No fue difícil para Borja Casterad poner nombre a sus pinturas y sus ilustraciones. Sus ojos se lo soplaron, » ❄ » Pop daltónico » ❄ », porque así ven los colores. Ellos son los que piden a Casterad que use flúor, brillantes y tonos estridentes para verlos bien; ellos son los que llevan las manos de Casterad a las pinturas verde lagarto cuando hay que dibujar una piel humana.
Su madre fue la primera que lo supo. Un día, cuando él era pequeño, la profesora la citó en el colegio para decirle que su hijo pintaba a los humanos de color verde. El niño ni lo sabía.
—¿Verdes? —se extrañó.
Él los pintaba de color carne (de su color carne), pero resultó que el resto del mundo los veía verdes. Entonces entendió que el daltonismo iba a ser el director del color de sus dibujos y por eso, cuando de adulto empezó a hacer arte, lo convirtió en el sello de su estilo.
Esta leve acromatopsia le hace dudar si un color es negro o azul; rosa o gris; verde o marrón; azul o violeta. «Yo aprecio más la tonalidad y el matiz que el color. Por eso me resulta más fácil identificarlo cuanto más primario es, y me cuesta más cuanto más se prostituye», especifica. «El que más uso es el amarillo fosforito porque es el que mejor veo. Además, siempre he sido un histriónico».
Lo del pop no lo tiene tan claro aunque use esa palabra para definir su estilo. «Sí, soy pop», dice, «pero le tengo manía. Lo veo como algo sencillo, un poco vacuo, de celebrities. Como algo superfluo, comercial (y no es que lo comercial sea malo). Creo que mucha gente lo entiende así». Lo que sí le interesa es «poner el pop en contra de lo popular. Me gusta usar el lenguaje popular para atacar las creencias culturales». Y en ese pop refleja sus vivencias y todo lo que le rodea…
—Bueno, también hay una parte de Netflix —puntualiza.
En ese pop asoma el glitter, la androginia, los modelos travestidos y «hombres desnudos como fragante background de frivolidad». Es un pop que, a la vez, pone el «residuo machista» a relucir: la cultura machote, la «cultura que ataca el afeminamiento».
Al principio de la conversación, Casterad dice que va dibujando y pintando según siente, sin pensar mucho; que lo quiere es que quede bonito; pero conforme habla salen cientos de historias de cada una de sus pinceladas. De repente, para y se ríe.
—Paso tanto tiempo encerrado aquí, en la cueva, que pienso mucho.
Casterad está hablando por teléfono desde su estudio (lo que él llama «la cueva») y se le atropellan las frases. Suelta tantas ideas por segundo que se le hacen embudo en la boca. Lo razona todo por delante y por detrás. Dice una cosa y la contraria. Matiza, rectifica, amplifica, cuela bromas, lleva su entonación arriba, abajo… Dramatiza. Escucharlo es como asistir a un espectáculo telefónico. Una performance tan llena de brillos y acrílicos como sus obras. «Yo tengo verbo», dice, vacilón.
El artista de Barbastro que hoy vive en Barcelona hace estilismo y dirección de arte, diseña, pinta en lienzo, pinta murales, ilustra en papel. Arte y gráfica en mil modos distintos…
—Mis primeros trabajos fueron de travesti gogó —recuerda—. Pero la licra no perdona. Empezaron a verse los años y los kilos, y lo tuve que dejar. Pasé a hacer moda para travestis y también fui camarero. Un día, en el bar donde trabajaba, me ofrecieron hacer una exposición con mis obras. Desde entonces es un no parar hasta que se me aparezca la virgen. Siempre estoy mirando por la ventana a ver si llega.
Casterad formaba parte de un grupo llamado Viva las Ponys, y cuenta que desde 2009 a 2012 se dedicaron a agitar la noche más underground de Barcelona. Después…
—Fui reportera. Hacía entrevistas como esas de los anuncios de los bancos en el programa Conversaciones sobre el arte. Y también participé en la miniserie El Piso, de Costumbrismo Juvenil TV.
