El cómico Jerry Seinfeld cuenta en su monólogo Te lo digo por última vez que hay un estudio que dice que hablar en público da más miedo que la muerte. Una conclusión que le parece tan absurda como el casco que se ponen los paracaidistas. Estudio con el que, sin embargo, es probable que comulgue Ignatius Farray.
El monologuista canario reconoce ponerse muy nervioso antes de subir a un escenario, por eso, al hacerlo, su espectáculo es el de un meteorito colisionando con la Tierra.
Un avión, un hospital, un tanatorio son lugares tan adecuados como un teatro para hacer humor y reírse. Relajarse, porque la risa es un calmante que disfrutan todos aquellos que se desprenden de sus miserias.
Colectivos varios, como los veganos y animalistas, por poner un par de ejemplos, se ofenden rápido y por poca cosa. Entienden que con sus causas no se pueden hacer chistes, como si no se hubiera hecho antes comedia con el holocausto, el racismo, el terrorismo, el machismo y la violencia machista. Es una cuestión de perspectiva y humildad.
Los cómicos son más honestos que pacientes. No conciben que tiene que pasar cierto tiempo para poder hacer un chiste sobre lo que sea. La clave es que el chiste sea bueno. A la comedia le pasa como a los animales, no saben los que son las fronteras, los límites. Sin cruzarlos, ni hay gracia ni alimento.
Conseguirlo tiene sus riesgos. Igual que las conversaciones de ascensor y a pie de tobogán aburren, hay cómicos que optan por ir un poco más allá de la tibieza. Es más sencillo condenarlos por hacerlo que agradecérselo por asumir unas consecuencias que no debería haber. Independientemente de que nos guste o no el chiste que han hecho, su libertad de poder hacer humor con lo que quieran también es la nuestra.
La comedia es mucho más que jijí y jajá. La comedia es sanadora, la comedia es salud, la comedia es una risa, una carcajada compartida. La comedia es una voz que dice que tú no me puedes ofender, que ya no puedes herirme, aunque quieras. La comedia es el principio de algo, un primer paso que nos aleja de la oscuridad. La comedia es un tercer grado penitenciario.
Pepe Colubi dice que el drama lo traemos puesto, pero la risa es un mecanismo de defensa ante la adversidad. Un bien ganancial que tenemos que practicar y mejorar si queremos llegar a viejos con menos amargura de la que sería razonable.
En su libro Dispersión escribe que el segundo peor día de su vida fue cuando murió su madre. El peor día han sido todos los demás desde entonces. Su duelo es el de un hijo con actitud de payaso. El día de su velatorio, confabulado con sus hermanas, Pepe Colubi colocó encima del féretro en el que descansaba el cuerpo de su madre una chapa del personaje de animación Enjuto Mojamuto.
Su madre era una incondicional y fiel seguidora de Muchachada Nui, programa que se empezó a emitir cuando la mujer tenía 80 años. Siempre, después de cada emisión, Colubi y ella hablaban por teléfono y lo comentaban. Aquella chapa desconcertó a los familiares y fue una manera de reírse con su madre de la situación que se estaba creando.
Esa improvisación, sumada a la dispersión y perturbación, resultan lo que hoy es Pepe Colubi. Un disfrutón de 50 años que calza las californianas Vans, un erudito de la vida nocturna a ritmo de reggae. Frecuenta bares y conciertos como un lobo solitario. Huye de los convoyes de amigos. Lo suyo es la interacción individual con un espectáculo comunitario como lo es la actuación de una banda de música y los festivales.
Dice que son manías de un viejo sociable al que le gusta disfrutar de la farra en soledad. Confiesa que la gente, a veces, le molesta. Ese punto de misantropía no es lo único que comparte con Javier Marías y Arturo Pérez Reverte. Colubi hace reír empleando un lenguaje novelesco que recuerda a las historias del capitán Alatriste. Su humor lo construye con el uso de cultismos y neologismos, no aceptados por la RAE, con los que narra sucesos que provocan un gesto que se queda a medio camino entre la arcada y la risa. La arcarrisa.
