como nuestra presión arterial o el consumo de triglicéridos, que no sé de ellos más que se esconden en una palabra esdrújula.
¿En qué ha cambiado la digitalización de nuestros hábitos y la expansión de internet nuestro uso del lenguaje? ¿Escribimos peor, mejor o, sencillamente, escribimos de manera diferente?
No solemos entrar en juicios de valor. No solemos calificar si se habla peor o mejor. La lengua es un organismo vivo que se adapta siempre e inevitablemente a las circunstancias. Se acomoda de una sola manera, de la única en que puede, porque es un efecto, no un agente. El español es un revoltijo de latín, griego, árabe, inglés, francés, náhuatl y muchas otras lenguas, a las que debemos añadir la ciencia, la tecnología —aquí cabe la internet— y hasta algunos trastornos fisiológicos detrás de los cuales podrían estar el seseo, la caída de ciertas letras caudales y otras dificultades de pronunciación que distinguen a algunas regiones. A los miembros de Palabras Mayores, como somos unos apasionados del turismo lingüístico, nos encantan estas diferencias.
Habláis en el libro de que, una vez que una palabra se pronuncia, ya existe y que poco importan los academicismos si la palabra entra en uso y se acepta. ¿Debemos emplear el lenguaje como un campo de batalla de reivindicación (por ejemplo, acerca de la igualdad de género) aunque lo que estemos expresando no esté aceptado por los que saben de esto?
Al final, los academicismos sí importan, porque la palabra debe pasar por la mesa de disección antes de quedar consignada en los diccionarios. Aparecen muchísimas palabras todos los años, especialmente en la jerga tecnológica, pero todo cambia hoy demasiado rápido. Un día la Academia se pone el chándal y las zapatillas y acoge cederrón, pero, mucho antes de que la masa de hablantes se entere, el cederrón ha dejado de servir.
Cosa distinta es decir que una palabra no puede decirse o no existe porque no está en el diccionario. Es un disparate. La Academia no podría proponer las palabras ni los giros que necesitaremos dentro de diez años; es absolutamente imposible. Su papel es el de sentarse en la acera a ver pasar las palabras y recoger aquellas que pasan con mayor frecuencia. Ya lo ves: el lenguaje tiene su selección natural.
Con respecto al uso reivindicativo del lenguaje, una de las cosas más bellas de las palabras es el peso gigantesco que pueden tener a pesar de su inmaterialidad. Que se tomen para hacer reivindicaciones o para destruirlas es desesperadamente poético.
¿Es lo de la corrección del español una cuestión socioeconómica? Durante los siglos posteriores a la llegada a América, el español que se imitaba era el que se hablaba en Sevilla, por ejemplo, que era donde estaba la pasta procedente de América. ¿Estáis de acuerdo con esta afirmación?
No. Las cuestiones son más numerosas y complejas. Se insiste, por ejemplo, en que el mejor español es el que se habla en Colombia o en Valladolid. Habría que demostrar que Colombia o Valladolid han sido capitales económicas o socioeconómicas del mundo de habla hispana.
En el prefacio que dedica a su sección, Alberto habla de este tema y demuestra cómo esa afirmación se desmorona si distingues entre los muchos acentos y modos de hablar que hay en Colombia. ¿Cuál de ellos es el bueno? Por otra parte, si esa afirmación fuera cierta, podría aplicarse a otras lenguas: se diría, por ejemplo, que el mejor inglés es el que se habla en Nueva York o, más específicamente, en Wall Street. Distingamos, entonces, entre latinos, asiáticos, negros, italianos… ¿Cuál de los colectivos habla mejor? ¿Qué peso tienen los aspectos raciales comparados con los económicos?