Existe el común consenso de que el periodismo va de contar lo que sucede. De forma más concreta, podría matizarse que va de contar aquello que ya ha sucedido, sobre todo hace más de un siglo, cuando entre el hecho en sí y la información podía pasar mucho tiempo. Ahora mismo, gracias a la evolución de la tecnología, el periodismo ha ido mutando hacia contar aquello que ha sucedido y también aquello que justo está sucediendo en ese mismo momento.
Un historiador, a diferencia de un periodista, necesita mucho más tiempo. De hecho, cuanto más lejano sea un acontecimiento mejor podrá analizarlo y explicarlo. Solo con la distancia temporal adecuada se pueden ver, por ejemplo, las consecuencias últimas de un evento concreto, de forma que se puede apreciar en profundidad la importancia real de dicho suceso. No se puede entender el Holocausto sin la Primera Guerra Mundial, por poner un ejemplo.
Es lo que tiene el pasado, que ya no varía y se deja analizar, y es lo que tiene el presente, que es dinámico y se puede seguir. Pero ¿qué hay del futuro?
Podría decirse que más allá de la inmediatez del periodismo y de la profundidad de la historiografía subyace un posible objetivo común a ambos: conociendo lo que ha sucedido y lo que sucede, viendo sus detalles y evolución, se puede intentar prever qué sucederá en adelante.
Eso, que lo hacen los periodistas, no es algo ajeno a otras ramas del conocimiento. Lo hacen los analistas, así, en general, para prever futuras operaciones económicas, posibles escenarios políticos o incluso inversiones adecuadas. Conocer el pasado y el presente para anticiparse al futuro es, por tanto, un deseo compartido para quienes quieren prepararse para afrontarlo.
Objetivar lo que no existe
¿Hay alguna forma medianamente objetivable de hacer tal cosa? La respuesta corta es no.
El principal problema es que, a diferencia de hacerlo con el pasado y el presente, analizar el futuro no es factible. No existe, por lo que no hay nada que analizar. Podemos imaginar qué sucederá, incluso basándonos en modelos de evolución bien fundamentados, con tendencias claras y argumentos incuestionables.
Pero, a no ser que uno crea en la predestinación, el futuro es tan esquivo que puede darle por ser totalmente imprevisible e ilógico. Todo apuntaba a que Mariano Rajoy sería presidente del Gobierno en 2004, pero un atentado tres días antes y la gestión del mismo que hizo su partido provocaron que tardara siete años más en conseguirlo.
Precisamente, para evitar esos imprevistos, siempre ha existido el interés en esos escenarios ficticios. Por eso posiblemente la ciencia ficción siempre haya funcionado tan bien como género: da igual que se pinte un futuro distópico o un mañana brillante, pero el experimentar con el cómo sería la realidad si sucediera tal o cual cosa lleva siglos generando fascinación.
El equivalente a tal cosa en periodismo sería lo que se conoce como periodismo ficción, que más allá del nombre despectivo para intentar desprestigiar ciertas prácticas profesionales (con motivo o sin él) es algo que existe. Su verosimilitud, que no objetividad, dependerá de lo sólidos que sean los fundamentos: que se hayan estudiado las ramificaciones del evento, que se conozcan sus consecuencias y que exista una tendencia continuada hacia algo. Casi siempre las cosas suceden a consecuencia de otras, y guardan relación con otros eventos aparentemente separados.
El resultado, sin embargo, suele ser bastante deficiente y no pasa de ser un mero ensayo literario, en ocasiones claramente intencional. Es el caso, por poner un ejemplo, de una columna del escritor Lorenzo Silva publicada en El Mundo allá por 2012 bajo el título Catalunya 2035. El autor intentaba, a través del relato de una tarde de fútbol, explicar cómo podría acabar siendo una Cataluña independiente.