Chorromoco 91 es el título de su anterior novela y una palabra que se le ocurrió a Federico Corriente, el traductor del escritor escocés Irvine Welsh. Colubi recuerda haberla leído en el libro de Porno. Chorromoco es un engendro léxico híbrido que junta los conceptos de eyección y viscosidad en una sola palabra.
Dice que le parece pura artesanía y se pregunta que, si existe la palabra carricoche, por qué no puede existir chorromoco. Él mismo escribió al correo electrónico público de la RAE pidiendo que la aceptaran. Algo que no le ha hecho falta hacer con vivaracho y jacarandoso, adjetivos sonoros y silábicos que remiten a otro tiempo, a cuando Marías y Reverte se batían en duelo a primera hora del alba.
En Dispersión hay un pasaje en el que Pipi, el alter ego de Pepe, describe una escena de una película porno usando ese lenguaje florido y anacrónico. Dice que lo hace porque considera que, al usar una herramienta tan elevada para algo tan chabacano, se crea un conflicto que favorece a la acción. Un recurso que también emplea en el programa de Ilustres ignorantes a la hora de responder y contar anécdotas en torno a una mesa en la que todos los invitados esperan su ocurrencia tan soez y divertida como reflexiva.
Quizá no sea una cosa tan obvia para reírse, pero de pronto puede tener una doble lectura o un desarrollo muy concienzudo que remata en un absurdo. Como en su cabeza sus razonamientos le suenan fenomenal, los suelta sin contemplar la posibilidad de que la reacción del público sea el silencio. Cuando eso sucede, cuando un matojo de película del oeste pasa botando delante de él, salen a su rescate Coronas y Cansado.
Estos dos vigilantes de la playa de Colubi no estaban para salvarle aquella vez en la que Gemma Nierga, mientras le entrevistaba en la emisora de la Cadena SER a colación de su libro La tele que me pario, le insistió, por favor, que contara el chiste del abuelo de Heidi y de Clara. A pesar de no querer hacerlo, de hacerle gestos y aspavientos de negación a Gemma Nierga y Boris Izaguirre, que también estaba presente, se vio obligado a contarlo. Tras el paso del matojo típico del wéstern, la periodista catalana le fichó como colaborador para hacer una sección sobre anuncios de televisión.
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Pepe Colubi fue crítico de televisión antes que humorista. Oficio que considera que empezó a realizar a los 40 años, cuando comenzó con Ilustres junto a Javier Coronas y Javier Cansado. Durante toda su carrera profesional, empalmando un contrato con otro, como autónomo, siempre ha escrito introduciendo elementos cómicos irónicos y sarcásticos, independientemente de lo que estuviera escribiendo. Su mantra es no tomar todo demasiado en serio; piensa que si se hace se convierte en una cosa más acartonada.
A la ironía y al sarcasmo hay que sumarles la escatología. Un campo que trabaja con la misma abnegación que Berto Romero. Sabe optimizar los pocos recursos que hay para hacer este tipo de humor. Ni en el cuerpo humano hay tantos orificios ni en el diccionario hay tantas palabras para referirse al semen, si lo comparamos con la cantidad de vocabulario que manejan los esquimales para decir blanco.
Sí, Colubi reconoce que hay pocas piezas para armar un puzle. Hay poco con lo que jugar. Por eso cree que todo se adereza con un cruce de elementos y con el juego de las secreciones.
Las variaciones con repetición son infinitas. Y, sobre todo, tiene que ser autolesivo. Reírte del sexo desde una posición elevada chirría. Nadie empatiza con eso. Colubi entiende que cuando uno mismo va por delante de la humillación y el patetismo, se convierte en una especie de ser invencible. Un rabipresto (una palabra que le encanta para describir el estado de excitación masculina) que siempre piensa que el mejor polvo está por venir.
Eso que ocurre entre los orgasmos Colubi dice en Dispersión que es sexo. La duración, en la cama, es un escollo; en la comedia es clave.