Hay varias cosas en las que la política estadounidense supera con creces a la española. Una de ellas es la espectacularidad de sus discursos; otra, en lo hollywoodiense de sus eternos procesos de primarias; y una más –por citar solo tres–, en lo bien que se trabaja el marketing político. Y en ese reino siempre ha habido un rey indiscutible: el expresidente Barack Obama.
El mandatario entendió que una parte (muy) importante de la política-espectáculo depende de la imagen que se proyecta. Y por eso, una de las señas de identidad de su imagen fue desde el primer día las impactantes fotografías de su quehacer diario. En ellas se mostraba casi siempre sonriente, cercano, respetuoso, con una calidad de puesta en escena perfecta y todos los detalles cuidados. El trabajo de Pete Souza creó escuela, y en gran medida debería ser tomado como referencia en muchos otros lugares como nuestro país, sin ir más lejos, para evitar gañanerías varias.
El extenso archivo fotográfico de los ocho años durante los cuales Obama fue el inquilino de la Casa Blanca se fueron archivando en una cuenta de Flickr que se convirtió en visita obligatoria para cualquier aprendiz de brujo de la política moderna: formas, gestos, mensajes e intenciones en un formato para echar horas. Casi siete mil instantáneas para contar la historia de un icono político.
Obama ya es historia y tras él llegó Trump, el personaje más antitético posible. En el año y pico que lleva en el cargo, Trump ya se ha dedicado a deshacer buena parte de todo lo que su antecesor tejió con esfuerzo: acuerdos comerciales, pasos cuidadosos en Oriente Próximo y Oriente Medio, acercamiento a Europa, políticas de cambio climático o, por citar lo más reciente, acuerdos en materia nuclear con el enemigo iraní.
La vida política americana no solo supera a la española en lo citado antes, sino en otras muchas cosas. Quizá la más importante es el respeto escrupuloso que se tiene por quienes alcanzaron la presidencia o estuvieron cerca de conseguirlo, especialmente entre ellos mismos a pesar de que antaño fueran rivales.
Solo así se entiende el aprecio y buena química que se percibe cada vez que Clinton y Bush, o Bush y Obama, comparten escena. Seguramente Bush nunca fue tan popular como cuando dejó de ser presidente.
Así las cosas, no es una locura pensar que a Obama –y no solo a él– le deben escandalizar muchas de las cosas que Trump hace, dice, insinúa o imagina. Sin embargo, esa especie de lealtad institucional le impide decir nada públicamente más allá de algún cuidadoso chascarrillo.
Pero Pete Souza, el que fuera su fotógrafo de cámara, puede saltarse ese acuerdo tácito. De hecho, ha encontrado una forma de darle utilidad a ese ingente archivo fotográfico y, a la vez, hacer la oposición política que su antiguo jefe declina hacer por decoro político.
Souza, desde su cuenta de Instagram, se ha convertido en un celebrado azote de las políticas de Trump. Y lo hace rescatando del archivo las fotografías adecuadas para momentos concretos, comparando en la mayoría de las ocasiones lo que Obama hacía y lo que en la actualidad Trump hace.
Hay ocasiones en las que lo hace de forma –más o menos– sutil. Es el caso de cuando Stormy Daniels, la actriz porno que ha puesto en aprietos a Trump por haberle chantajeado para ocultar un affaire años atrás, apareció en televisión. Ese día Souza republicó una fotografía de la Casa Blanca antes de una tormenta. Stormy quiere decir tormentoso.
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Igual de sutil fue cuando sugirió que debían haber despedido al conejo de Pascua sin que lo supiera. Lo hizo en referencia a alguno de los múltiples despidos (y renuncias) que ha habido en apenas un año de la administración Trump.
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La mayoría de publicaciones, sin embargo, no son tan sutiles. Son las que empiezan con un «De vuelta a…». De vuelta a cuando tenían un presidente que leía los periódicos en lugar de criticarlos, a cuando era bien recibido en eventos públicos, a cuando se preocupaba por el cambio climático o a cuando se respetaba a los rivales políticos.
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La política pura también tiene cabida en los flames de Souza, como cuando recuperó la foto de Obama y Netanyahu hablando en Washington a tiempo para enmendar la plana a Trump por el trágico papelón del reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel.
O como cuando contrapuso el recuento de votos para medidas concretas con el cálculo del share televisivo de la última barbaridad de Trump. O, yendo aún más allá, cuando contrapone un equipo de negociación que cuenta con un físico para cuestiones nucleares en lugar de alguien que toma decisiones en base a rebotes. Por ejemplo, espiar a quien trabajó activamente por el acuerdo con Irán para intentar desacreditarlo.
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Así, Souza tiene una foto para cada situación vergonzante que ha atravesado la administración Trump: desde las transacciones económicas sospechosas pasando por las tensiones internas en el Gabinete del presidente, a la forma en que Trump hace política desde Twitter.
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El agrio enfrentamiento de Trump con James Comey, exdirector del FBI, también tiene cabida, ya sea de forma de metáfora con un balón (slimy, de aplastado, por slime ball –bola de porquería–, que fue como Trump le llamó), ya sea contraponiendo la relación que Obama tuvo con él.
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Nada se escapa al recuerdo de Souza: desde la distinta forma de abordar la guerra en Siria… o en general cualquier tipo de decisión complicada.
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El método de Souza, aunque no siempre es sutil, es bastante efectivo. Pero, en el fondo, no puede esconder que no solo es un gran fotógrafo: también es el troll más ingenioso de la política actual. Para muestra, el mensajito de la «primera visita y probablemente no última» de un presidente a una prisión federal. El tiempo dirá si la cosa llega a tanto.
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