Más allá de las licencias literarias, no hace falta un análisis muy profundo para entender que la postura del autor es contraria al hecho en sí –el proceso independentista–. Deja entrever, eso sí, una posible consecuencia objetivable de una eventual independencia que dejara a Cataluña como una isla fuera de Europa: el capital árabe, muy presente ya en el mundo del fútbol, se haría fuerte en la zona, que sin protección migratoria de los estados miembros acabaría convirtiéndose en una especie de sociedad multicultural con enorme presencia musulmana.
Sin entrar en detalles acerca del componente crítico y racial del texto –mezclando feminismo, fútbol y ultranacionalismo–, el relato no pasa de ser un ejercicio literario sin profundidad evidencial alguna.
Explicando el pasado a través de la ficción
El periodismo, objetivo como debe ser, conjuga mal con las ficciones acerca de futuribles. Sin embargo, en divulgación la cosa funciona mejor, sobre todo cuando es sobre el pasado.
Es lo que llevan tiempo haciendo algunas plataformas divulgativas, que han intentado lanzar docudramas determinados basados en hechos objetivados. No se trataría, por tanto, de una reconstrucción del estilo de Narcos, sino más bien de algo del estilo de Vikings. Un documental, el género que dominan, pero convertido en serie.
En el año 2013 el Canal Historia se lanzó a producir una serie de ficción acerca de los vikingos. En ella se cuentan las aventuras de Ragnar Lodbrok, un rey de la antigua Suecia de allá por el siglo IX del que tenemos conocimiento por alguna de las llamadas Sagas legendarias nórdicas.
El éxito fue tal que plataformas como Netflix o HBO se hicieron con los derechos y la emitieron, y con el tiempo se convirtió en una de las ficciones más populares. La idea funcionó tan bien que lleva cinco temporadas y está a punto de lanzar la sexta.
Pero la cuestión es que no es una ficción del todo: muchos espectadores ignoran su naturaleza divulgativa, para lo cual el Canal Historia trabajó en que los ritos, el vestuario, los comportamientos y las referencias históricas fueran lo más aproximadas posible a la realidad. Una recreación, pero verosímil.
Es evidente que no todo es real. De hecho, los diálogos son bastante pedantes, posiblemente por obra del autor de los escritos en los que se basa la historia, porque cuesta creer que un grupo de guerreros de la época pudiera discutir sobre algunas cuestiones en la forma en que lo hacían.
Eso sí, algunas características sociales –la forma de impartir justicia o el rol de la mujer– sí son bastante fieles, según los autores. Aunque, claro, nunca llueve a gusto de todos.
Separando hechos y ficciones
En National Geographic, igual que en el Canal Historia, llevan años trabajando en el género documental. Y, al igual que a ellos, el fenómeno de las plataformas televisivas del estilo de Netflix o HBO les ha dado un nuevo espacio para la divulgación. Pero, y esta es la diferencia, han intentado ir un paso más allá y abordar de forma objetivable cómo podría evolucionar algo y suceder en el futuro.
Es el caso de ‘Marte y su narración de cómo sería la llegada del ser humano al planeta rojo.
Ante la dicotomía de cómo abordar algo tan difícil de objetivar como una misión espacial futura, la narrativa planteada opta por algo distinto: en lugar de ficcionar el futuro o de recrear el pasado, combinan documental y serie de ficción contando dos historias en paralelo.
El documental, centrado en el presente reciente, cuenta cuáles son los problemas científicos que implica no solo llegar a Marte, sino establecer una colonia permanente allí. Para contarlo se entrevista a científicos de la NASA, escritores, divulgadores como Neil deGrasse Tyson y hasta al controvertido Elon Musk, la mente detrás de Space X, la compañía que más esfuerzos hace en esa dirección.
En paralelo, narra en forma de serie de ficción cómo un grupo de seis astronautas emprenden el viaje al planeta rojo y cuáles son las dificultades y retos que deben superar allí. En conjunto, son apenas seis capítulos de unos 45 minutos de duración en los que se combinan flash-backs y flash-forwards intercalando una explicación divulgativa con un escenario ficticio dramatizado. Lo interesante de la serie con lo didáctico del documental, todo en uno.