Borja Pony, en su nombre más arrebatador, apareció en el capítulo Noche de fiesta. Interpretaba a la fiestera que se presenta en los eventos sin avisar y que acaba convirtiéndose en la estrella del garito. Eso que dice se dice: «aporta o aparta».
Hizo después varios cursos de moda y se sacó el título de técnico superior de Estilismo y Maquillaje. Cuenta que eso le abrió las puertas para colaborar en sesiones de fotos de moda de los diseñadores Manuel Albarrán, Brain & Beast y Jose IT Spain.
En 2014 inauguró su primera exhibición de pintura, Retretos. De las paredes colgaban una serie de retratos «mundanos y mutantes sobre un prisma sádicamente pop». Eran famosos del siglo XX y jefes de Estado a los que Casterad les dio los atributos de Hello Kitty y un buen puñado de purpurina.
En 2015 presentó su primera muestra de ilustración, I’m so pretty. Ahí afiló el lápiz y se dejó de tonterías. Su crítica social se volvió más agresiva y planteó temas menos poperos: «cómo prostituir los iconos infantiles, la hermandad de los contrarios y un matrimonio de incorrectos».
Después pintó unos murales en Perú, para United Colors of Benetton, en los que trataba la transexualidad, la homoerótica y la vagina como origen del mundo. Pintó paredes de la tienda Flamingo Vintage, en Tenerife, con referencias al manga japonés, Pokemon y Sailor Moon. Y no hace mucho fue al Centro Cultural Harinera de Zaragoza y, en una pared que lleva a dos cuartos de baño sin carteles que indiquen sexo ni género, hizo un mural al que denominó Ni de día ni de noche en la playa del Monteperdido.
El artista que se autorretrata con las orejas azules y la nariz amarilla utiliza cada vez más técnicas: pintura acrílica, brillantina, producción digital…
—Antes yo era de hacer dibujillos, pero he tenido que aprender de todo por obligación. Es muy difícil vender obra física y eso me llevó a la ilustración digital y los murales. He aprendido más en los tutoriales latinoamericanos que en la carrera de Bellas Artes.
—¿Cómo es tu proceso de trabajo?
—Tengo ideas todo el rato. Para dibujar una persona, por ejemplo, voy haciendo plantillas con Photoshop. Cojo una cabeza, ubico un cuerpo… Hago una composición como un collage. Después lo calco con papel de calco y comienzo a pintar —explica—. Aunque muchas figuras humanas de mis obras son amigos míos. Les pido que vengan a casa y que hagan de modelos. También compro algún muñeco, lo pongo en la posición que busco, le hago la fotico y lo dibujo.
El artista que se llama @borjapony en Instagram por su antiguo grupo Viva Las Ponys explica que el verde de sus personajes no solo tiene que ver con su daltonismo. También hay una intención marcianista. Lo hace para mostrar que a veces se «da un punto de extraterrestre a cosas que deberían ser normales» y también por «endiosar al rarito». «Es una crítica. Se suele invisibilizar al rarito y yo quiero que ese personaje raro se convierta en el protagonista. Son los gorditos, los niños con síndrome de down…».
La obra de Casterad rebosa sexo y ascazo por «los pudores de la carne». Es un residuo más de «la tradición cristiana heteronormativa basada en la monogamia eterna y en demonizar el pecado de la carne». Cuenta Borja Pony que en la India había deidades trans hasta que llegó la Iglesia católica.
En sus templos oscuros nunca ha cabido el color. Pero a quién le importa. Para eso están las pinturas donde Casterad retrata a Cynthia, que se siente más Ramiro, y a Alberto, que tiene vulva y barba. Y a alguien más: a Caracoño.
—¿Quién es Caracoño?
—Soy yo. En esa ilustración estamos mi madre y yo. Siempre me he sentido muy caracoño —responde, con absoluta elocuencia—. Es otro guiño a la igualdad y el feminismo. Yo también he sufrido ese residuo machista. He sido una víctima colateral.