Pescar en el desierto

4 de junio de 2013
4 de junio de 2013
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“No fue sencillo convencer a la gente de que criar peces en el desierto tenía sentido”, es probablemente la frase que más veces ha tenido que repetir en los 30 últimos años Samuel Appelbaum. Profesor universitario y científico, este hombre menudo y de palabra ágil, es el culpable del asombroso desarrollo de la cría de pescado en el desierto israelí. Con sobrada experiencia en este campo, Appelbaum fue el primero en acuñar el término “acuacultura”, allá por la década de los 80, cuando junto a un grupo de investigadores empezó a estudiar diversas técnicas para ver cómo se podían mejorar las condiciones de vida en tierras áridas y semiáridas.
En ese sentido, no es ninguna casualidad que fuese en Israel donde comenzase a llevarse a cabo este proyecto: “Con poca tierra fértil y escasa agua, no nos quedaban muchas opciones más que investigar cómo lograrlo”, explica el científico.
Dichas investigaciones concluyeron en que el agua salobre de los acuíferos subterráneos del desierto era perfecta para la crianza de peces de aguas templadas. A cientos de metros de profundidad, protegida de cualquier tipo de contaminante y con una décima parte menos de solución salina que el agua del mar, el agua subterránea casaba con la idea de comenzar a producir piscifactorías en pleno desierto del Néguev. Sin embargo, conseguir los medios para las “granjas de pescado” y el interés del resto de la comunidad científica no fue tan sencillo.
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“Casi fue más difícil acabar con la mala reputación de que la tierra árida no es fértil que llevar a cabo el proceso, una vez finalizada la investigación. Incluso hoy, mucha gente sigue sin entender cómo se puede producir pescado en el desierto. Hay que cambiar esa filosofía”, dice Appelbaum, que ve en esta técnica una posible vía de desarrollo para naciones en vías de desarrollo. Por el momento, países como China, Australia o Tanzania ya han copiado modelo.
Sin embargo, las bondades del agua subterránea del desierto israelí no acaban ahí. Mucho más barata y fácil de conseguir, es especialmente útil como fertilizante para cultivos. Después de haber sido utilizada en las granjas, es reciclada para irrigar muchos de los campos trabajados por los agricultores locales, creando de este modo una importante cadena humana donde no solo los productores de peces son los favorecidos.
Además de un uso mucho más racional del agua, también se ha conseguido una importante reducción en la utilización de fertilizantes químicos. Si bien los agricultores tomaron la iniciativa con cierto escepticismo, los resultados no tardaron no llegar. De hecho, en la actualidad, muchos de los productos como espárragos o tomates cherry que se consumen en Europa durante el invierno provienen de estas granjas.
Con respecto a los posibles daños medioambientales que estas granjas puedan causar en el complejo –y rico- ecosistema del desierto, Appelbaum no se muestra especialmente preocupado: “Hemos tratado de minimizar el impacto todo lo posible. Sin embargo, todo tipo de avance, todo tipo de esfuerzo tecnológico supone modificar el entorno donde se lleva a cabo. Decir lo contrario sería mentir. De cualquier manera, en el caso que nos ocupa, el perjuicio medioambiental ha sido mínimo y casi podríamos hablar de total armonía entre ambas cosas. Y no ya solo por las dimensiones del proyecto, sino sobre todo por las características ecológicas del desierto, que se adaptan perfectamente a los requerimientos necesarios para la construcción y desarrollo de las granjas. Si hubiésemos estado en un bosque de hayas, la cosa probablemente hubiese sido bien distinta”, zanja con humor.
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Cabe destacar que lo que empezó siendo un proyecto científico se está convirtiendo en un lucrativo negocio. De momento, son dos los grandes productores en Israel, con una producción de alrededor de 200 toneladas anuales de pescado comestible como el róbalo o el salmonete, así como una menor producción de peces de tipo ornamental o de acuario.
Sin embargo, parece que el modelo se expande y ya hay más de una decena de granjas en los desiertos del Néguev y Aravá que están empezando a producir en los mismos términos que las anteriores. Al contrario que el resto de la industria alimentaria, en clara caída por la crisis económica, estas productoras se han beneficiado de un importante aumento en el consumo de pescado. Bien por motivos de salud, bien por el descenso de la venta de carnes rojas tras los escándalos que han afectado a esta industria durante los últimos meses, las granjas de pescado son a día de hoy de los pocos negocios que no solo se mantienen en pie sino que demuestran un crecimiento sólido.
“Nuestra experiencia debería animar a muchos países y agricultores de zonas remotas. Con una inversión inicial no excesivamente alta se pueden conseguir excelentes resultados. Solo el mercado internacional de peces ornamentales movió el pasado año unos 10.000 millones de dólares, que no está nada mal”, remata Appelbaum.
En ese sentido, el único problema con el que se tendrían que enfrentar estas granjas en el futuro es la posibilidad de que se agoten los acuíferos subterráneos. De momento, y según un estudio reciente, estos manantiales disponen de miles de millones de metros cúbicos de agua, lo que permitiría seguir desarrollando la cría de pescado en el desierto durante al menos unos 50 años más. Antes de que se acabe, todo parece indicar que el agua desalinizada del mar y avances tecnológicos serán la próxima respuesta de los científicos a la cría de peces en el desierto israelí.

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