Así, por ejemplo, se abordan cuestiones acerca del tamaño y las características que necesitaría un vehículo espacial tripulado para un viaje de más de medio año, o la importancia de hacer aterrizar una nave tras un viaje de esas características.
La llegada hace unos días de InSight al planeta rojo fue tan celebrada porque implicaba una deceleración de los 20.000 kilómetros por hora del viaje estelar a los 8 kilómetros por hora necesarios para no impactar, y todo en apenas 7 minutos. Además, acertando con el aterrizaje en un lugar exacto.
Otro de los aspectos que muestra la serie es el reto de que se planteara un posible viaje de vuelta. InSight, y el resto de vehículos enviados a Marte, eran solo de ida: una vez cumplida la misión, allí se quedarían para siempre.
Eso sería implanteable hoy en día con seres humanos, que deberían tener la posibilidad de volver pasado un tiempo en lugar de partir sabiendo que nunca podrían regresar. De ahí, por ejemplo, que los capítulos en los que se narran los desarrollos de Space X en materia de cohetes que vuelven a aterrizar casi parezcan un publirreportaje de la compañía de Musk.
Pero no solo se trataría de poder llegar y poder volver, sino de contar con naves y materiales reutilizables y reparables en condiciones limitadas (como inciden durante el metraje, la ayuda tardaría meses en llegar), además de otros retos como depurar aire y agua para poder vivir (en la serie usan el hielo detectado) o la necesidad de construir en alguna gruta bajo tierra para protegerse de la radiación a causa de la débil atmósfera del planeta.
Y, por supuesto, la capacidad de generar alimentos allí a través de plantas adaptables a esas condiciones de habitabilidad.
También ocupa un lugar destacado el factor humano, tanto el infraestructural –en la serie todo se lleva a cabo a través de un consorcio internacional de agencias y empresas– como el propiamente personal. Inciden, por ejemplo, en los trastornos del viaje, el aislamiento y los riesgos y su posible influencia en un viaje futuro.
Para abordarlo repasan el proyecto Mars500 –real– en el que varios científicos pasaron 520 días aislados con resultados realmente preocupantes en su comportamiento y afectación psicológica.
De esta forma, el repaso de la parte documental a las líneas de trabajo actuales conduce a cómo se afrontan los problemas en la serie ficticia acerca del futuro. No es periodístico, no es objetivo, pero sí es verosímil y se apoya en desarrollos científicos actuales con plazos creíbles.
Ahora solo falta saber si en 2033 llegaremos a Marte, si seremos capaces de construir una base en 2041 y si en 2050 ya habrá una colonia humana allí. De lograrlo, al menos, no tendremos que preocuparnos por destruir el medio ambiente o hacerlo inhabitable: tal como enseña la serie, la cosa ya está estropeada y no ha sido culpa nuestra.
Dentro de 10 años se habrán mandado 20 nuevas naves sin tripulación a Marte y para el año 2.040 apróx. se espera hacer el primer vuelo tripulado. Pero después de este largo esfuerzo, llegará un momento en que no se saque más provecho de ir hasta allá, salvo la aparición de las nuevas tecnologías utilizadas. Hay que descartar que el objetivo de viajar ahora a Marte sea su colonización permanente, salvo que estemos pensando en un futuro de cientos o miles de años.
El cebo para todo este esfuerzo es encontrar signos de vida extraterrestre, que lo presentan como un acontecimiento crucial de la humanidad. Nada más lejos de la realidad pues, confirmado que no hay seres vivos desarrollados fuera de la Tierra, lo más que se puede encontrar son restos de bacterias en el interior de rocas. Nada sorprendente que así fuera pues Marte tuvo durante millones de años unas características muy similares a las de la Tierra: actividad volcánica, campo magnético, atmósfera, agua líquida, etc., período de tiempo que en en nuestro planerta fue más que suficiente para que emergiera la vida pero Marte, al ser la mitad de tamaño que la Tierra, se enfrió antes no dándole tiempo a evolucionar, acabando como un planeta prácticamente inerte.