Dejar para otro momento lo que se debe hacer se conoce como procrastinar. Aunque es común a todo el mundo, hay tres perfiles procrastinadores generalizados, y también una serie de trucos que ayudan a evitar esta inclinación a la pereza.
«Deja para mañana lo que tengas que hacer hoy» podría ser el lema de los procrastinadores, esas personas que siempre encuentran la manera de retrasar todo aquello que deben resolver, sea este un asunto laboral, recoger a los niños del colegio o llamar a los bomberos cuando ese pequeño fuego, originado en la cocina y que ha alcanzado las cortinas del salón, amenaza con extenderse a las viviendas colindantes.
Los humanos son dados a eludir, o al menos demorar, sus responsabilidades. Unos lo hacen como recompensa por haber concluido una tarea anterior; otros piensan que no hay que correr demasiado en hacer las cosas porque «hay tiempo», y también los hay que disfrazan la procrastinación de productividad y hacen que hacen, aunque en realidad no hacen nada.
Sin embargo, en el caso de los procrastinadores (y procrastinadoras) extremos, lo de posponer las responsabilidades llega a límites insostenibles que les acaban generando problemas emocionales y conflictos con las personas de su entorno.
Tanto es así que la doctora en psicología Ellen Hendriksen ha clasificado a este tipo de personas en tres grupos diferentes para, una vez determinadas las razones de su comportamiento, establecer unas pautas para modificar esos hábitos.
Los que se escaquean.
Procrastinar es una forma como otra cualquiera de no enfrentarse a un problema. No siempre es la tarea que se debe realizar; puede ser también una situación desagradable asociada a esa tarea. Por ejemplo, hay gente que tarda años en acabar una carrera universitaria, no porque los exámenes sean difíciles sino por no tener que enfrentarse al complicado mundo laboral.
Otros, por ejemplo, demoran poner fin a relaciones sentimentales insatisfactorias por miedo a enfrentarse a la soledad posterior a la ruptura. En ambos casos retrasar esa toma de decisiones genera en estos sujetos angustia y estrés, razones que demuestran que, en su caso, procrastinar no es una buena solución.
Los optimistas.
Son los procrastinadores que lo ven todo de color de rosa. De hecho, retrasar el momento de hacer las cosas no depende de sus niveles de estrés o de angustia, sino a que piensan que la tarea que deben realizar no es tan complicada y se resolverá en un instante; que sus capacidades son más que suficientes para resolverla de forma rápida y eficaz o porque consideran que, por difícil que sea, hay tiempo de sobra para hacerla.
En ocasiones, este tipo de perfiles no sufren con la procrastinación, sino todo lo contrario. Son personas que trabajan mejor bajo presión y que, para obtener buenos resultados, necesitan dejarlo todo para última hora. En este caso, como no hay malestar, el problema no es tan grave.
Los vagos.
Son los que procrastinan porque, conscientemente, no quieren hacer otra cosa. Eso provoca ciertos conflictos con su entorno cercano, que puede optar por enfrentarse al gandul y pedirle que haga aquello que no quiere hacer, o resolver ellos mismos aquellas tareas pendientes, con lo que no hacen más que ratificar la actitud y perpetuar la situación.
A pesar de esos diferentes perfiles, la doctora Hendriksen propone varios consejos para acabar con la procrastinación, que son aplicables a todos ellos.
Acepta que estás procrastinando.
Demorar obligaciones se puede justificar de muy diversas formas. Por ejemplo, que se necesita descansar un poco más, que es una recompensa a un esfuerzo realizado antes o que hay tiempo de sobra. En lugar de seguir utilizando excusas, es mejor no engañarse, tener claro que se está procrastinando y, en último término, abordar la tarea.
Elimina las distracciones.
¿No paras de consultar el móvil? ¿Instagram te impide concentrarte? ¿Te levantas con frecuencia a la cocina a picotear? Si es así, no lo dudes: desconecta el móvil, cierra Instagram y ve a trabajar a una oficina o una biblioteca que no tenga cafetería. Al evitar esas rutinas y distracciones, será más sencillo abordar las tareas pendientes y acabarlas satisfactoriamente.
Detecta el punto de inflexión.
Hay un momento en el que procrastinar ya no es agradable. Es ese instante en que el estrés por el trabajo no hecho, la angustia porque el tiempo se acaba o la molicie hacen que retrasar las tareas no sea ya una buena idea. Cuando eso sucede, lo mejor es dejar de vaguear y ponerse manos a la obra.
Empieza por lo fácil.
Pasar del cero a cien en cuestión de segundos es complicado. Después de horas o días de procrastinación, no es posible intentar resolver las tareas pendientes inmediatamente. Por ello, es mejor comenzar por algo sencillo que permita hacer cada vez más cosas pero de manera paulatina.
Haz listas cortas de tareas pendientes.
Si tienes una larga lista de cosas pendientes, posiblemente te agobies tan solo de verla y no te animes a empezar a trabajar en ellas. Por eso, lo mejor es hacer listas de tres o cuatro cosas, tan solo aquellas que deben ser resueltas ese día. De esta forma, te parecerán más sencillas y, a medida que vayas cumpliéndolas, estarás más dispuesto anímicamente a emprender las siguientes.
«procastinar » o la nueva version neoliberal del » eres pobre porque tu tienes TODA la culpa» …?…
Los genios , procastinan mucho mucho mucho…y otras veces
trabajan mas mas mas…
Prefeiro seguir si puedo el camino de mi corazon sin temor
Muy correcto
Pero como puedes culpar el neoliberalismo. Esto no tiene nada que ver aquí. Es muy facíl entender que sin organizar el trabajo no se conseguirá un exito. Te aconsejo antes de todo, trabajar con agendas o con herramientas ágiles como kanbantool.com/es y dejar de culpar las idealogías ajenas.
Deja de procrastyinar y bébete una cerveza de museo! https://newster.info/en-este-museo-puedes-ver-6-000-tipos-de-cervezas/